En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver El callejón de las almas perdidas, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.
(Nightmare Alley; Guillermo del Toro, 2022)
Hay un signo de interrogación al centro de El callejón de las almas perdidas y es su protagonista. La nueva película de Guillermo del Toro, abre con Stanton Carlisle (Bradley Cooper) enterrando lo que parece un cadáver debajo del piso de una casa antes de prenderle fuego a los dos y caminar hacia lo lejos. ¿Quién era el muerto? ¿Cómo murió? ¿Por qué Stanton hace todo esto? Antes de que podamos tener algo que se aproxime a una respuesta, Stanton está en un autobús, aparentemente sin rumbo, y no se baja hasta el final de la línea, donde se encuentra instalada una feria itinerante.
La feria es la primera señal de que sin lugar a duda estamos en una película de Guillermo del Toro. Personajes que bajo otra mirada serían grotescos, la película nos enseña a no temerles, pero también a no tenerles lástima. Hay un “monstruo” que mata gallinas con su boca para el entretenimiento y horror del público, una figura que resulta curiosamente simpática incluso antes de que Clem (Willem Dafoe), el dueño y director de la feria, nos pueda explicar que se trata de un adicto al que manipula con opio y alcohol. Pero incluso aquellos más “normales” tienen ese aire de tragedia y soledad que en Del Toro inspiran afecto y un sentido de comunidad. Están Zeena (Toni Collete) y Pete (David Strathairn), una pareja con un acto de clarividencia; El Mayor Mosquito (Mark Povinelli), un hombre con enanismo que interpreta a varios personajes y Bruno (Ron Perlman), un forzudo que actúa como figura paterna. Y está también Molly (Rooney Mara), una joven que fuera de su acto recibiendo descargas eléctricas es tímida e inocente y de quien Stanton pronto se enamora.
Stanton tiene talento y ambición. Dibuja e inventa formas creativas de enriquecer los actos de los demás. Su carisma e improvisación le permiten impresionar a un policía que llega tratando de clausurar la feria. Eventualmente Stanton logra convencer a Molly de fugarse con él y probar suerte en la ciudad con su propia versión del acto de clarividencia de Zeena y Pete. Todo esto compone el extenso prólogo de una película que se mueve con ritmo incierto. En su disposición de explorar distintas avenidas con poca o ninguna urgencia se sienten sus raíces en el formato de la novela–está basada en un libro de William Lindsay Gresham de 1946, previamente hecho película por Edmund Goulding en 1947.
El guion de del Toro y Kim Morgan construye un rico tapiz de actividades, mostrando el detrás de escenas del acto de Pete y Zeena y las interacciones que caracterizan el día a día de la feria. Cuando la película se traslada a la ciudad, una curiosidad similar permite mirar a las intimidades de personajes secundarios como un juez y su esposa en duelo por la muerte de su hijo en la guerra, un hombre rico que busca expiar por un pasado turbio y su particularmente leal guardaespaldas. Sus interacciones con Stanton también ayudan a situar a la historia en su tiempo adecuado, a inicios de los cuarenta, en el ambiente de tensión de los inicios de la Segunda Guerra Mundial que inspiró las obras del cine negro en que la película claramente se inspira.

En su estética, El callejón de las almas perdidas está claramente inspirada en los clásicos del género y de la época, sin imitarlos necesariamente. Del Toro le da también ese aire fantasmagórico y fantasioso por el que es conocido, aun si la historia apenas coquetea con los aspectos sobrenaturales. El diseño de producción, más que congruencia con el periodo, busca un sentido de drama amplificado; las fuertes luces y sombras también refuerzan el secreto y la teatralidad que caracteriza la vida de sus personajes. El director de fotografía Dan Laustsen coloca la cámara típicamente desde abajo y siempre flotando, con lentes cuya amplitud sutilmente exagera los tamaños de sus personajes y las profundidades de sus espacios. Hay transiciones que con una sensación mágica borran el tiempo y el espacio, como llamando atención al artificio. Es un cautivador contrapunto a una narrativa que no sólo revela los secretos de los trucos, sino que los ve con cierto cinismo.
Es un poderoso despliegue de las capacidades de del Toro, pero también se siente como una cortina de humo a una historia que no tiene mucho debajo. Como narrador, del Toro reconoce que no es necesario revelar todos los misterios de su protagonista para que éste capture nuestra atención. La actuación de Cooper logra transmitir un profundo vacío por llenar, pero aunque percibimos el impulso de Stanton hacia el espectáculo y el engaño, hace falta cierta sustancia. Su potencial trágico se pierde porque, aunque podemos entender qué vicio humano es responsable de sus tropiezos, éste no es del todo palpable. Lilith Ritter (Cate Blanchett), una respetada psicoterapeuta con la que Stanton se involucra, encarna bien las fortalezas y debilidades de la película. Cómo mujer fatal transmite confianza, misterio y poder, pero poca espontaneidad y peligro verdaderos. Es una actuación bien construida, pero rígida.
Del Toro siempre ha jugado con el cine de género, particularmente con el horror y la fantasía. Su filmografía transmite un profundo respeto y admiración por aquellas obras del cine y la literatura típicamente tachadas de violentas y vulgares. Del Toro no solo reconoce la técnica y el talento que exigen, pero también su capacidad de revelar verdades humanas. He ahí la verdadera oscuridad de sus mejores películas. Pero en El callejón de las almas perdidas es difícil sentir qué verdad le preocupa en realidad. Su duración exige de sus personajes una profundidad que no parece capaz de mostrar. Su enfoque es demasiado pulido para lo trivial que termina siendo todo.