En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver La crónica francesa, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(The French Dispatch; Wes Anderson, 2021)

Las películas de Wes Anderson suelen provocar primeras impresiones engañosas. Su estilo se caracteriza por una preciosidad tan agresiva que es fácil dejarse llevar por ella y pasar por alto lo que está debajo de la superficie. Para este punto de su carrera, Anderson parece confiar plenamente en esto, al punto de hacerlo parte central de sus películas: tiernas y encantadoras a primera vista, pero con una corriente de tristeza que solo se vuelve evidente en retrospectiva.

Su más reciente, La crónica francesa, es una bien calibrada mezcla de humor y melancolía. Nada nuevo aquí. Su planteamiento sugiere aventura con esa curiosa mezcla de asombro infantil e intelectualismo adulto que caracteriza el cine de Anderson. En la vibrante ciudad francesa de Ennui-sur-Blasé (un sustituto de París; su nombre es difícil de traducir pues se compone de dos términos que otros idiomas han tomado prestados por referirse a ocurrencias tan específicas, aunque vendría siendo algo parecido a “Aburrimiento sobre Apatía”) se encuentran las oficinas de The French Dispatch, una revista filial al periódico estadounidense Evening Sun de Liberty, Kansas. La revista, encabezada por Arthur Howtizer Jr. (Bill Murray), publica historias de distintos autores sobre los aconteceres del arte y la cultura.

Anderson lleva tiempo incorporando las normas y estructuras de otros medios a sus películas–Los excéntricos Tenenbaum, por ejemplo, presentaba cada parte de su historia como los actos de una obra de teatro. En este sentido, La crónica francesa puede ser su experimento más audaz: una película sobre una revista de mediados del siglo XX que trata de recrear la experiencia de leer una revista de mediados del siglo XX. Su narrativa se compone de tres historias–o reportajes–enmarcadas en el quehacer diario de la sala de edición.

Un breve prólogo, como aquellos textos breves que pueblan las primeras páginas de las revistas, nos da una mirada a la superficie de la ciudad, cortesía del corresponsal Herbsaint Sazerac (Owen Wilson). Dado que él, como el resto del equipo de la revista, es un “expatriado” estadounidenses en Francia (a la Scott Fitzgerald o Ernest Hemingway), su mirada instantáneamente se concentra en las excentricidades de la localidad. La crónica francesa es en parte un tributo a ese asombro superficial que, para bien o para mal, caracterizaba la producción editorial de la época. Una influencia clave es The New Yorker; los personajes y organizaciones de la película, aunque ficticios, toman inspiración de figuras destacadas de la revista.

La primera historia en forma, relatada por J.K.L. Berensen (Tilda Swinton), trata de Moses Rosenthaler (Benicio del Toro), un hombre identificado como mentalmente perturbado y encarcelado por homicidio, cuyos dotes artísticos son descubiertos por Julien Cadazio (Adrien Brody), un comerciante de arte, después de que pinta un desnudo abstracto de una de las guardias de la prisión, Simone (Léa Seydoux). La segunda, de Lucinda Krementz (Frances McDormand), sigue a un grupo de estudiantes revolucionarios, encabezados por Zeffirelli B. (Timothée Chalamet), un joven de una familia acomodada quien está en proceso de escribir su manifiesto. La tercera, narrada por Roebuck Wright (Jeffrey Wright), empieza como un perfil sobre el teniente de policía Nescaffier (Stephen Park), quien ha desarrollado una variante culinaria específica a su línea de trabajo, para convertirse en una historia de intriga y secuestro.

La crónica francesa_1

La crónica francesa puede lucir demasiado meticulosa y elaborada. Como en las demás películas de Anderson, ningún detalle parece fuera de lugar. Pero más que capricho o rigidez autoritaria, el aspecto visual está al servicio de una extraordinaria capacidad de síntesis. Cada historia resulta efectiva y emotiva a pesar de su breve duración. La narración, con mención a simples detalles, permite imaginar contextos históricos, movimientos artísticos y políticos y controversias criminales que se sienten tan ricas como las de la vida real. Como aquellos escritores reconocidos por su economía del lenguaje, que pueden crear una imagen completa con una pocas palabras, Anderson logra transmitir la personalidad, el sentir y las experiencias de sus personajes con instantes de tiempo en pantalla.

La crónica francesa también continúa sus juegos con el formato y la relación de aspecto de la pantalla, recurso que había utilizado previamente para anidar las narrativas de El gran hotel Budapest. Las tres historias principales de La crónica francesa son presentadas principalmente en el formato casi cuadrado de la Academia y en blanco y negro. Pero Anderson y su director de fotografía regular Robert D. Yeoman, insertan de vez en cuando imágenes en color o en formatos más amplios como sazón. La elección parece emular el contraste y acento que proporcionaban las fotografías a color y las páginas extendidas de una revista de la época.

La crónica francesa es un tributo a la energía colaborativa de la sala de redacción, diferentes voces con distintas intenciones y trasfondos, guiadas y convertidas en un todo coherente por una fuerte, más no rígida, voz editorial. El planteamiento es instantáneamente nostálgico, en particular por su contraste con los medios impresos de hoy. Es un viaje de vuelta a una época de generosos presupuestos y calendarios, donde autores idiosincráticos podían tomarse el tiempo para perderse en los lugares y volverse parte de las historias. Congruente con el lado más nostálgico de Anderson, La crónica francesa cierra reforzando la idea de que lo que acabamos de ver es precisamente un recorrido por un tiempo pasado, que no se repetirá.

La energía de las oficinas de la revista se refleja en la realización de la película, repleta en el frente y detrás de cámaras por los colaboradores usuales de Anderson. Más que a la labor periodística, La crónica francesa se antoja un tributo a las camaraderías, casi familias, que se forman en un ambiente profesional muy cercano. En el guion colaboran con él sus compañeros frecuentes Roman Coppola, Hugo Guinness y Jason Schwartzman, mientras que el elenco incluye también, entre muchos otros, a Anjelica Huston, Bob Balaban, Edward Norton, Willem Dafoe. Uno se entretiene buscando en su elenco a aquellos que han trabajado en una película anterior de Anderson, y éste, como el personaje de Murray hace con su propio equipo, se deleita en sacar lo mejor de cada uno.


★★★1/2