En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(Shang-Chi and the Legend of the Ten Rings; Destin Daniel Cretton, 2021)

El cine de acción muy probablemente alcanzó su máxima expresión en Hong Kong. Hablar de la saga de Shaolin de Gordon Liu, las acrobacias aéreas del wuxia y las superproducciones de Tsui Hark es apenas rayar la superficie. A pesar de esta larga tradición cinematográfica, los casos de Hollywood tomando inspiración de ella son contados. Operación dragón, una coproducción entre ambos territorios, cimentó el lugar del artista marcial Bruce Lee en la leyenda, mientras que los noventa vieron a estrellas como Jackie Chan y directores como John Woo establecerse en la industria.

Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos, la película número 25 en el Universo Cinematográfico de Marvel, es el intento más reciente de Hollywood de apoyarse en esta única variedad de cine de acción, así como de la cultura china en general. Tanto que sus primeros minutos apenas y se sienten como una película de Marvel. Hay una narración que nos explica el trasfondo mitológico de la película, pero ésta es en chino, no en inglés. Este prólogo contiene una prolongada pelea que utiliza los deslizamientos gráciles y fantásticos del wuxia (alterados, pero no necesariamente mejorados, por lo que seguramente son efectos por computadora). El escenario es un inmaculado bosque de colores vivos y la luz de un gentil ámbar. La música es dulce y melódica, no el monótono golpeteo de muchas partituras para blockbusters similares. Apenas hay diálogos, pero hay un importante componente narrativo en el enfrentamiento físico y los rostros de los personajes. La secuencia se mueve sin prisas, deleitándose con sus movimientos; es tratada como una danza más que como un encuentro violento.

Y en el espacio de un corte… volvemos a lo mismo de siempre. Conocemos a nuestro héroe, Shaun (Simu Liu), en una secuencia que generosamente se puede describir como funcional. Vemos que recibe una postal (que será importante más adelante), lo vemos en su trabajo estacionando autos en un hotel de lujo en San Francisco, conocemos a su mejor amiga Katy (Awkwafina) y a la familia y amigos que los presionan con poca sutileza a conseguir trabajos de verdad. Mientras viajan en el autobús, Shaun y Katy son atacados por un grupo de matones; los dos se salvan, pero él no puede seguir ocultando su verdadera identidad. Su verdadero nombre es Shang-Chi y es hijo de Wenwu (Tony Leung), líder de la organización terrorista de los Diez Anillos. Shang-Chi sospecha que su padre está también detrás de su hermana Xiailing (Meng’er Zhang), por lo que él y Katy toman camino a Macao, con la misión de rescatarla.

La primera mitad de Shang-Chi contiene algunas de las mejores secuencias de acción de un blockbuster hollywoodense reciente y quizá las mejores de todo el MCU. Hay, por lo que parece la primera vez en esta franquicia, un reconocimiento de que la proeza acrobática humana es un espectáculo tan grande como los rayos de colores o la devastación de una ciudad generada por computadora. No obstante, hay detalles en su realización que las mantienen fuera de la grandeza. Uno pensaría que una película con un presupuesto de nueve cifras y perteneciente a la franquicia más grande de Hollywood tendría más cuidado con ellos. Hay más de una pelea en la que uno puede sentir el peso de los golpes y la proeza de sus personajes, pero éstos se pierden en decisiones que agregan poco: cortes a otro ángulo que nos obliga a repensar la geografía del espacio o movimientos de cámara que dirigen nuestra atención a nada en específico. Éstas tienen una lógica superficial: las secuencias de acción deben ser dinámicas y los cortes y movimientos de cámara añaden dinamismo. Pero algo que los directores de Hong Kong entendieron hace tiempo es que la coreografía de acción es en sí dinámica, y vestirla con otro tipo de movimiento muchas veces significa que el espectador pierde la capacidad de apreciarla.

A esto añádansele los problemas típicos del MCU: sus narrativas simplistas, su humor forzado y sus visuales planos. Shang-Chi se mueve desde el principio a un ritmo y paso obligados. Flashbacks recurrentes nos muestran la infancia de Shang-Chi y Xiailing bajo el régimen de su estricto y severo padre, pero éste apenas parece tener secuelas en quienes son. Hermano y hermana pronto se reconcilian y se vuelven aliados en una aburrida aventura con artefactos, criaturas y mundos de fantasía. Todo progresa con poca fricción o conflicto verdaderos. Liu no es un mal Shang-Chi; es simpático y natural en la medida que la película se lo exige, pero ésta en realidad le da pocas emociones que externalizar. El drama es más o menos efectivo porque el personaje de Wenwu tiene un poco más debajo de la superficie y porque Leung vende con su rostro su perversa interpretación de la lealtad familiar. Una de sus escenas cerca del final transmite efectivamente los sentimientos complicados que Shang-Chi tiene hacia él sin recurrir a la explicación textual.

Pero ésta termina diluida por el sentido del humor que ha caracterizado al MCU casi desde su inauguración y que para este momento se antoja rancio. El problema no es lo burdo o lo infantil de los chistes, sino su insistencia e incongruencia: las etapas de su narrativa terminan sintiéndose parte de una mezcla homogénea de tono trivial. Algunas películas usan el humor para cortar la tensión, pero en Shang-Chi hay momentos en los que éste es simplemente hostil al drama: un ejemplo es Shang-Chi recontando los abusos de su padre solo para ser interrumpido por una trillada rutina sobre la comida de avión. Es la clase de guiño irónico y condescendiente que le impide al MCU construir una fantasía verdaderamente envolvente, una simple falta de convicción en el mundo que habita.

Destin Daniel Cretton es un cineasta talentoso. Muestra de ello son la excelente Buscando justicia y Short Term 12, una de las mejores películas estadounidenses de la década pasada. Pero su tacto apenas se siente en Shang-Chi, una película en la que las decisiones importantes parecen haber sido tomadas desde antes de que Cretton se involucrara. La paleta visual está homogeneizada con el resto del MCU, los colores aparecen deslavados cuando deberían casi saltar de la pantalla. La cámara parece estar siempre en primer plano y al nivel de ojo de los actores, independientemente del tono de la escena. Contrástese la iluminación de Leung y Fala Chen en el prólogo con la plana y regular iluminación del resto de la película. El resultado es tedioso: todo un rango del lenguaje cinematográfico pasa sin ser utilizado y los rostros de los actores (salvo el de Tony Leung, imposible cansarse de él) eventualmente pierden su impacto porque nos acostumbramos a verlos siempre de la misma manera.

Shang-Chi, como Pantera negra en su momento, está siendo celebrada como un hito de la inclusión: es la historia de un héroe chino, en un mundo con raíces en la cultura china, que está pronosticada a dominar la taquilla mundial. Pero hay algo vacío en este aparente logro. Por un lado, toda creatividad parece subordinada a la fórmula mágica de Kevin Feige; por otro, la película se siente como uno de los más descarados intentos de Hollywood por conquistar la mina de oro que es la taquilla china. No es siquiera la primera vez que el MCU ha intentado congraciarse con este público y con el gobierno que ejerce una estricta censura sobre las películas que se exhiben dentro de su territorio. Iron Man 3 recurrió a la grabación de escenas adicionales con estrellas chinas, mientras que Doctor Strange tuvo que cambiar la nacionalidad de un personaje de los comics con tal de evitar la controversia alrededor del Tíbet. Curiosamente, y quizá a manera de mea culpa, Shang-Chi incorpora a dos personajes secundarios que aparecieron previamente en estas dos películas.

No se puede saber con total certeza cómo responderá el mercado chino a Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos. Al MCU siempre le ha ido bien en este territorio, pero el fracaso taquillero de la reciente Mulán también sugiere que China ve con escepticismo los intentos de Hollywood de vestir a sus blockbusters con los elementos superficiales de su cultura e historia. Como obstáculo adicional es la película tiene poco de especial. No hay nada en su acción o su narrativa que sus industrias cinematográficas nacionales no hayan hecho mejor previamente.


★★★


Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos está dedicada al artista marcial y coordinador de stunts Brad Allan. Nacido en Australia, Allan se convirtió en eiembro del equipo de Jackie Chan, participando en varias de sus películas tanto en Hong Kong y en Hollywood. Continuó participando y coordinando secuencias de acción y con Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños se convirtió también en director de segunda unidad, rol que desempeña también en Shang-Chi. Que en paz descanse.