En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver King’s Man: El origen, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.
(The King’s Man; Matthew Vaughn, 2021)
Las políticas de las películas de Kingsman siempre han sido un tanto difíciles de descifrar. A primera vista pareciera que se tratan tan solo de un homenaje afectuoso de las películas de James Bond, en particular de la extravagante y colorida era de Roger Moore. El que sus héroes se dejaran definir por los trajes de sastre de Savile Row, los modales de los caballeros de antaño y las historias del Rey Arturo sugieren una añoranza por una versión imaginada del pasado glorioso del imperio británico, similar a la fantasía que James Bond parecía diseñado para saciar en sus inicios. Pero en su ejecución, Kingsman: El servicio secreto y Kingsman: El círculo dorado llevaban las situaciones a extremos tan absurdos que no podían evitar sentirse como una burla de los impulsos más violentos y retrógrados de aquellas películas: en manos del director Matthew Vaughn lo chocante se volvía más chocante e imposible de tomar en serio. Era una serie que ridiculizaba aquello que parecía abrazar con tanto entusiasmo.
King’s Man: El origen, a medio camino entre una precuela y un spin-off, no hace las cosas más fáciles. Desde el mismísimo principio se siente como una denuncia contra las formas que sostuvieron el Imperio Británico. En 1902, el duque Orlando de Oxford (Ralph Fiennes) llega con asistencia de la Cruz Roja a un remoto puesto militar en Sudáfrica, solo para descubrir que su amigo cercano, el noble Herbert Kitchener (Charles Dance), lo administra como un campo de concentración contra los Bóeres (descendientes de los colonizadores daneses del sur de África). No hay tiempo para ahondar en la crueldad que debe ocurrir dentro del campo (o la que ocurrió para que los poderes europeos pudieran repartirse el territorio de África en primer lugar) pero la secuencia y diálogos posteriores dejan el mensaje de que la nobleza y privilegio del que Oxford y sus compañeros gozan depende directamente de la violencia sobre otros.
Este prólogo más que nada explica la tragedia familia que proporciona la tensión entre los dos personajes principales: el duque y su hijo Conrad (Harris Dickinson). Después de que la esposa de Oxford y madre de Conrad es mortalmente herida, el duque se compromete a proteger a su hijo de los horrores de la guerra. Él ya era un ávido pacifista, pero la muerte de su esposa solo fortalece su resolución. Pero su tarea se complica ya que están en el preludio a la Primera Guerra Mundial y Conrad están ansioso por enlistarse y dar su vida por la Reina y la patria. El duque alguna vez pensó como él, hasta que tuvo la revelación de que como soldado del imperio solo era enviado a invadir tierras lejanas, matando a quienes solo querían conservar sus hogares. Oxford no solo no quiere proteger a su hijo de la guerra, evitará que haya guerra si puede hacer algo al respecto.

Por mucho de su duración, King’s Man: El origen no se comporta como una aventura ligera y llena de acción al estilo las dos películas anteriores, en las que un espía joven y encantador viaja por el mundo frustrando los planes de un supervillano. El guion, por Vaughn y Karl Gadjusek (en lugar de Jane Goldman, con quien Vaughn escribió las primeras dos entregas) dedica mucho de su extensión al trasfondo político que hace del espionaje necesario. Mucho se desarrolla en oficinas y palacios, donde los impulsos satíricos de la serie se asoman de nuevo. Siguiendo el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria (Ron Cook), el Rey Jorge de Inglaterra, el káiser Guillermo de Alemania y el zar Nicolás de Rusia (los tres interpretados por Tom Hollander) se preparan para una guerra que la película presenta como un capricho infantil entre los tres monarcas; costoso, brutal y finalmente inútil–un gag visual algo perverso muestra a una fila de soldados emergiendo heroicamente de las trincheras, solo para ser derribados uno a uno. La película intercala entre esto y escenas en las que Conrad insiste en enlistarse y su padre se resiste, presentadas de manera sincera y directa, como un drama convencional sin mucho humor o subversión.
Siendo no solo una secuela a una adaptación de un comic de Mark Millar y Dave Gibbons sino también una entrega más de una de las franquicias regulares de Twentieth Century Fox (antes de ser absorbido por Disney), King’s Man: El origen se ve obligada a jugar dentro del contorno de su colorido y ridículo universo. En éste, los eventos de la historia europea están siendo orquestados por una sociedad secreta en el molde de la SPECTRE de James Bond, encabezada por una misteriosa mente maestra con una guarida en una granja de cabras en la cima de un monolito, cuyos miembros incluyen a personajes tan dispares como la seductora espía Mata Hari (Valerie Pachner), al consejero del zar Rasputín (Rhys Ifans) y a Vladimir Lenin (August Diehl). Oxford, por su parte, combate sus esfuerzos con su propia red de espionaje que empieza con su chofer Shola (Djimon Hounsou) y la niñera Pollyanna Wilkins (Gemma Arterton) y engloba a los empleados domésticos de las figuras más poderosas del mundo.

Sobra decir que el drama político más o menos sincero y el universo sacado de una parodia de espionaje no siempre hacen buena combinación. Mucho tiempo pasa antes de que ocurra algo particularmente entretenido. Sus partes más serias no necesariamente están mal hechas, pero es difícil aceptarlas dado el ridículo que sucede a su alrededor. Quizá por esto la película trata de compensar con más vulgaridad de la que es necesaria cuando surge la oportunidad. Rhys Ifans es divertidamente grotesco como Rasputín, pero su enfrentamiento importante con los héroes de la película involucra una subtrama en la que un visiblemente incómodo Conrad debe seducirlo para después envenenarlo.
Es una bendición entonces que ésta de lugar a una secuencia en la que Vaughn puede demostrar sus capacidades como director de acción, en la que sus movimientos de cámara y tomas prolongadas sacan lo mejor del estilo de pelea de Rasputín, una parodia del baile ruso que incorpora muebles y objetos de manera más o menos creativa que complementa su excéntrica personalidad–otras secuencias son aliviadas por tomas divertidamente imposibles como una que va de la ventana de un barco al centro de comando de un submarino y de regreso; Vaughn en general muestra una preferencia por tomas que tratan de ser simples y elegantes pero más que nada se sienten planas.
Esto ocurre alrededor del punto medio, pero la película no se convierte en la aventura de acció que uno espera sino hasta cerca del final. Tan pronto termina la primera misión de Conrad, éste finalmente logra enlistarse al ejército y es enviado a combatir en las trincheras. Aquí Vaughn brilla de nuevo, la secuencia en la que Conrad y sus compañeros deben adentrarse en la tierra de nadie está hecha con suspenso y emoción, aunque también con tanta seriedad que parece parte de una película totalmente diferente.
Extrañamente, tiene un punto. Encaja con su recurrente mensaje antibélico, sobre todo cuando el esfuerzo de Conrad logra traerle gloria pero no lo salva de la violencia sin sentido. Toda esta subtrama, y la película por extensión, se siente como la obra de un cineasta aburrido con la franquicia que él mismo creó, intentando llevarla en direcciones nuevas y no siempre congruentes. Pero uno se siente inclinado a perdonárselo, pues sus tangentes son exploradas con cierta convicción, como ideas que le interesan personalmente (hay tantas partes de la película que uno se imagina a algún ejecutivo del estudio queriendo recortar por lo poco que encajan con el resto).

Y es en este punto donde la película finalmente encuentra su ritmo. Donde finalmente invierte la fórmula del héroe joven y el mentor mayor que otras películas (incluyendo la primera de Kingsman) han explotado hasta el cansancio. Es aquí donde se convierte en la película de acción estrafalaria que promete y verdaderamente aprovecha el carisma de su estrella. Fiennes, a sus casi sesenta años, es divertidamente incongruente en el rol de héroe de acción, pero también le da un toque de refinación y cinismo inglés que contrasta con la figura más tosca y ruda de, por ejemplo, Liam Neeson en los papeles similares de su carrera más reciente.
¿Basta este final para redimir las casi dos horas un tanto flojas y tediosas que le preceden? Es frustrante que la película no pueda ser tan consistentemente entretenida desde el principio. Y es una lástima que la película delate planes para el futuro (actores reconocidos como Daniel Brühl, Stanley Tucci y Aaron Taylor-Johnson tienen papeles minúsculos que parecen augurar más en potenciales secuelas; la secuencia post-créditos es una cruda burla del típico escenario con el que culminan tantas películas de Marvel) cuando la nueva administración del estudio seguramente no hará nada con ella. King’s Man: El origen es menos que la suma de sus partes, una entrega un tanto desalentadora de una serie que no siempre estuvo a la altura de su entretenido y subversivo potencial. Pero tiene sus placeres muy particulares y mentiría si dijera que no quisiera ver más de ella.