En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Competencia oficial, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(Gastón Duprat & Mariano Cohn, 2022)

Hay una escena en Competencia oficial, la nueva película de Gastón Duprat y Mariano Cohn, en la que el actor Iván Torres (Oscar Martínez) y su esposa Violeta (Pilar Castro) escuchan un disco de un artista experimental. Los dos se deleitan con sus gritos incómodos y lo atrevido de los golpes fuera de compás, hasta que se dan cuenta de que los golpes no vienen del disco sino del apartamento de al lado. La escena puede leerse de dos maneras por lo menos. Una es como una burla de las altas pretensiones de la gente en el ambiente artístico; están tan ansiosos por encontrar significado en aquello que rompe las normas estéticas que no pueden distinguir entre la obra de un artista y los ruidos de su vecino. Sus mentes están tan abiertas que se les sale el cerebro, como diría un dicho escéptico. Otra forma de verlo es que el que los golpes hayan venido de la grabación o de otra parte no importa en realidad. Acaban de experimentar un momento genuino que expandió su idea sobre lo que el arte es y puede hacer. O tal vez es solo un momento chistoso al que no hay que darle mucho significado.

¿De qué se trata Competencia oficial? La película abre con Humberto Suárez (José Luis Gómez), un multimillonario de la industria farmacéutica que, habiendo cumplido ochenta años, siente que no ha hecho nada verdaderamente trascendental con su vida. Mira con tristeza la pila de caros regalos que ha recibido y le pregunta a su asistente qué proyecto debería financiar para ser recordado por la gente. Considera la idea de un puente, antes de aterrizar en la de una película. No cualquier película, sino la mejor película de la historia. ¿Pero cómo hacerla? Fácil, piensa él. Consiguiendo a los mejores y pagándoles para que la hagan. ¿Pero los mejores según qué o quién? Un debate alrededor de quiénes son los mejores cineastas podría durar días sin llegar a ningún lugar, pues la idea de lo que hace buen o mal cine cambia de persona a persona.

Humberto parece contento con guiarse por lo que dicen la crítica y los premios. Pregunta por el mejor director y llega a la aclamada vanguardista Lola Cuevas (Penélope Cruz). Pregunta por los mejores actores y llega a Iván Torres, un reconocido maestro de actuación, y a Félix Rivero (Antonio Banderas), una estrella internacional. Juntos adaptarán una novela ganadora del Premio Nobel sobre dos hermanos en un pleito que se extiende por años, conflicto que pronto se extiende a la vida misma de los actores.

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En contraste con muchos productores de la industria, Humberto está cómodo guardando su distancia y dejando que los creativos creen. Pide que su hija Diana (Irene Escolar) interprete el papel de la mujer por la que ellos se pelean, pero nada más. Para los ensayos les presta el desocupado edificio de su fundación, un elefante blanco. Pero hay dificultades. Félix e Iván chocan desde el principio. Iván llega a la primera lectura con una elaborada historia de fondo para su personaje y Félix se burla de todo esto. Su personaje no tiene una historia de fondo porque, después de todo, no existe. A Félix le basta con aprenderse el libreto y repetir los diálogos con convicción. Pareciera que solo uno de ellos acepta el proyecto por amor al arte, pero esto es engañoso. Los dos hombres tienen egos frágiles, aunque lo manifiestan de diferentes maneras. No es cierto que a Iván no le interese la industria del cine, le complace sentirse superior a ella; ansía recibir un Oscar solo para rechazarlo frente a todo mundo.

Los ensayos componen la mayor parte de las casi dos horas que dura Competencia oficial. Lola se ingenia escenarios complicados para sacar lo mejor de ellos, o simplemente para molestarlos. Contrata una grúa para que cuelgue una piedra de cinco toneladas sobre ellos, los hace ver cómo ella destruye sus premios con un triturador industrial, y se besa apasionada y prolongadamente con Diana frente a ellos, entre otras cosas. Son sketches desconectados que, más que provocar risa, parecen diseñados para poner a prueba nuestra paciencia. Pero Banderas, Cruz y Martínez, liberados por está soltura, dan impresionantes despliegues de talento y astutas observaciones sobre el proceso interior del actor. Competencia oficial no es precisamente una comedia, pero tiene momentos divertidos. No es un drama, pero tiene momentos de emotividad.

La arquitectura es un acompañamiento importante para el humor y sus caracterizaciones. Los vacíos y masivos interiores del edificio de la fundación crean una divertida desconexión: un recordatorio constante de los caprichos del mecenazgo artístico, es un choque absurdo entre la escala del espacio y la banalidad de su uso (recuerda un poco a Playtime de Jacques Tati, otra película que es más chocante que desternillante). El final contiene lo que parece un guiño a Santiago Calatrava, el arquitecto español criticado por lo impráctico y sobrevaluado de sus construcciones, pero famoso por la clase de diseño llamativo y aparatoso que Humberto seguro apreciaría, sobre todo si pudiera ponerle su nombre.

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Competencia oficial no es necesariamente una gran película, aunque si lo fuera, seguro rechazaría la etiqueta. Es quizá brillante, quizá hueca, pero, ya sea por diseño o por accidente, plantea preguntas fascinantes. ¿Dónde empieza y dónde termina una película? ¿Es un objeto separado que existe por sí solo? ¿O algo que solo cobra significado a través de la experiencia de un espectador? ¿El cine es arte, entretenimiento o solo negocio? ¿Todo al mismo tiempo? ¿Son estas categorías mutuamente excluyentes? Es importante reconocer las limitaciones de nuestras propias ideas de lo que el cine puede ser. Si queremos tener una experiencia profunda y transformadora, pasar el rato o tan solo entender el fervor que algunas películas provocan, esperamos una especie de trato equitativo del cine que vemos. Que justifique el tiempo, la atención y por supuesto, el dinero que les invertimos.

Pero adentrarse en el mundo del cine no siempre es un proceso lineal y sin fricción. Es a veces frustrante porque nos obliga a encontrarnos con cosas que no comprendemos: experiencias que nos parecen vacías, la sensación de que nos han tomado el pelo. Pero ser un espectador curioso a veces significa estar abierto a que nos tomen el pelo. Ser como Iván y Violeta y estar dispuesto a pensar que los golpes de nuestro vecino pueden ser arte también. ¿Cómo puede el cine evolucionar si nos aferramos a las mismas ideas?

Si Competencia oficial es una tomada de pelo, es una bien hecha. Es una película totalmente despreocupada con ser agradada o disfrutada. Una película que no puedo decir que disfruté totalmente, pero que no me arrepiento de haber visto. Algo tiene. Es una película que busca provocar solo por provocar. Que se burla del vacío de los discursos y el proceso creativo. Que se mueve en direcciones incongruentes pero que al mismo tiempo parece producto de una muy articulada y delineada visión. Que al mismo tiempo parece querer decir mucho y nada sobre la frontera entre el arte y, para prestarme de una palabra del vernáculo actual, el shitposting.


★★★