En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver La casa Gucci, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(House of Gucci; Ridley Scott, 2021)

Ridley Scott ha tenido una carrera de poco más de cuarenta años y su filmografía contiene una que otra película ampliamente considerada como clásico; a pesar de esto no se apega a la idea popular del autor cinematográfico: la de un director cuyo estilo y obsesiones personales se imponen sobre cualquier película que hace. Scott se parece más a un director de estudio del Hollywood clásico (de aquellos quienes inspiraron la teoría del autor en primer lugar), explorando distintos géneros con poco más que lo distinga que la eficiencia y el profesionalismo. Cuando algunos de sus contemporáneos (así como otros más jóvenes) se aferran a filmar en celuloide por razones estéticas o nostálgicas, Scott ha bienvenido el nuevo estándar de la industria, haciendo todas sus películas desde 2012 en formato digital. Donde otros directores se abstienen de cubrir distintos ángulos para protegerse de la manipulación en la postproducción, Scott tiende a filmar escenas con hasta cuatro cámaras simultáneamente, conservando la mayor cantidad de reacciones de sus actores y acelerando el tiempo de producción.

No por nada Scott, a sus más de ochenta años, continúa siendo tan prolífico como siempre. Tan solo el 2021 vio el estreno de dos nuevas películas suyas (aunque la primera de ellas estaba programada originalmente para finales de 2020, previo la pandemia por COVID-19). Tanto El último duelo como La casa Gucci son películas de época, basadas en hechos reales, sobre mujeres que se enfrentan con determinación a ambientes dominados por hombres (la fuerza de sus personajes femeninos es otro elemento que recurre en las películas de Scott; destacan Alien, el octavo pasajero y Thelma & Louise), pero más que nada se caracterizan por la eficiencia, aunque no siempre la efectividad, de su realización.

La casa Gucci es una dramatización de los eventos que llevaron al atentado contra la vida del empresario Maurizio Gucci, heredero del imperio italiano de la moda que lleva su apellido. Adam Driver interpreta a Maurizio y Lady Gaga a Patrizia Reggiani, su primera esposa. Al principio de la película, ella trabaja en la empresa de transportes de su padre y él está estudiando para convertirse en abogado, buscando no depender de que su padre Rodolfo (Jeremy Irons) y su tío Aldo (Al Pacino) lo nombren sucesor a la cabeza de la rica compañía.

Maurizio y Patrizia se conocen en una fiesta y las chispas parecen flotar desde el principio. Él es tímido y reservado por lo que ella básicamente se invita a salir con él, no contando con que él lo haga. Los dos se vuelven una pareja seria, pero Rodolfo, aislado y todavía en duelo por la muerte de su esposa, no ve en Patrizia algo más que una cazafortunas. Dado el valor de la marca y la insistencia de ella, no es una sospecha que venga de la nada, pero la película se entretiene sembrando pistas de que el amor de Patrizia es genuino, dando lugar a un personaje más complicado del que parece a primera vista. Cuando Rodolfo amenaza con desheredar a Maurizio si se casa con ella, Patrizia recibe a su amado aun sin un centavo a su nombre; él acepta trabajar para el padre de ella con el resto de los obreros que limpian sus camiones.

Pero las cosas se complican. Sabiendo de la debilitada relación entre Rodolfo y Maurizio, Aldo empieza a buscar la simpatía de la nueva pareja, convencido de que su propio hijo Paolo (Jared Leto) es demasiado incompetente para liderar la empresa en su lugar. Leto, debajo de chillones atuendos y una gruesa capa de maquillaje prostético, da a la película su más extraña pero también su más memorable y efectiva interpretación. Es un logro de casting más que de actuación: Leto, un actor que parece modular sus actuaciones para votantes del Oscar que piensan que más es lo mismo que mejor, le queda como anillo al dedo a un personaje tan convencido de su propio talento y carisma, pero cuya idea de sí mismo y sus capacidades verdaderas están separadas por un abismo enorme. Paolo es un niño narcisista, un payaso trágico: un momento supuestamente dramático en el que confronta Patrizia y Maurizio se vuelve difícil de tomar en serio porque los parabrisas del auto del que se acaba de bajar se siguen moviendo en el fondo. Es un detalle precioso: hasta cuando toca fondo, su personalidad atolondrada se impone.

Leto es el caso más extremo pero cada miembro del elenco hace un buen trabajo de exagerar las características de sus personajes que son más relevantes para su historia. Parecen estar en sintonías diferentes, convencidos de que son el protagonista de su propia película (cosa que funciona con el tema de una familia que se pelea por el control de una empresa que vale millones). Como Maurizio, Driver no brilla como lo ha hecho en otros papeles, pero acierta esa transformación de un tipo tímido y sensible a un frío y controlador aspirante a ejecutivo. Y Gaga le da a Patrizia una personalidad tan fuerte. Su intromisión en los asuntos de Gucci no se siente como un plan deliberado por parte de ella, sino como una inevitabilidad de su personalidad que hasta ella la sorprende.

El guion, a cargo de Becky Johnston y Roberto Bentivegna, se mueve con rapidez, entretejiendo los distintos eventos y personajes en un todo coherente y hasta emocionante, si con algunos abruptos saltos de tiempo. Pero lo que mantiene a La casa Gucci lejos de la grandeza es, curiosamente, lo mismo que la hace tan funcional. La dirección de Scott es atinada, poniendo a los actores siempre al centro y sacando lo mejor de sus ocasionalmente dispares interpretaciones. Pero al final, La casa Gucci es una absurda sátira con muy poco color y una película sobre una de las grandes instituciones de la moda que está tan poco interesada en la moda–en algún momento se reportó que el director hongkonés Wong-Kar wai dirigiría la película; uno pensaría que su estética romántica sería mucho más atinada al material.

Scott, no obstante, retiene a mucho de su equipo usual, particularmente al director de fotografía Dariusz Wolski, quien lo ha acompañado desde el inicio de la etapa digital de su carrera. En conjunto crean una que otra imagen que impacta por su iluminación, pero en general La casa Gucci retiene esa estética fría y descolorida de su trabajo reciente–la decisión de filmar los momentos más públicos de la familia Gucci en blanco y negro casi se pierde porque el resto de la película ya tiende hacia una gama monocromática. La realización de la película no es necesariamente mala, solo una que no necesariamente encaja con lo que la historia y su burdo subtexto parecen exigir.


★★★