En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Clases de historia, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(Marcelino Islas Hernández, 2021)

El título de Clases de historia dice todo y nada a la vez. Es suficientemente vago para parecer ingenioso, sugerente en la medida indicada para imponer un tema a una historia que probablemente no lo tiene o que no está muy segura de éste. La película comparte con sus personajes una intensidad de sentimientos y una incapacidad, o más bien renuencia, a mostrarlos. La actitud es comprensible en ellos, no del todo en la película.

Verónica (Verónica Langer) es una maestra de historia en una preparatoria privada, una labor a la que le ha dedicado parte importante de su vida. Al principio de la película acaba de recibir un reconocimiento por sus treinta años de trabajo; no obstante, no parece ser algo que le apasione de verdad. Sus clases consisten principalmente en sus estudiantes turnándose para leer en voz alta partes del libro, ad infinitum (un método que seguro será familiar para muchos que hayan cursado la escuela en México). Verónica vive con su esposo Daniel (Héctor Holten), aunque nos toma cierto tiempo conocer la naturaleza de su relación. Cuando los vemos juntos por primera vez, él se pone encima de ella en lo que parece un arrumaco y ella luce terriblemente incómoda; él solo estaba tratando de alcanzar el control de la televisión para ponerse a ver el futbol.

El limitar lo que sabemos de sus personajes es un recurso que la película utiliza constantemente y que en un principio tiene sentido con sus personalidades. Verónica tiene una enfermedad, aunque los detalles específicos no los conocemos hasta bien avanzada la película. Pero podemos intuir que es grave porque la película sucumbe a ese flojo atajo de mostrarla tosiendo, vomitando y contemplando unas pastillas (esto no quiere decir de inmediato que la película es mala, solo que no puede evitar recordarnos a películas peores).

La vida de Verónica es sacudida aun más cuando a su clase se incorpora Eva (Renata Vaca), una quieta muchacha que tiene problemas para incorporarse con sus compañeros, más que nada porque parece que no quiere. En clase, Verónica la capta en su teléfono. Cuando se lo pide para confiscarlo, Eva se rehúsa y Verónica le termina pegando. La despiden de la escuela. Hay un momento bien observado en el que, de vuelta en casa, Daniel le pregunta si está bien y luego hace referencia a un pelotazo; Verónica no le dijo lo que pasó en realidad.

Lo que sigue es congruente con lo que hemos venido a saber sobre Verónica: alguien que se aferra a su rutina, más por inercia que por gusto, y que a como dé lugar trata de evitar una confrontación, por más pequeña que sea. Compra una docena de cuadernos y los hace pasar por los de sus alumnos, todo para hacer como que no pasó nada. Por las mañanas toma su auto y se va a un lugar apartado para fumar y calificar los cuadernos que ella misma llenó.

­­­­Pero no logra deshacerse de Eva. En una ocasión Verónica la encuentra en la entrada de su casa. Eva le ofrece una disculpa por haberla desobedecido (y por haberla tirado al suelo cuando ella le pegó) y empieza a visitarla con frecuencia hasta que le revela sus verdaderas intenciones: Eva está embarazada y necesita que Verónica se haga pasar por un pariente (y que desembolse poco más de 3 mil pesos para que ella pueda abortar).

Clases de historia puede describirse como una película sobre una amistad inusual e inesperada o como una sobre redescubrir las ganas de vivir–Verónica no es suicida; menos por ganas de vivir que por que la acción, cualquier acción drástica, parece fuera de su alcance. Ambos son descriptivos bastante vagos, más acordes al marketing que al contenido temático pero parecen aptos, pues la película ofrece poco debajo de la superficie. Partiendo de su relativamente simple planteamiento se mueve de aquí para allá, quizá confiando que su falta de enfoque pueda confundirse con espontaneidad o profundidad. El desarrollo de sus personajes es retratado con poca imaginación; la exploración sexual es usada como atajo a la liberación, pareciera que es lo único que la película ve en ellas.

No es que Clases de historia no tenga buenos ingredientes. Su estilo es apropiadamente lacónico: el director Marcelino Islas Hernández y el cinefotógrafo Hans Bruch Jr. mantienen la distancia adecuada con la cámara. No recurren a fragmentar la acción cuando un plano medio bastaría, y estos duran lo indicado para transmitir el ritmo rutinario y elegíaco de la vida de Verónica, quien proporciona el punto de vista principal. Hay sutiles dosis de humor: un ejemplo es el momento en que Verónica pregunta sobre la nueva maestra de historia; Eva contesta que le parece igual y el rostro de Verónica transmite en el espacio de un segundo una profunda decepción ante la idea de que carrera no ha servido de mucho. Y también está Hoze Meléndez como el recepcionista de un hotel; el suyo es quizá el personaje menos delineado, pero Meléndez rellena los huevos con la burbujeante ingenuidad que ha mostrado en otros papeles. Su ignorancia de la profunda congoja de las dos es enternecedora.

Pero momentos como éste son la excepción y no la regla. Lo que Clases de historia parece ignorar que estos momentos casuales son donde la profundidad que busca probablemente se encuentra. Pero como Eva, la película es tímida, y recurre a recursos trillados para tratar de convencernos de su propia importancia: un diseño sonoro ominoso y visitas constantes a espacios abandonados. Estos sirven como valores de producción y su presencia podría servir como recordatorio de un pasado posible y sin realizar, pero de nuevo este simbolismo se accidentado, no del todo formado. Más vergonzoso es su apoyo recurrente en una botella de Coca-Cola para tratar de vincular a sus personajes; es algo que puede tener una desafortunada base en las costumbres mexicanas pero que casi se siente como comercial. Parecen intentos de socorrer una historia en la que sus realizadores no confiaban totalmente.


★★1/2