(Petite Maman; Céline Sciamma, 2022)

Dos años después de su película más grande y ambiciosa, el romance de época que abarca años Retrato de una mujer en llamas, la directora francesa Céline Sciamma regresa con la que es quizá su más pequeña y humilde: Petite Maman, un íntimo drama centrado en un par de personajes, una locación limitada y con una duración de apenas un poco más de setenta minutos. Lejos de un retroceso, la película pone en perspectiva lo mucho que su estilo se ha pulido (más que evolucionado, pues Sciamma siempre ha tenido una voz distintiva) a lo largo de su carrera. Es una película compuesta de pequeños momentos, una serie de gestos de ternura y amor incondicional que fluyen con el azar y domesticidad de la vida diaria, nunca sintiéndose fuera de lugar, de sobra o que se alargan de más. Sciamma demuestra un ojo especial para encontrar esos instantes que hablan tan profundamente y la confianza para mostrarlos sin sentimentalismo, de dejarlos hablar por sí mismos.

Tómese por ejemplo uno que ocurre muy al principio. Nelly (Joséphine Sanz) es una niña de ocho años cuya abuela materna acaba de fallecer, por lo que acompaña a sus padres a la casa de ella mientras limpian y ponen todo en orden. Su madre (Nina Meurisse) conduce mientras que Nelly, en el asiento trasero, le comparte de sus frituras y su jugo y después le da un abrazo. Cuando por fin llegan, Nelly se ha quedado dormida y su madre la carga dentro de la casa. Las imágenes son tiernas por sí solas, pero mostrar una tras otra llama atención a la reciprocidad, es como si el segundo fuera una respuesta al primero. Madre cuida de la hija, como la hija cuida de la madre.

Entre las cosas de la abuela, la madre de Nelly se encuentra con sus cuadernos de niña, de cuando tenía alrededor de su hija, y las dos los hojean, recordando y descubriendo. Pero la tarea resulta demasiado para la madre, quien se va por unos días, dejando a Nelly con su padre (Stéphane Varupenne) para que éste termine lo que se tiene que hacer. Nelly pasa el rato dentro de la casa, con los juguetes que alguna vez le pertenecieron a su madre, y en el bosque cercano, donde ella alguna vez construyó una cabaña a partir de ramas y hojas. Un día Nelly se encuentra con Marion (Gabrielle Sanz), una niña que no solo tiene su edad, pero que también luce casi idéntica a ella (las actrices que las interpretan son hermanas gemelas, después de todo) y las dos se hacen amigas–la película permite distinguir a los dos personajes a través del vestuario: Nelly suele vestir de overol y colores azules, mientras que Nelly está más asociada con los suéteres y colores rojos.

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Marion lleva a Nelly a su propia casa, la cual Nelly nota que se parece mucho a la casa de su abuela. Para este punto, el giro sorpresa de Petite Maman es bastante evidente, y es un punto a favor el que la película no lo trate como un verdadero giro o una sorpresa. Nelly y Marion lo reconocen y lo aceptan con relativa facilidad porque lo que en verdad importa es la metáfora, lo que este hecho fantástico significa para Nelly y para Marion y el cómo encontrarse les permite reflexionar y redescubrir su lugar dentro de sus respectivas familias.

Petite Maman termina siendo una película sobre cómo los niños conocen el mundo y a otras personas a través del juego: Nelly y Marion construyen una cabaña, cocinan crepas e interpretan una obra de teatro y uno siente cómo se vuelven más cercanas con cada actividad. La técnica de la película les sigue la corriente. La fotografía de Claire Mathon observa con atención y sinceridad: la cámara se mantiene al nivel de ojo de las niñas, nunca cayendo en movimientos superfluos. La edición tiene oportunidad de participar en la fantasía: una noche Nelly no puede esperar al día siguiente, su padre juega a que el interruptor es una máquina para saltar el tiempo; en cuanto lo apaga, la película corta a Nelly de vuelta el bosque de día. Es un uso precioso de la magia más simple del cine.

A través de estos juegos, la película toca nuestra relación con el pasado, nunca cayendo en la nostalgia. No se obsesiona con él ni con lo que pudo ser. Es sobre cómo éste nos forma y nos permite entender mejor quienes somos, pero no deja de ser una película sobre el aquí y el ahora. Como una película sobre la primera experiencia de una niña con la muerte, evade los clichés. No hay muestras típicas de tristeza como el llorar y el aislamiento; ésta se manifiesta en la forma de preguntas y expresiones de arrepentimiento (Nelly, por ejemplo, habla de que le hubiera gustado despedirse correctamente de su abuela), pero más que nada en el casual proseguir de la vida y en el confort que se encuentra en las palabras y los brazos de alguien más. El cine de Sciamma reconoce que no siempre expresamos el cariño con palabras y gestos grandilocuentes, que algo tan simple como un abrazo, estar atentos a lo que la otra persona necesita en ese instante, por más trivial que parezca, puede ser más poderoso que presionar a la otra persona a revelar sus sentimientos. Es a través de estos nobles gestos que Petite Maman finalmente logra borrar esa barrera que parece existir entre la niña y la madre; con las experiencias en común, con el verse reflejada en su vida, captura un vínculo precioso y enternecedor.


★★★★1/2


Petite Maman está disponible vía streaming en Prime Video.