Del 10 al 20 de marzo se estará llevando a cabo la edición número 12 del Festival Internacional de Cine UNAM, espacio de la Universidad Nacional Autónoma de México para celebrar el cine de México y el mundo para un público principalmente joven. Aquí les comparto mi cobertura de las once películas de la selección Ahora México.
El Espejo y la ventana
(Diego Gutiérrez, 2021)
El espejo y la ventana parte de una trágica e inusual coincidencia. Dos personas muy cercanas al director Diego Gutiérrez le piden que los filme en su enfermedad. Uno es su colega y amigo cineasta Danniel Danniel, a quien le acaban de diagnosticar cáncer; la otra su madre Gina, que acaba de sufrir una serie de infartos. Ambos lo hacen con el reconocimiento de una muerte que sienten cercana, aunque el propósito del documental nunca es tan simple y lineal como el solo documentar y conservar para la posteridad quiénes eran.
El documental se ambienta en su mayoría en un local solitario en Holanda, donde vive Danniel, y un apartamento en Ciudad de México, donde vive Gina. En sus respectivos espacios, ambos toman oportunidad para rememorar: contar historias de su pasado, señalar fotografías y otros objetos de importancia sentimental. De vez en cuando regresan a temas en particular: él a su relación con sus padres, ella a un amor perdido, un hombre con el que tuvo una aventura cuando todavía estaba con el papá de Diego. Danniel es articulado e inquisitivo, sus monólogos se desenvuelven con fluidez y filosofía. Gina transmite mayor fragilidad. Su voz es a ratos difícil de descifrar; cerca del final, requiere de oxígeno y de una enfermera que la ayude a moverse.
Un tercer personaje es el inhóspito y frío continente de la Antártida, que aparece a través de imágenes de sus glaciares y reflexiones, con una intención metafórica. La yuxtaposición de Danniel y Gina pemite que el documental se trate menos de cualquiera de sus personalidades individuales y más sobre el acto de recordar y el proceso de duelo. El título evoca la dualidad de la mirada, ver hacia afuera y ver hacía uno mismo. Al ver a otros, Gutiérrez parece ver buscar dentro de sí, que sus relaciones con otros nos revelen algo más. El espejo y la ventana es un acto de narración colaborativa. Sus sujetos se muestran a ratos inciertos sobre lo que quieren decir y cómo hacerlo, pero mantienen la resolución de que es importante. Nunca deja de sentirse como algo voluntario, captura una intimidad que nunca se siente forzada o manipuladora.
★★★
Las hostilidades
(M. Sebastian Molina, 2021)

Debe ser difícil retratar el lugar en el que uno creció. Los lugares y los rostros resultan tan familiares que es fácil perder de vista aquello que lo hace tan único y especial. Pero es precisamente esto lo que el director M. Sebastián Molina intenta, y en su mayoría logra, con Las hostilidades, un documental sobre su comunidad y su familia que apunta a lo abstracto y ocasionalmente encuentra lo bello. El nombre del lugar puede ahora sonar familiar para muchos. Es Santa Lucía, un pequeño pueblo en el Estado de México, sitio de la base aérea militar del mismo nombre y ahora del aeropuerto, proyecto emblemático de la actual administración federal. Los aviones que surcan los cielos inevitablemente hacen una aparición.
Más allá de su relación personal, Molina encuentra en Santa Lucía un sólido objeto de estudio. Santa Lucía es una comunidad atrapada entre lo rural y lo urbano, entre la autoridad y la ilegalidad: un asentamiento agrícola lentamente absorbido por la mancha urbana de la Ciudad de México; su reputación militar, por otra parte, contrasta con el incremento en la violencia del crimen organizado. Éstos últimos dos proporcionan las principales opciones para las voces del documental, integrantes de la comunidad que han participado o tenido cercanía con uno o con otro.
Una voz juvenil domina a Las hostilidades. No solo en las narraciones que se escuchan, cuestionando las costumbres heredadas de las generaciones anteriores así como sus prospectos del futuro. Se nota también en las imágenes y actividades que Molina documenta; las fiestas locales y los juegos de los niños, bailes y peleas, los colores del atardecer y las luces de los juegos pirotécnicos parecen capturadas con energía y curiosidad, de manera burda pero espontánea, destinadas a convertirse en recuerdos evocados con nostalgia.
★★★
Publicado originalmente el 6 de noviembre de 2021 en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia.
Apocatastasis
(Shinpei Takeda, 2022)

Apocatastasis entrelaza las historias de dos personajes. La primera es Aida (Hila Gluskinos), una joven que vive en Alemania y trabaja tomando radiografías en el consultorio de un dentista. El segundo es Joaquín (Josemar González), un músico de Tijuana, Baja California con una trágica historia que tiene que ver con la ola de la violencia que inició en la ciudad hace varios años. A ambos los atormenta una alucinación en común: un ruido que no pueden explicar y que los lleva por distintos motivos y caminos a una isla abandonada en la costa de Japón.
En este rompecabezas que hemos de armar poco a poco, las piezas encajan en la forma de vagas conexiones. Convencida de que la radiación con la que trata todos los días en su trabajo es la raíz del problema, Aida gravita hacia las historias de un sobreviviente del bombardeo atómico de Nagasaki al final de la Segunda Guerra Mundial. Buscando sus propias explicaciones, Joaquín se orilla más a las alucinaciones participando en un ritual indígena en medio del desierto. Cuando los dos se encuentran finalmente en la isla, se comunican sin problemas a pesar de que nunca dejan de hablar sus respectivos idiomas–ésta última mitad es un tanto menos efectiva que lo que vino antes, González tiene la energía de un actor inexperimentado, y sus diálogos no siempre suenan convincentes.
Apocatastasis cuenta de una condición universal y compartida, un vínculo invisible sugerido a través del intercambio indirecto entre las historias. De eventos de trauma colectivo–el bombardeo de Nagasaki, la violencia en Tijuana, pero también el de la isla Nozaki, previamente hogar de una comunidad cristiana hasta que fue abandonada–y cómo se manifiestan en el imaginario de los sobrevivientes. El director Shinpei Takeda construye una atmósfera constantemente misteriosa y cautivadora, con fotografía de la naturaleza y sus sonidos. Un ambiente completo en lugar de solo simbolismo. El título, como nos dice en un texto muy al principio, se refiere a la restauración de la condición original de algo y la película, en su evocadora incertidumbre, deja abierto si esto es posible o siquiera deseable.
★★★★
Pobo ’Tzu’
(Tania Ximena & Yollotl Gómez Alvarado, 2021)

En 1982, el volcán Chichonal en el estado mexicano de Chiapas hizo erupción, sepultando bajo sus cenizas a la comunidad de Guayabal, habitado por indígenas del pueblo zoque. Pobo’ Tzu’ abre 38 años después, cuando los pobladores de Nuevo Guayabal toman la decisión de regresar al sitio del viejo pueblo. Es una idea a la que algunos se resisten al principio. Temen que desenterrar los restos de sus habitantes y los escombros del pueblo pueda traer cosas malas. Pero el sueño y la iniciativa de uno de ellos se impone y en grupo y con machetes, palas y picos emprenden su camino.
La cosmovisión zoque le proporciona a la película su prólogo y es este punto de vista el que guía el estilo del documental de Tania Ximena y Yollotl Gómez Alvarado. A través de una cámara que se mueve con fluidez y una fascinación en los paisajes, capturan un ambiente natural que se siente vivo y que está estrechamente ligado a la vida de sus personajes–hay un corte particularmente acertado y hasta gracioso en el que las burbujas que se forman en el agua que se deposita en la cuenca del volcán da lugar a una olla de caldo hirviendo sobre el fogón. En conjunto con el diseño sonoro crean la sensación de algo que se puede despertar y mover en cualquier momento.
Hay personajes a los que el documental le da más atención que a otros, pero el protagonista es en sí el pueblo como colectivo. Inevitablemente se terminan sintiendo más como abstracciones que como individuos, y una secuencia en la que todos se ponen máscaras para participar en lo que parece un ritual se siente diseñada para desorientar, con énfasis en la extrañeza de sus tradiciones. Pero Pobo’ Tzu’ finalmente resulta una experiencia, más que espectacular, que provoca humildad ante la naturaleza, así como un digno acompañamiento a un ejercicio de memoria y reconstrucción.
★★★★
Publicado originalmente el 29 de octubre de 2021 en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia.
Donde duermen los pájaros
(Alejandro Alatorre, 2022)

Donde duermen los pájaros sigue la historia de Leo (Adrián Reza), un estudiante de preparatoria cuyos padres están separados. Él vive con su madre (Camille Valdéz), una oficinista. Su padre (Noé Rendón), trabaja en una mina, ha conocido a otra mujer y constantemente encuentra excusas para no verse con Leo. Con cualquier de los dos, sus conversaciones apenas rayan la superficie. Preguntas vagas (¿cómo va la escuela? ¿cómo están sus amigos?) que él responde con rotunda brevedad. Propio de las películas de la adolescencia, Donde duermen los pájaros tiene una estructura anecdótica. Leo tiene sueños intensos que no lo dejan dormir bien y por los que termina quedándose dormido en clases. Pasa sus tardes en su patineta y con sus amigos, uno de los cuales lo mete en problemas pidiéndole que venda objetos dudosos en una casa de empeño.
El único verdadero tropiezo de la película es el personaje de Scarlett (Yuritsy Aguilar), lo único que se siente imaginado, más que vivido. Ella entra en un molde bastante familiar: viste cabello azul y vestidos coloridos; es extrovertida y espontánea donde Leo es introvertido y achapado a la rutina. Su mera presencia pone la vida de él de cabeza, aunque su serio exterior no lo delate. Si no se siente enamorado, por lo menos se siente acreedor de los efectos de ella. La película de alguna manera se inclina hacia esta fantasía. Sus escenas juntos tienen una calidad onírica, sus diálogos no fluyen con la misma naturalidad del resto y cuéntense las veces que ella interactúa con otros personajes de la esfera de Leo. Pero la película hace énfasis sin de verdad profundizar en ella, haciendo que su historia potencialmente fresca se sienta como algo que hemos visto muchas veces antes.
Donde duermen los pájaros no obstante tiene un toque de genio y es la forma en que captura sus espacios y a sus personajes dentro de ellos. Se ambiente la ciudad de Zacatecas y uno nota desde el principio cómo para el director Alejandro Alatorre ésta parece más fascinante que los individuos de su trama. El Cerro de la Bufa siempre en el fondo, las serpenteantes calles y los edificios coloniales del centro, el ferrocarril de carga, las avenidas con pasos a desnivel, todos cuentan de una ciudad con su propia historia y peculiaridades. Sus personajes aparecen encuadrados de tal manera que se sienten como una extensión de ella. Una familiaridad con lo que no se encuentra en otra parte, un juvenil sentido de aventura y una capa de nostalgia.
★★★1/2
Si pudiera desear algo
(Dora García, 2021)

Si pudiera desear algo traza dos líneas argumentales que parecieran no tener mucho que ver la una con la otra. El documental de Dora García intercala entre las recientes protestas feministas en distintos sitios de la Ciudad de México y la grabación de una canción de La Bruja de Texcoco, una cantante y multiinstrumentista trans. Las imágenes de las protestas, tomadas de una multitud de fuentes, nos muestran el fenómeno con inusual cercanía y detalle. Vemos marchas, pintas y carteles que hablan de, no uno sino de muchos feminismos, con distintas intersecciones y preocupaciones: el aborto, el trabajo sexual, violaciones, la policía, el medio ambiente y las mujeres indígenas. Pero también los momentos de respiro, el antes de.
La música juega un rol constante. En el estudio vemos a La Bruja y a sus compañeros experimentar con distintos instrumentos y géneros: batería, bajo y guitarra eléctrica; también instrumentos de músicas tradicionales indígenas como el son de Guerrero, el huapango y la pirekua purépecha. En las protestas vemos los cantos que estimulan la unidad y mantienen la energía.
En lo que se siente como un clímax, el documental nos muestra pequeños incendios, daños a la propiedad y los encuentros entre las manifestantes y las mujeres policías, al lado del momento en que la Bruja finalmente nos habla de su propia experiencia con la identidad de género. El término de mujer trans le parece apropiado, pero también habla de incorporar elementos de lo no binario y de lo queer y cómo las etiquetas en general le parecen reductivas.
Si pudiera desear algo habla de dos procesos de creación, de cómo ésta puede parecer destructiva e incómoda, si ha de ser verdaderamente significativa. Hay un corte simpático entre las pintas en las paredes de un edificio público y una nota sobre un refrigerador que dice “Mantener la cocina limpia, gracias”, una yuxtaposición entre la disrupción del viejo orden y la paz y normalidad de uno nuevo.
★★★
Agua Caliente
(Diego Hernández, 2022)

Como he dicho previamente, me cuesta ser objetivo con las películas de Diego Hernánez. Son el trabajo de personas que estimo mucho y considero amigos y siento una familiaridad con la Tijuana que retrata. Agua Caliente me inspiró sentimientos parecidos a su película anterior, Los fundadores, aunque las similitudes entre ambas tienden a ser de corte superficial: juegos con la ficción y la realidad, secuencias que se desenvuelven en planos fijos y prolongados, una duración que apenas supera la hora y un título que hace referencia a un boulevard de Tijuana sin ser realmente sobre él (lo más cercano es una referencia a “las torres”, nombre coloquial del Grand Hotel Tijuana, que se ubica en éste).
Agua Caliente se enfoca también en un trío de personajes (cuatro, si contamos también a la perra Luna) que incluyen al mismo Diego, pero por motivos de la pandemia se desarrolla casi totalmente en el interior de la casa donde viven él y su madre Graciela. El tercer personaje es Melissa (la coproductora Melissa Castañeda), la pareja de Diego y a quien él piensa pedirle matrimonio. Solo aparece cerca del final, mucho de la película gira alrededor de los preparativos y de las reflexiones de Diego y Graciela sobre el matrimonio.
Agua Caliente es un retrato nada sentimental del vínculo maternal, enfocándose en actividades casuales y de rutina: las clases en línea, los dos comentando noticias que ven en línea o escuchan de vecinos o tejiendo cubrebocas a partir de retazos de tela. La sensación no es necesariamente de encierro, pero cuando llega la ocasional toma del cielo nublado caemos en cuenta de que nunca hemos dejado la casa. Hay esta amigable tensión entre los personajes y el propósito de la película: Diego le pregunta a Graciela qué ideas tiene para mostrar, ambos versan sobre los elementos de ficción y realidad. Da la impresión de un proyecto balanceado y creado en conjunto, a pesar de que en teoría uno es el director y la otra su sujeto.
No es una película sin sentido del humor: el título pareciera no ser más que una referencia a un boiler que no funciona. El final deja la sensación de un cálido abrazo, la idea de que esos momentos más casuales y ordinarios, son la piedra angular de los vínculos humanos más profundos y que por ello son cinematográficos.
★★★1/2
Dioses de México
(Helmut Dosantos, 2022)

Lo más cercano que Dioses de México nos da a una explicación de sí misma es el texto que acompaña su título: “un retrato de una nación a través de su tierra y sus pueblos”. El documental de Helmut Dosantos no tiene una narrativa convencional pero sí algo así como una estructura. La primera parte nos muestra la obtención de la sal en hornos subterráneos y terrazas de evaporación, un proceso casi artesanal. La última parte las actividades en lo profundo de una mina, una operación de escala industrial. En estas partes la cámara se mantiene mayormente a distancia, frecuentemente desde arriba o desde abajo. Un primer plano ocasional nos muestra los rostros de sus participantes, complacidos en una actividad que por demás llevan a cabo de manera estoica.
No hay explicación de donde estamos, en qué pueblo o en qué estado (para eso habrá que esperar a los créditos). Habla de México en general y para ello viaja a todas partes del país, enfocándose en los pueblos indígenas contenidos dentro de su territorio. Para eso sus distintas viñetas, que hacen referencia a la rosa de los vientos y a los distintos dioses del panteón mexica. Aparecen mazatecas, otomíes, tohono oodham, yaquis, seris, zapotecos, afrodescendientes, entre muchos otros. Sus vestimentas y los objetos que cargan nos cuentan de sus actividades: agricultura, pesca, danza, música. La fotografía panorámica los integra con el entorno, los hace inseparables. Miran a la cámara, como reconociendo y devolviendo la mirada, no meros objetos de interés antropológico pero observadores también. Se mantienen firmes, sin moverse, como en un acto de resistencia al desplazamiento que sufren muchos pueblos indígenas. Es una posición que evoca la fotografía fija, pero en la no se puede evitar el movimiento: del viento, del agua, de la luz, de sus mismos cuerpos.
En sus imágenes cargadas de simbolismo y significado, Dioses se México traza una conexión entre las actividades cotidianas y la espiritualidad. Muestra la gente que vive en una tierra y una tierra que parece viva.
★★★★
Hope, Soledad
(Yolanda Cruz, 2021)

Hope, Soledad encuentra los paralelos entre un peregrinaje y una road movie. La historia sigue a dos mujeres que comparten muy poco más allá de un destino en común y la sustancia es proporcionada por sus interacciones, aquello que revelan o deciden no revelar a la otra. El título, entre irónico y sincero, hace referencia a sus respectivos nombres: Hope (Frida Cruz) llega a Oaxaca desde Estados Unidos y de inmediato la impresión de no querer estar ahí. En los primeros minutos del largometraje de Yolanda Cruz la vemos en el baño del aeropuerto, sosteniendo un papel de migración y posteriormente mojándose el rostro, como agotada y queriendo despertar a la cruda realidad.
Cuando el camino de Hope finalmente se cruza con el de Soledad (Karen Daneida), ésta la ve triste y se acerca para preguntarle si está bien. Hope le grita que se vaya, en inglés. Eventualmente se disculpa. Ambas van camino a Juquila, pueblo a donde periódicamente se realiza un peregrinaje para honrar o hacer plegarias a la Virgen de Guadalupe. La película es una crónica de una amistad que emerge de manera casual y por las circunstancias: no es que se sientan obligadas a acompañarse, pero tampoco parecen desarrollar alguna intimidad profunda. Las une más que nada la ausencia de otros: Soledad en particular quiere dejar atrás la congoja que le generó la muerte del gran amor de su vida, mientras que Hope trata constantemente de comunicarse por teléfono con alguien sin obtener respuesta.
Hope, Soledad funciona mejor como un documento del evento del peregrinaje. Las filas multitudinarias proporcionan valores de producción a una película por demás modesta e íntima. Más impresionantes aún son los preciosos paisajes de los montes verdes y los atardeceres nublados. Los colores de la fotografía vibran y las composiciones están armadas con cuidado y dinamismo en cuanto a los elementos en pantalla. El diseño sonoro llena los silencios con los sonidos de la naturaleza. El ritmo de la película es mesurado, sin caer en la pretensión de películas que apuntan a lo contemplativo.
La película finalmente confía en que el vínculo de Hope y Soledad mantenga nuestro interés. Es un instinto finalmente acertado, a pesar de que al final apenas y conocemos más detalles de sus vidas que los que conocimos en el principio. Cierta crudeza en las actuaciones y la edición puede perdonarse porque el espíritu de la película es sincero.
★★★
Publicado originalmente el 29 de octubre de 2021 en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia.
Nudo mixteco
(Ángeles Cruz, 2021)

Nudo mixteco de Ángeles Cruz sigue tres historias que más o menos se conectan entre sí. En la primera de ellas, María (Sonia Cuouh) regresa de la Ciudad de México al enterarse del fallecimiento de su madre solo para descubrir que su padre sigue sin querer verla por una relación romántica que ella mantenía con otra mujer. En la segunda, Esteban (Noé Hernández), regresa después de años en Estados Unidos solo para descubrir que su esposa Chabela (Aída López), está viviendo con otro hombre. En la tercera, Toña (Myriam Bravo) ahorra para poder rescatar a su hija del pariente que también abusó de ella cuando era más joven.
María, Esteban y Toña comparten muy poco más allá del hecho de que el pueblo al que regresan es el mismo, San Mateo en Oaxaca. Sus caminos se cruzan solo para de inmediato volverse a separar. La directora Ángeles Cruz juega constantemente con la cronología. La línea del tiempo se reinicia básicamente con el inicio de cada historia, permitiéndole a cada una mantener el impulso que quizá perdería si tuviera que saltar entre ellas. Nos da la oportunidad de ver eventos desde distintos ojos, aunque esto también hace que escenas al principio reciban un énfasis que no parece corresponder a su verdadera importancia. El tono, abundante en silencios, es solemne y algo estático, sutilmente sugiriendo emociones contenidas debajo de la superficie. Las actuaciones de sus protagonistas son efectivas y ocasionalmente poderosas.
Aun si los caminos de sus personajes nunca se unen de manera importante, Nudo mixteco sí logra contar una historia en conjunto, una pieza coral sobre la vida en la sierra de Oaxaca con dramas bien articulados. El apego al hogar y la necesidad de emigrar a lugares con mayor oportunidad económica plantean un sólido conflicto. Las costumbres de los pueblos–un funeral, una asamblea comunitaria–proporcionan situaciones críticas en lugar de mera decoración. Y el impulso y necesidad de las mujeres a ejercer su autonomía, independencia y agencia, le dan su fuerza y espíritu.
★★★
Lumbre
(Santiago Mohar, 2021)

Lumbre es una serie de bonitas imágenes en busca, ya ni siquiera de una historia, sino de un propósito, una razón de ser. Quizá esto es intencional, pues su evento detonante y el que pesa a lo largo de ella es producto del azar y la circunstancia. Incluso parece esforzarse para que éste sea difícil de descifrar; se rehusa a mostrarlo con claridad, se compone de fragmentos: una mano, jornaleros quemando paja, niños jugando en un campo y un hombre disparando un arma hacia el cielo. Más adelante, una conversación que por fin nos sugiere que pasó. Uno de los niños fue herido por una bala perdida y ha fallecido.
Símbolos y sensaciones, más que una trama, le tratan de dar unidad. Elementos recurren y dado que el director Santiago Mohar se rehúsa a dar explicaciones, estamos especialmente abiertos a buscarlas nosotros mismos. El niño encuentra un botón perdido y más adelante una mujer cose un botón a una prenda, como sugiriendo restauración. Lo que más recurre, como su título sugiere, es el fuego. Los hombres quemando la paja, un crematorio, una pareja joven que comparte un cigarro después de tener relaciones sexuales, un corte que nos lleva a otra pareja que también comparte un cigarro mientras maneja por la autopista–¿supongo que el que el detonante de todo esto sea un arma de fuego también es importante? Los símbolos son demasiado generales, un tanto obvios y huecos.
La atmósfera es casi cautivadora. Lumbre intercala entre tomas estáticas, bien compuestas, y dinámicos recorridos por las carreteras y viaductos de Ciudad de México y sus alrededores. La atmósfera es completada con letárgica música electrónica. Lumbre se siente como mirar a un cuaderno de apuntes: pensamientos y sensaciones que tienen una belleza y profundidad en el momento incluso si nada los une. Sus cuarenta minutos se pasan con relativa facilidad pero nunca con la sensación de que ha acontecido algo de particular trascendencia.
★★1/2