En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver El escuadrón suicida, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(The Suicide Squad; James Gunn, 2021)

Escuadrón suicida de 2016 debe ser una de las peores películas de superhéroes de la década pasada. No es mucho decir, pues las películas de superhéroes de la década pasada, tan opuestas al riesgo, han sido más mediocres que espectacularmente malas. Pero sus fallos no pueden atribuírsele del todo al director David Ayer. Pocos meses antes de su estreno, el estudio la recortó severamente, filmando material adicional y saturando la banda sonora con las elecciones menos imaginativas de música rock posibles.

En retrospectiva, el problema puede ubicarse en la administración detrás. En un intento de replicar el éxito del universo compartido de su rival Marvel, Warner Bros. anunció película tras película alrededor su galería de personajes de DC Domics, solo para decepcionar con sus primeros resultados. La misma lógica que hundió a Escuadrón suicida de Ayer los llevó a comprimir y devaluar la película de la Liga de la Justicia en la que Zack Snyder estaba trabajando; Mujer maravilla se salvó solo porque, al no verla como prioridad, dejaron a Patty Jenkins trabajar más o menos en paz.

Solo en años recientes el presente régimen del Universo Extendido de DC ha sido más astuto en cuanto a qué hacer con una de las marcas más valiosas de Warner. Se ha tomado menos en serio el mandato del universo compartido y se ha mostrado un poco más dispuesto a darle libertad a sus creativos. En 2018 DC asestó un ingenioso golpe a su rival cuando contrató a James Gunn para dirigir la secuela de su desafortunada reunión de supervillanos. Gunn había sido despedido de la tercera película de Guardianes de la galaxia después de que empezaran a circular viejos tweets suyos. El escándalo pronto se evaporó en el aire, no antes de que la pérdida de Marvel se convirtiera en la ganancia de DC. La participación de Gunn tenía sentido, pues la versión retrabajada de Escuadrón suicida parecía un intento desesperado de capturar la irreverencia y el filo de las películas que Gunn hizo para el Universo Cinematográfico de Marvel.

La película de Gunn, básicamente idéntica en título, es menos secuela que remake. Toma el concepto original sin darle mucha variación o subversión y apenas hace referencia a eventos pasados. Una vez más se trata de una película en la que las circunstancias obligan a un elenco dispar de villanos a hacerla de héroes. El coronel estadounidense Rick Flag (Joel Kinnaman) lidera una nueva configuración del equipo compuesto por la perturbada criminal Harley Quinn (Margot Robbie), el mercenario Bloodsport (Idris Elba), el asesino ultranacionalista Peacemaker (John Cena), el híbrido de humano y tiburón King Shark (voz de Sylvester Stallone), la víctima de un fallido experimento interdimensional Polka-Dot Man (David Dastmalchian) y la ladrona Ratcatcher 2 (Daniela Melchior), quien puede controlar a las ratas. La misión: infiltrarse a Corto Maltese, una nación isleña cerca de la costa de Sudamérica, para destruir toda evidencia de un misterioso y potencialmente destructivo experimento científico.

El camino es más o menos enredado, algo que a veces funciona a su favor. Así como su predecesor (y su spin-off Aves de presa y la fantabulosa emancipación de una Harley Quinn), El escuadrón suicida juega con la cronología en un intento de establecer a su inflado reparto y hacer un débil eco a las películas de Quentin Tarantino. Pero Gunn, cuyos orígenes cinematográficos se encuentran en la casa de cine de explotación Troma, trata su segunda franquicia de cómics como una oportunidad de homenajear la variedad específica de cine violento y de bajo presupuesto que seguramente lo inspiro. Hay una referencia a El vengador tóxico de su mentor Lloyd Kaufman y otra a Tráiganme la cabeza de Alfredo García de Sam Peckinpah.

El escuadrón suicida llega a México con clasificación C y está llena de diálogos vulgares, sangre, tripas, balazos, navajazos, explosiones y desnudos ocasionales (aunque poco o ninguno interés en cualquier cosa que se aproxime a la sexualidad), pero lo que la hace particular no es el contenido violento en sí sino lo mucho que Gunn parece estarse divirtiendo con él. Una secuencia en la que Bloodsport y Peacemaker matan a una tropa de soldados desprevenidos funciona porque uno puede imaginarse a cada uno buscando formas más extravagantes de decapitarlos, explotarlos, apuñalarlos o dispararles. Los colores más vibrantes y sucios y los escenarios más prácticos hacen eco al cine de acción de los sesenta y setenta, aun si terminan recordando más a otras películas de superhéroes que a Doce del patíbulo.

El escuadrón suicida tiene una sorprendente mordida en su contenido temático. Entre los chistes y la carnicería emerge una recurrente crítica a las intervenciones de Estados Unidos alrededor del mundo, particularmente en América Latina. A medida que el escuadrón avanza en su misión, se da cuenta de que a Amanda Waller (Viola Davis), la burócrata que se las asignó, no le molesta sacrificar a la población de Corto Maltese para proteger sus intereses. No le preocupa que el político Silvio Luna (Juan Diego Botto) y el militar Mateo Suárez (Joaquín Cosío) tengan aspiraciones dictatoriales, le preocupa que no quieran cooperar con Estados Unidos. La película no podría encontrar una mejor caricatura del imperialismo que el personaje de Peacemaker; Cena lo interpreta como incapaz de darse cuenta de lo ridículo que luce y suena y Gunn le da gemas de diálogos como “Atesoro la paz. No me importa cuántos hombres, mujeres y niños necesito matar para conseguirla”. El clímax, en el que una estrella gigante de colores azul y rojo destruye las calles de una ciudad latinoamericana, es casi radical en su obviedad.

Pero incluso con todos estos elementos a su favor, El escuadrón suicida no termina de cuajar del todo. Quizá su comentario político, sobre cómo la supuesta superioridad moral de Estados Unidos es solo una excusa para hacer realidad una violenta fantasía de poder, aterrizaría mejor si la película misma no tratara su propia violencia con tanto júbilo o entusiasmo. O si Sol Soria (Alice Braga), la líder de la resistencia de Corto Maltese, fuera un personaje de verdad y no solo uno de tantos puntos en la trama; hace falta un momento en el que el escuadrón se sienta verdaderamente comprometido con su causa. Apenas mejor es el tratamiento de Harley Quinn; aunque Robbie es el nombre más prominente en los créditos y el guion tiene uno que otro momento en el que brilla de verdad, pasa tanto tiempo separada del resto del equipo que se siente como una idea secundaria. La irreverencia de Gunn también diluye su potencial emocional: la idea de que cualquier personaje puede morir de la manera más brutal, sorpresiva e inesperada crea unos entretenidos saltos de tono al principio; hacia el final solo significa muertes anticlimáticas e insatisfactorias para personajes presuntamente importantes.

El escuadrón suicida puede ser menos formulaica que las películas que Gunn hizo para Marvel. Pero las dos entregas de Guardianes de la galaxia fueron el raro caso en el que la fórmula funcionó a su favor; en el que la plana funcionalidad narrativa del estudio y el sentido del humor se balanceaban perfectamente (como todo debe ser). El escuadrón suicida está llena de canciones de rock clásico que Peter Quill seguramente gozaría, pero olvida el componente emocional que jugaban en la trama de aquellas. Hay un argumento de que los directores deberían tener más control de las películas que encabezan para grandes franquicias. El estreno de la versión restaurada de Liga de la Justicia, después de todo, parece haber despertado interés en la visión original de Ayer para Escuadrón suicida. Pero su secuela es un ejemplo del problema opuesto; una película decente que pudo haber sido una excelente si tan solo afinaran algunos detalles.


★★★