En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Black Widow, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(Black Widow; Cate Shortland, 2021)

Vale la pena recalcarlo porque es difícil de creer: Black Widow es (o por lo menos trata de ser) una película sobre la trata de personas, específicamente de mujeres jóvenes. Es una decisión por demás extraña, que repercute incómodamente desde el principio hasta el fin de la película. El problema no es tanto la temática como la ejecución. Black Widow es una de 24 películas del Universo Cinematográfico de Marvel, conceptualmente una aventura de acción escapista, pero cuyas referencias visuales sugieren un serio y realista thriller de espionaje. En sustancia y matiz es ligera, pero en su estilo exige ser tomada muy en serio.

Este enfoque da resultados mixtos desde sus primeros minutos. El prólogo, que nos muestra la adolescencia de la eventual agente secreta y después Vengadora Natasha Romanoff, culmina con una secuencia de acción que evita la irreal y fantástica violencia con superpoderes que ha venido a caracterizar las películas de Marvel. Efectos visuales por computadora por supuesto se usaron para completarla, pero la transición entre ellos y las acrobacias prácticas son mayormente invisibles y el impacto de los golpes y la tensión se transmite a través del montaje y sus actores y dobles de riesgo. Es un momento refrescante en el contexto de la franquicia.

De ahí la película toma un paso extremo en sus intentos de legitimidad. La secuencia de créditos de apertura nos muestra el funcionamiento interno del Cuarto Rojo, un programa secreto de la antigua Unión Soviética que rapta a mujeres jóvenes y las programa para convertirlas en asesinas altamente calificadas y totalmente obedientes. Fue de este programa donde Natasha originalmente salió. Videos de formato casero de jóvenes aterrorizadas tratan de crear una idea de brutalidad y autenticidad, mientras que una versión ralentizada de “Smells Like Teen Spirit” completa la atmósfera sombría.

El guion a cargo de Eric Pearson (Jac Shaeffer y Ned Benson reciben crédito adicional por la historia) tiene muchos elementos que podrían ser de interés para la directora australiana Cate Shortland. Como su ópera prima Amor o Sexo, Black Widow es la historia de una mujer sobreviviendo con poco más que sí misma, lidiando constantemente con las expectativas y autoridad que algún hombre ejerce sobre ella y sobre su cuerpo. Como Lore, lidia con las secuelas de una institución autoritaria, manifestada en la forma de una familia complicada. Shortland incluso tiene la oportunidad de establecer cierta continuidad visual; el director de fotografía Gabriel Beristain crea  temblorosos primeros planos y con poca profundidad de campo, un atajo a veces efectivo a la intimidad y emoción. No es un mal enfoque, pero sí uno que no funciona del todo para una película de acción que exige simplicidad en su narrativa y cuya claridad en su acción.

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La trama de Black Widow es definitivamente simple. Después de los eventos de Capitán América: Guerra civil, Natasha (Scarlett Johansson) se ha convertido en una fugitiva de la organización de inteligencia S.H.I.E.L.D. Ella trata con mantener un bajo perfil hasta que Yelena Belova (Florence Pugh), a quien conocimos como su hermana en el prólogo, le deja una tarea especial. Liberada del control mental del Cuarto Rojo, Yelena pide su ayuda para hacer lo mismo con sus compañeras. Para hacerlo enlistan la ayuda de quienes fueran sus padres: Alexei Shostakov (David Harbour), un supersoldado obsesionado con su pasado, y Melina Vostokoff (Rachel Weisz), ahora una de las principales científicas del Cuarto Rojo.

La mayor desviación de Black Widow de la fórmula tradicional de Marvel ocurre alrededor de la mitad, un periodo prolongado libre de acción, más enfocado en cómo estos cuatro personajes reconectan después de una difícil separación. Algo similar ocurre con el primer encuentro entre Natasha y su principal villano, Dreykov (Ray Winstone), que fluye como una tensa conversación en la que la violencia queda implícita en lugar de ser evidente. Scarlett Johansson tiene la oportunidad de actuar más natural y menos como el objeto sexual que fue en Iron Man 2 o como el catalizador para el desarrollo de un personaje masculino como lo fue en prácticamente todas las demás películas del MCU en las que aparece. Algunas de sus interacciones con Pugh sugieren una dinámica juguetona y de confianza mutua, aunque caen frecuentemente en los trillados chascarrillos que afligen a otras películas de Marvel.

Black Widow está hecha con buenos ingredientes, pero la preparación no le favorece. Da poco tiempo para que las complicaciones entre sus personajes se desarrollen de manera orgánica; tan pronto como Natasha, Yelena, Alexei y Melina se reencuentran, ya empiezan a tratarse como una familia de nuevo. Se siente apurado y un tanto forzado. Y por más que Shortland utiliza tomas impresionistas o nos lleva incómodamente cerca a los rostros de sus actores, en general hay pocas oportunidades para la ambigüedad o espontaneidad en sus sentimientos. En su mensaje, Black Widow es más explícita que sus películas anteriores, pero también dice menos.

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La ironía más trágica de la película es cómo le termina fallando a sus mujeres. A ratos intenta un comentario sobre la forma en que éstas son típicamente tratadas en el cine de espías, pero no logra del todo poner sus clichés de cabeza. En su elección de villano, emula conscientemente la trillada idea del ejército privado de mujeres hermosas, pero no añade mucho más a la conversación que las películas de James Bond Al servicio secreto de Su Majestad u Octopussy contra las chicas mortales o la primera aventura de Austin Powers. Su resolución es reconfortantemente simple, una palmada de empoderamiento femenino fácilmente comerciable. Como muchas películas de superhéroes, es por supuesto una fantasía escapista, pero la estética más o menos aterrizada hacen que sus momentos de violencia hacia sus personajes femeninos aterricen con un incómodo ruido sordo. Black Widow aspira menos a ser una gran película de superhéroes que a emular géneros más “maduros”, quizá con la esperanza de que se le tome más en serio, pero no tiene el tiempo o el interés de profundizar en las ramificaciones de aquello que nos muestra. El resultado es superficial e infantilizante.

Todo esto no es necesariamente culpa de Shortland. Black Widow fue blanco de controversia algunos años antes de su estreno cuando la cineasta argentina Lucrecia Martel reveló haber sido considerada para dirigirla, solo para que se le dijera que el estudio mismo se encargaría de las escenas de acción. La anécdota revela mucho sobre las prioridades encontradas del estudio cinematográfico de Marvel, presionado por un lado por los cambios en la industria del cine para incluir talento de diversos trasfondos en cuanto a raza y género, y por otro para seguir entregando un producto consistente y en los tiempos marcados por sus apretados calendarios.

En años recientes, Marvel se apoyado bastante en cineastas con un trasfondo independiente o internacional: además de Shortland, se puede mencionar a Ryan Coogler para Pantera Negra, Anna Boden y Ryan Fleck para Capitana Marvel, entre otros. Pero películas como Black Widow muestran a Marvel como una compañía menos interesada en la visión de estos cineastas que en su capacidad de trabajar dentro de límites muy concisos. Black Widow tiene algunos elementos que añaden frescura al Universo Cinematográfico de Marvel, particularmente una desviación del gris desaturado que venía caracterizando a entregas anteriores y un diseño de producción industrial que se acomoda mejor a una historia con raíces en el espionaje de la Guerra Fría, pero al final no se siente realmente como una película de Cate Shortland y tampoco trata su supuesta temática con la complejidad que merece.


★★1/2