En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Annette, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.
(Annette; Leos Carax, 2021)
La idea de la interpretación está siempre presente en Annette. El inicio no podría ser más claro al decirnos que estamos en presencia de una escenificación. La voz de un narrador exige verbalmente nuestra completa atención, nos manda a guardar silencio y hasta contener la respiración hasta el final. Debajo del tono bromista, este inicio nos invita a admirar la labor creativa detrás de lo que estamos por ver y es precisamente en esto donde radica su importancia. La “realidad” de la película es secundaria a lo que está detrás.
La primera escena, en un estudio de grabación de Los Ángeles, nos muestra a un hombre detrás de una consola. El hombre es el director Leos Carax, preguntándole a la banda del otro lado del vidrio “Entonces, ¿podemos empezar?” Es entonces que los músicos, encabezados por los hermanos Ron y Russell Mael de Sparks, estallan en una canción, casi como si estuvieran usando la pregunta de Carax como un punto de partida para una elaborada improvisación. Es un momento que establece el intercambio autorial al centro de la película: Annette es una colaboración en la que tanto Carax como Sparks parecen tener un peso igual– los hermanos reciben crédito por la historia y por las canciones mientras que el guion se le atribuye a los tres en conjunto. “So May We Start”, éste enérgico primer número, muestra al elenco principal cantando en conjunto, sus papeles ni siquiera establecidos, como en una celebración del acto en conjunto de narrar una historia. Es un golpe de júbilo absoluto en una película que se revela más melancólica y oscura con el paso del tiempo.
Este énfasis inicial en su propio detrás de escenas cobra un sentido adicional porque sus dos personajes principales son también intérpretes. Henry McHenry (Adam Driver) es un comediante de standup reconocido por su acto provocador y escandaloso y Ann Defrasnoux (Marion Cotillard) una cantante soprano de cuya actuación se habla en términos divinos. Dado que el acto de Henry ocupa más tiempo en pantalla, vale la pena discutirlo más a detalle. En escena quema billetes y asusta a su público fingiendo ser víctima de un tiroteo, pero hay algo mecánico sobre todo esto: su público se ríe y emociona a intervalos precisos con la misma hueca energía; no tienen personalidad más que la de un hueco coro de aprobación.

Henry y Ann tienen un romance bastante público. Su beso fuera del teatro, después de que Henry pasa a recogerla en su motocicleta, parece atraer a un público más entusiasmado que el de sus respectivas interpretaciones. La pareja responde de manera acorde, consintiendo y burlándose de las cámaras en igual medida. El número musical que le sigue, “We Love Each Other So Much” es casi agresivo en su intento de establecer la fachada de una pareja perfecta–es en esté donde aparece la imagen de Henry practicándole sexo oral a Ann, solo deteniéndose para cantar su verso.
¿Qué le queda a una pareja que parece tenerlo todo más que casarse y empezar una familia? Henry y Ann anuncian su próximo matrimonio y al poco tiempo Ann da a luz a la pequeña Annette. En una de las decisiones más extrañas de la película, la bebé Annette es caracterizada por una muy evidente marioneta con comisuras en sus extremidades y un rostro rígido, aunque para nada inexpresivo, como de papel maché crudamente aplicado. Y es que, para la pareja en conjunto, Annette parece ser menos una persona por sí misma que una extensión de su circo mediático. A medida que Henry y Ann deben añadir a la bebé a sus responsabilidades, fricciones aparecen.
Otro de los números, “Six Women Have Come Forward” es narrado desde la perspectiva de seis mujeres que, en una conferencia de prensa, declaran haber sido abusadas por Henry. La presentación dentro de la narrativa es clave: es un sueño de Ann y como tal seguramente nunca pasó, pero igualmente nos dice que esto es lo que ella, su pareja y la persona con la que comparte la mayor intimidad, percibe y teme. La película confirma sus sospechas. Agotado después de cuidar de Annette, Henry llega enfadado a una presentación en la que termina construyendo un imaginado un escenario en el que Ann muere a manos de él. Es una pieza de mal gusto, pero también quizá, lo más honesto que hemos visto de su parte.
De este episodio hemos de concluir, no necesariamente que el público no tolera la honestidad de Henry, sino que el escenario no es el espacio adecuado desnudar sus frustraciones. El arte frecuentemente pide una brutal honestidad, pero el medio del espectáculo, tan cercano pero a la vez tan diferente, exige cosas muy superficiales: la repetición de los mismos roles ideales, ningún espacio para la imperfección humana.

La película, por supuesto, no es un endoso de su comportamiento. Ni la posición de Henry ni la de quienes lo condenan es mostrada como “correcta”, Annette parece más preocupada con esta trampa de la celebridad, como éste coro de “cancelación” termina fomentando más de lo mismo porque se concentra en la reputación en lugar del cambio y la reparación verdaderos. La carrera de Henry se estanca después de esto, mientras que la de Ann continúa en ascenso. El rencor de éste solo crece.
Uno de los temas centrales de Annette es el ego masculino, esos sentimientos agresivos que nacen una vez que Henry se siente eclipsado por su pareja. Cuando éste descubre que la pequeña Annette puede cantar con una voz como la de su madre, Henry decide convertirla en una estrella, enlistando la ayuda de un viejo colega musical de Ann, su anterior acompañante (Simon Helberg). Aquí la caracterización de Annette cobra completo sentido, vemos en ella lo que Henry ve: un instrumento que puede manipular para el entretenimiento de otros y para satisfacer sus propios fines. Al final, aquello que lo motiva no parecen ser la fama y el dinero, sino el entumecimiento emocional que le proporcionan, una distracción de sus propias inseguridades y flaquezas. Uno imagina que sería infeliz donde quiera que esté. Si Cotillard es un retrato de pasiva y preciosa melancolía, Driver es un potente villano, feroz e intransigente en su resolución. Después de Pola X, Annette es el segundo largometraje de Carax que no es protagonizado por el actor francés Denis Lavant, pero en la estrella estadounidense parece haber encontrado un colaborador igual de atrevido, capaz de la oscuridad y los matices humanos que el personaje le exige.
En su realización, Annette abraza el artificio y el efecto es frecuentemente espectacular. Escenarios utilizan fondos visiblemente irreales, como la proyección trasera del fatídico viaje en bote de Henry y Ann; las olas parecen moverse en todas direcciones, el horizonte perdido completamente. La música de Sparks es densa y compleja en su instrumentación, y sus letras se toman gozosas libertades con la métrica y la rima. Todo esto en conjunto da la impresión de una película que parece burlarse de nosotros, pero el chiste nunca es a expensas de las emociones detrás de la historia. Las risas enlatadas en momentos graves y los coros que no acompañan a una canción, nos cuentan de vidas contaminadas hasta en su más profunda intimidad por las reglas del espectáculo y el entretenimiento. Annette es una película sobre la agonía y el éxtasis de la creación artística.