En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver El misterio de Soho, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.
(Last Night in Soho; Edgar Wright, 2021)
Edgar Wright ha de ser uno de los directores más talentosos trabajando en el cine comercial de hoy en día. Su trilogía de comedias con Simon Pegg y Nick Frost sigue siendo insuperable en su densidad de chistes, ingenio visual y la precisión de sus guiones. Las dos películas que hizo en Hollywood, Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños y Baby: El aprendiz del crimen, fueron un poco menos distintivas pero igualmente jugaban con el montaje, la fotografía y los efectos visuales de una manera que resultaba en sobremanera entretenida y se seguía sintiendo específica a él.
No obstante, una mirada atrás a su filmografía revela también a un director que tiende, si no a la superficialidad, por lo menos a temas muy limitados; más interesado en oportunidades para estirar sus músculos técnicos y en emular y remezclar géneros que en explorar el interior de sus personajes. Esto nunca fue un problema mayor porque sus películas solían a beneficiarse de esto: El desesperar de los muertos, Hot Fuzz: Super policías y Una noche en el fin del mundo eran parodias de las películas de zombis, de policías y de la ciencia ficción paranoica, respectivamente. Scott Pilgrim, una adaptación del comic de Bryan Lee O’Malley, hizo un deslumbrante juego adaptando el vernáculo de los comics y los videojuegos a su lenguaje cinematográfico; Baby: El aprendiz del crimen, un cuento de hadas vestido de película de persecuciones automotrices, seguía sacando provecho de su narrativa en pinceladas grandes y su sentido del humor.
El misterio de Soho encuentra a Wright regresando a su natal Inglaterra, pero también extendiéndose fuera de su territorio cinematográfico familiar. El resultado es un amoroso y precioso homenaje a una ciudad, una época y un género cinematográfico; visualmente tan dinámico como cualquier cosa que haya hecho antes, pero también lo que es quizá su película más débil desde A Fistful of Fingers, (su ópera prima de minúsculo presupuesto que hizo a los veinte años), pues la temática le termina exigiendo una profundidad e interioridad más allá de la que demuestra ser capaz.
Thomasin McKenzie interpreta a Eloise “Ellie” Turner, una joven del suroeste rural de Inglaterra que sueña con ser una diseñadora de modas. La primera secuencia juega engañosamente con la temporalidad en que se ambienta. Vemos a Ellie bailar al ritmo de la música de su tocadiscos, en su cuarto decorada con el poster de Diamantes para el desayuno, entre otros artilugios de los sesenta. No, Ellie no vive en la época del Swinging London, solo quisiera hacerlo. Pero puede hacer lo más cercano que hay en nuestro aburrido presente: mudarse a Londres para estudiar en el London College of Fashion. Después de recibir su carta de aceptación, Ellie deja la casa de su abuela (Rita Tushingham) para ir a la gran ciudad.

La emoción rápidamente se convierte en decepción. Aunque la vivienda estudiantil se encuentra en su añorado barrio de Soho, Jocasta (Synnøve Karlsen), su compañera de cuarto, resulta ser frívola y hasta grosera cuando Ellie le menciona que su madre padecía de problemas de salud mental y falleció varios años antes por suicidio. Orillada a buscar otro lugar donde vivir, Ellie se encuentra con una habitación que es rentada por la anciana señorita Collins (Diana Rigg). Parece un lugar congelado en el tiempo, algo que le cae como anillo al dedo a sus obsesiones retro. Pero la verdadera maravilla ocurre de noche, cuando se va a dormir y tiene un vívido sueño en el que se transporta a sus amados sesentas, a la vida de Sandie (Anya Taylor-Joy), una joven que ansía convertirse en cantante.
Este primer viaje al pasado es tan deslumbrante en su emoción como en su realización. Para mostrar que Ellie está ocupando el lugar de Sandie pero no puede controlar sus acciones, Wright juega con los espejos, mostrando a una actriz en escena y a la otra del otro lado de ellos. Trucos de cámara, como el llamado “Texas Switch”, le permiten saltar entre las dos actrices cuando están en la pista de baile. Es la clase de efecto visual con el que Wright se deleita tantas veces en sus películas, una reliquia del cine pre-digital, que se acomoda perfectamente a la ambientación nostálgica de la película.
La secuencia como tal ve a Sandie entrar al Café de Paris (un icónico club nocturno de Londres, cuya presencia aquí se vuelve un tanto más apropiada por circunstancias reales: el club seguía abierto cuando la película fue filmada, pero clausuró definitivamente una vez que inició la pandemia por COVID-19) decidida a obtener un trabajo en el escenario. Después de un altercado con un cliente que insiste en bailar con ella, Sandie termina cautivada por Jack (Matt Smith), un hombre sofisticado que se convierte en su pareja y después en su representante musical.
Ellie no puede explicar cómo pasó todo esto, solo sabe que quiere regresar. Sandie es un alter ego hecho a la medida porque es precisamente aquello que Ellie considera que le falta: confiada, decidida y glamorosa. Al día siguiente Ellie rechaza la invitación de John (Michael Ajao), un simpático compañero que está interesado románticamente en ella, para viajar de nuevo al pasado. El misterio de Soho funciona mejor en esta primera parte, cuando se trata de una nostalgia por una época que uno nunca vivió, (el mismo Wright nació en 1974); sobre ser joven, tímido y querer desaparecer a través de los sueños en las vidas de otras personas. Hay algo poderoso aquí, una metáfora sobre la cinefilia incluso, en que Ellie pueda desaparecer dentro de la vida de Sandie sin que las dificultades de ésta se cuelen a la suya. O por lo menos eso parece al principio.

Donde El misterio de Soho tropieza es en los elementos más oscuros de su trama. La música y la moda de los sesentas proporcionan una seductora superficie (Wright siempre ha utilizado a The Kinks como Scorsese a The Rolling Stones y El misterio de Soho no es la excepción) que nos atrapa en lo que gradualmente se revela como una película de terror. Wright parece partir de algunas influencias reconocibles, particularmente Suspiria de Dario Argento, con sus luces de rojo vivo, sus imágenes de alta carga psicológica y su planteamiento básico en el que la llegada de una joven de apariencia ingenua revela la profunda perversión de un lugar. Pero también Repulsión, la película de Roman Polanski, ambientada también en el Londres de los sesentas, sobre una joven que se siente perseguida por la atención masculina. El misterio de Soho anota una buena observación al principio, cuando Ellie viaja en taxi y el chofer hace comentarios sobre sus piernas y bromea sobre convertirse en su acosador. El diálogo es entregado con el tono de un chiste de su parte, pero el miedo con el que responde Ellie es palpable y la película efectivamente lo trata como razonable. Sabe que comentarios como éstos pueden convertirse en algo más.
Pero el guion de Wright y Krysty Wilson-Cairns termina siendo menos que sus influencias e incluso que la suma de sus partes. Quizá porque los detalles de ambos personajes (la muerte y los problemas de salud mental de la madre de Ellie; los sueños del estrellato y la eventual vida de sumisión y abuso de Sandie) se sienten menos como experiencias que a la película le interesa explorar y más como convenciones narrativas a las que el guion se tiene que apegar por obligación. El misterio de Soho está atrapada entre una película sobre la nostalgia y una sobre la forma en que los hombres convierten a las mujeres en objetos; aunque el personajes de Ellie tiene potencial para explorar cualquiera de las dos avenidas, a la historia le termina faltando una resolución o un comentario verdaderamente poderosos. Se queda en la limpieza narrativa, su resolución es ingeniosa pero finalmente hueca, su imagen final una sacudida que añade poco o nada. Como película de terror contemporánea sigue siendo una experiencia como pocas, y McKenzie y Taylor-Joy dan actuaciones comprometidas en papeles para los que están excelentemente seleccionadas. El misterio de Soho es una muestra más de los talentos de Wright, pero también una historia para la que éstos no están del todo bien empleados.
★★★1/2
El misterio de Soho fue el último crédito cinematográfico de Diana Rigg. Rigg saltó a la fama por la serie de televisión The Avengers y por su papel en la película de James Bond Al servicio secreto de Su Majestad. Tuvo una larga y reconocida carrera en teatro, tanto en Reino Unido como en Estados Unidos. En 1994 ganó un premio Tony por su interpretación del personaje titular en la tragedia griega Medea. Hacia el final de su carrera, fue reconocida por su papel en la exitosa serie de televisión Game of Thrones, por la que recibió varias nominaciones al Emmy. El 10 de septiembre de 2020, Rigg falleció de cáncer de pulmón. El misterio de Soho está dedicada a su memoria. Que en paz descanse.