En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver El hombre del norte, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(The Northman; Robert Eggers, 2022)

¿Qué hace que un mito se sienta como un mito? ¿Por qué hay tantas películas basadas en ellos, pero pocas que de verdad pueden hacerles justicia? Creo que es porque un mito toca nuestra espiritualidad y nuestras creencias más profundas. Aprovecha símbolos familiares o universales para comunicar mucho con muy poco y hablarnos en un nivel visceral y primordial. Una película que aspira a las cualidades mitológicas debería entonces operar con imágenes y sonidos acordes.

Pocos cineastas contemporáneos parecen tan adecuados a la narrativa mitológica como Robert Eggers, el director estadounidense mejor conocido por La bruja y El faro. El folklore de sus respectivas épocas juega un papel clave en el imaginario de cada película, la Nueva Inglaterra en los siglos XVII y XIX, así como las brujas y los monstruos marinos, respectivamente. Ambas dedicaban particular cuidado a la atmósfera, tanto a la recreación del periodo como a construir una sensación constante de temor y locura. A simples pero potentes imágenes que revelaban el lado más profundo y perverso de sus personajes.

El hombre del norte, su película más reciente, comparte muchos sellos audiovisuales con sus dos poco convencionales películas de terror, suficientes para que se siga hablando de él como un autor cinematográfico. Al mismo tiempo, es su película más accesible y me atrevo decir hasta comercial. Es un cuento relativamente directo y simple sobre venganza con emocionantes y dramáticos giros y con copiosas cantidades de acción y violencia. Una apuesta relativamente segura para una industria que vio cómo mitologías adultas como Juego de tronos y Vikingos se convertían en éxitos. Con un protagonista cuya agresiva e incuestionada masculinidad seguro lo ponen al centro de un devoto fandom de hombres, como aquellos que vieron El club de la pelea sin entender de qué se trataba en verdad.

El hombre del norte narra la historia de Amleth, quien al inicio de la película en el año 895 es un niño (Oscar Novak) que vive en eterna admiración de su padre, el rey Aurvandill (Ethan Hawke). Pero Aurvandill apenas alcanza a introducirlo a sus responsabilidades adultas en ceremonia cuando es traicionado por su hermano Fjölnir (Claes Bang), quien lo mata, y se apropia de su reino europeo y de su esposa Gudrún (Nicole Kidman). Amleth, todavía un pequeño, decide huir, pero jurando algún día vengar a su padre y rescatar a su madre. Si la historia y el nombre de su protagonista suenan familiares es porque El hombre del norte está basada en la saga vikinga que ayudó a inspirar Hamlet de William Shakespeare. Años después, el fugitivo Amleth es ahora un adulto (Alexander Skarsgård), parte de una banda que arrasa con pueblos, capturando y vendiendo esclavos. Pero cuando se encuentra con una profeta (Björk), Amleth decide finalmente honrar su promesa. Se hace pasar por un esclavo más y se encamina a Islandia, donde se ha enterado que Fjölnir vive con sus dos hijos y con Gudrún como su esposa.

El hombre del norte_1

¿Es El hombre del norte una recreación fiel del mito o del periodo? Tal vez sí, tal vez no. Lo que sí es evidente es la dedicación de Eggers y su equipo para hacer una película que se sienta decididamente de otro tiempo y otro lugar. Los personajes hablan en estilizados acentos y cadencias, su inglés suena algo impenetrable, como uno que no se ha hablado comúnmente en siglos. Los actores parecen escogidos y dirigidos con atención a la musicalidad de sus voces–particularmente en el caso de Björk, cuya singular voz de canto se asoma en una actuación tan breve como es potente–y la expresividad de sus rostros–Anya Taylor-Joy y Willem Dafoe, protagonistas de sus dos películas anteriores. Y aun si la película nunca es explícitamente una fantasía, tiene toques de magia y lo sobrenatural: el cabalgar de una valquiria a las puertas del valhalla (pronunciado aquí “valhöll”), el espíritu no muerto que protege la espada que Amleth está destinado a blandir y la visión del árbol genealógico de su héroe. Este pensamiento mágico nunca deja de permear la historia: Amleth, después de todo, guía sus acciones por el misticismo y la profecía.

Eggers complementa la ilusión con un cuidado a la técnica. La música invoca la crudeza y el folklore de la época para un efecto envolvente, frecuentemente estruendoso en los momentos indicados. Eggers no siempre utiliza los efectos visuales con ojo al realismo sino a lo etéreo, usando las sombras y la bruma para darle un efecto incierto y misterioso. El hombre del norte es una película mesurada, en el que cada secuencia responde a su ritmo propio y a la gravedad de lo que ocurre dentro de ella. No busca el dinamismo a través de los cortes sino en sus composiciones: en el movimiento de sus actores, y en la colocación de ellos en distintos niveles de profundidad para transmitir las relaciones entre ellos.

También hay movimientos de cámara que son simplemente virtuosos y llenos de propósito, en los que ésta se comporta como la de un digno discípulo de Spielberg. Hay un bello contraste entre el plano secuencia que muestra a Amleth de niño escapando del ataque de Fjölnir, moviéndose entre las sombras y recovecos y otro más tarde que lo muestra devastando un pueblo, violentamente derribando y destazando a sus enemigos. Eggers, quien nunca había filmado en realidad una secuencia de acción, demuestra algo más que competencia. Procura que cada una de ellas transcurran en un plano único, cosa que no solo facilita la legibilidad, pero que también hace énfasis en el físico de Amleth, en que la ferocidad de su combate también refleje lo mucho que desea de venganza.

El hombre del norte puede ser un tanto menos desafiante que La bruja o El faro. La historia fluye de manera lineal y un tanto predecible, aunque esa misma familiaridad y simpleza favorecen su estatus mitológico: se siente como una historia que tenemos grabada en lo profundo de nuestro ser. Es una muestra del poder que pueden tener los cuentos más elementales, en las manos de alguien que confía en el poder de las imágenes y los sonidos para hacer sentir. Es una pauta que el cine de Hollywood debería adoptar más seguido.


★★★★