En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Licorice Pizza, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.
(Licorice Pizza; Paul Thomas Anderson, 2022)
Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson nos deja claro desde el principio que estamos en un lugar y tiempo muy diferentes, con valores y costumbres que no necesariamente corresponden a los nuestros. Su primerísima escena establece que la trama gira alrededor de un muchacho de quince años que dice estar enamorado de una mujer varios años mayor que él. Más adelante, un hombre se dirige a su esposa japonesa usando un acento caricaturesco idéntico al que las películas y series de televisión de Hollywood utilizaban para burlarse de las personas de ascendencia asiática. Ambas decisiones han sido blanco de controversia, la cual vale la pena mencionar. La diferencia de edades es discutida por los mismos personajes, mientras que lo segundo ni siquiera es mencionado. Son parte de un tapiz más grande, de una recreación del Valle de San Fernando (un área mayormente suburbana al norte de Los Ángeles) en la década de 1970 que a primera vista parece romántica pero que esconde actitudes más complicadas.
Licorice Pizza es una película simple y modesta en comparación con otras de Anderson. Tiene una sensación casera, de un proyecto pequeño hecho entre familia y amigos. Maya Rudolph, pareja de Anderson, y los hijos de ambos tienen papeles pequeños. Una de sus estrellas es Alana Haim, de la banda Haim, para la cual Anderson ha hecho varios videos musicales. La otra es Cooper Hoffman, hijo de Philip Seymour Hoffman, actor que apareció en cinco de seis películas de Anderson antes de su muerte en 2014. Tiene una energía juvenil, no solo porque Anderson regresa a ese Los Ángeles que retrató de manera tan íntima y casual en sus primeras películas, pero ahora con una ligereza y espontaneidad que dista de sus más determinadamente virtuosas Boogie Nights: Juegos de placer y Magnolia. La cámara se mueve de manera más suelta y menos deslumbrante–el correr es un motivo visual recurrente– y el celuloide con el que está filmada tiene unos colores intensos que evocan el sol de California. La partitura es a cargo de Jonny Greenwood, aunque la mayoría del soundtrack se compone de canciones populares de la época.
Hoffman interpreta a Gary Valentine, un joven actor (basado en la figura de Gary Goetzman) en busca de intereses financieros que puedan sostenerlo ahora que está saliendo de su fase de estrella infantil. Gary es seguro de sí mismo, aunque no tan carismático como cree. Tan pronto la película empieza, él está tratando de coquetear con Alana (Haim) quien aparece en su bachillerato como asistente del fotógrafo encargado de los retratos de Gary y sus compañeros. Ella lo rechaza y no le faltan razones: él apenas tiene 15 años y ella 25.

Licorice Pizza adopta las convenciones de una historia de amor, pero está más interesada en cómo una mujer joven navega una sociedad que está decididamente en su contra. Tiene una estructura anecdótica, saltando de un lugar a otro, constantemente introduciendo personajes y situaciones nuevos. Su único hilo conductor, fuera de la relación entre Gary y Alana, es la forma en que los hombres proyectan sus expectativas sobre las mujeres y las moldean a partir de ellas.
En las escenas más criticadas de la película, John Michael Higgins aparece como Jerry Frick, el empresario que fundó el primer restaurante japonés en San Fernando, al lado de sus dos esposas japonesas Mioko (Yumi Mizui) y después Kimiko (Megumi Anjo). Hay poca ambigüedad en el hecho de que, para él, ambas mujeres son una extensión de su personalidad, un símbolo de estatus. Uno puede cuestionar la pertinencia de utilizar dos mujeres asiáticas de esta forma en una historia que gira alrededor de personajes blancos, pero las escenas, aunque chocantes y sin consecuencia, no son carentes de intención y relevancia temática. Nos cuentan del mundo que a Alana le tocó vivir.
Alana entonces acepta reunirse con Gary en su lugar favorito y desde ese momento se convierte en una presencia constante en su vida. Actúa como su acompañante cuando va a Nueva York para promocionar la película que filmó con Lucy Doolittle (Christine Ebersole), una actriz basada en Lucille Ball. En la gira, Alana conoce a Lance (Skyler Gisondo), un coestelar de Gary, y se convierte en su novia. Gary está devastado, pero afortunadamente para él, Lance y Alana no duran mucho: él es ateo, lo que choca con la familia judía de ella. Alana está dolida, particularmente porque él, siendo un actor con cierta reputación, era su oportunidad de salir del lugar donde se siente atorada.
Alana regresa a Gary, apoyándolo en su nuevo negocio de venta de camas de agua. Él, a su vez, la apoya en su intento de conseguir una carrera como actriz. Sus emprendimientos los llevan a encontrarse con los miembros más conocidos del elenco, interpretando figuras de la historia de Hollywood y Los Ángeles en general. Sean Penn interpreta una versión de William Holden (aquí llamado Jack Holden) y Tom Waits a su director en Los puentes de Toko-Ri. Bradley Cooper aparece como Jon Peters, el temperamental y dominante estilista de Barbra Streisand y después productor de cine. Y Benny Safdie como Joel Wachs, un edil de Los Ángeles en campaña para convertirse en alcalde de la ciudad. Los cuatro personajes son parte del rico tapiz de la película, de su precisa recreación del sur de California de los setenta, pero también síntomas de su limitada cultura: de una forma u otra, todos terminan tratando de sacar provecho de Alana y del hecho de que es mujer.

El mundo de Licorice Pizza es hipersexual; la mirada masculina recibe tanto énfasis que en momentos se vuelve casi satírica: la escena en que una joven negra (Iyana Halley) le presenta a Gary las camas de agua se mantiene tan atenta al rostro y el cuerpo de alguien que tan solo está tratando de venderle algo. Similarmente, todas las ideas de negocios de Gary parecen tener algo que ver con el sexo: invitar a amigas a modelar en traje de baño para promocionar su producto, redactar anuncios que resaltan las propiedades de la cama, orillar a Alana a que use una voz sensual ante un cliente indeciso.
Los eventos de Licorice Pizza no terminan contando una verdadera historia de amor. Puede dar esa impresión por la larga tradición de películas que disfrazan lo manipulador como romántico. ¿Se puede culpar a Anderson por películas que no hizo? Anderson juega con estas convenciones narrativas, pero consciente de que sus personajes son más que ello. Hay cariño y preocupación por el otro: como cuando Gary es arrestado por accidente y ella corre para asegurarse de que él está bien, o cuando él hace lo mismo al ver que ella cae de la motocicleta de Holden. Gary es posesivo y celoso. Cuando Alana dice en una entrevista de trabajo que estaría dispuesta a hacer desnudos en escena, él insiste que le muestre sus pechos; no entiende por qué ella los mostraría en pantalla y no a él en privado. Su idea de respeto y madurez parece ser el levitar su mano sobre su pecho sin llegar a tocarla sin su consentimiento. Alana también utiliza a Gary, pero su caso es más pragmático y ligeramente trágico. Él hace lo que quiere, ella lo que puede.
Como El hilo fantasma, la última película de Anderson, Licorice Pizza deja un sabor agridulce: menos el de una historia de amor que la de dos personas que, por su entorno y sus flaquezas individuales se dejan convencer de que están en una. Es difícil imaginar una relación estable y duradera para Gary y Alana, pero ahí quizá se encuentra su verdadero romance: en esa fugaz e inocente distorsión de la realidad. De lo que no puede ser.