En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver La civil, o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.
(Teodora Ana Mihai, 2022)
Pareciera que el cine mexicano, por lo menos aquel que recibe mayor distribución y difusión actualmente, viene en uno de dos sabores: comedias bobas sobre la clase media alta (la comida chatarra) y dramas oscuros sobre la violencia del narcotráfico en la clase media baja (las verduras). Es difícil sacudir la percepción de que la violencia se ha apoderado del cine mexicano, así como la violencia en sí se ha apoderado del país. Más de quince años del inicio de la llamada guerra contra el narcotráfico, los asesinatos, secuestros, extorsiones, etc. no cesan.
La violencia del narcotráfico es abrumadora, no solo por la cantidad, pero también por la crueldad y el espectáculo al que recurre. También porque, ya sea por la indiferencia, incapacidad o colusión de las autoridades, el final no se ve en el horizonte. Este desasosiego nutre la idea de que, para capturar lo que se siente vivir en México, una película debe mostrar, sin tapujos o censura, esa misma violencia. El realismo es, después de todo, uno de los criterios de calidad más celebrados dentro del cine, pero también uno de los más malentendidos; frecuentemente se parte de la idea errónea de que el sufrimiento y la miseria son más reales que otras experiencias humanas. ¿Qué cine en verdad fomentamos con esta idea? Un cine que muestra la misma violencia una y otra vez, buscando los mismos efectos y los elogios de realismo.
El que el cine mexicano se atreva a explorar la violencia endémica es frecuentemente valiente y ha producido excelentes películas: Sin señas particulares de Fernanda Valadez y Noche de fuego de Tatiana Huezo, siendo dos de los ejemplos más recientes. La civil, el primer largometraje de ficción de la directora rumana Teodora Ana Mihai, comparte mucho con ellas. Como Sin señas particulares, es la historia de una madre en busca de un hijo desparecido por el crimen organizado. Como Noche de fuego, sigue también el día a día de un pueblo pequeño y remoto, asediada de manera obvias pero también sutiles por una amenaza por la que no puede hacer mucho al respecto.

Arcelia Ramírez interpreta a Cielo, una mujer de mediana edad cuya vida relativamente tranquila es perturbada cuando un muchacho, conocido solo como El Puma (Daniel Garcia) dice haber secuestrado a su hija adolescente Laura y le pide 150 mil pesos para regresarla con vida. Cielo no tiene el dinero. Ella y Laura apenas se sostenían con lo que les daba Gustavo (Álvaro Guerrero), padre de la niña y quien ahora vive con una mujer varios años más joven. Cielo y Gustavo están decididos a recuperarla, pero sus recursos pronto se agotan. No denuncian porque están seguros de que la matarán si tratan de acudir a la policía. Finalmente logran reunir el dinero, pero sus secuestradores igualmente se rehúsan a liberarla.
Cielo decide tomar la justicia con sus propias manos. Empieza a seguir el rastro de El Puma y sus socios y ruega por la ayuda de Lamarque (Jorge A. Jiménez), un oficial de las patrullas militares que circulan por la localidad. Pareciera al principio que estas patrullas, camionetas en camuflaje y con soldados armados, están ahí para completar una imagen paradójica: un pueblo sin ley en la que el gobierno es sin embargo omnipresente. Resultan ser un anuncio del papel más prominente que pronto tendrá Lamarque. Él nota la labor de Cielo y le hace una propuesta: le ayudará a encontrar a Laura siempre que ella no cuestione nada de lo que él diga o haga; a cambio ella le dará la información que ha venido recolectado para acabar con El Puma y su grupo.
La civil se nutre de estas ambigüedades morales. El carácter y el trasfondo de Lamarque se mantiene como un signo de interrogación–un entretenido monólogo sobre el brócoli y un pueblo que se beneficia por camiones de carga que se voltean es nuestra mirada más cercana a su filosofía de vida. ¿Es él la mano dura del gobierno contra el crimen organizado? ¿O está al servicio de un grupo rival? Sea cual sea la respuesta, la película habrá hecho un punto sobre la corrupción en las instituciones mexicanas. Y Cielo, en su situación, se enfrenta a un dilema monumental. ¿Qué tanto está dispuesta a hacer y tolerar con tal de recuperar a su hija? ¿Su búsqueda justifica la tortura de dos jóvenes a manos de Lamarque? ¿Separar a El Puma de su madre y de su hijo? Preguntas como ésta recuerdan otras provocadas por la reciente Madres paralelas: ¿estamos dispuestos a forzar el sufrimiento sobre otros con tal de liberarnos del nuestro?

Pero La civil se ve limitada por su incapacidad de imaginar relaciones interpersonales complejas. El personaje de Cielo parece inspirado en la realidad de madres que buscan a sus hijas e hijos desaparecidos–el caso más sonado siendo quizá el de Marisela Escobedo, sujeto de su propio largometraje documental–pero también acotado por la imagen típica de la madre mexicana: abnegada y pasiva, pero dispuesta a darlo todo cuando se refiere a la vida de sus hijos. La actuación de Ramírez es emotiva y dura, pero uno nunca ve en ella mucho más que la implacable determinación de los antihéroes de un thriller de venganza. En lo que concierne a Laura, ella aparece apenas en una prolongada escena al inicio, casi irónica en su imagen de felicidad hogareña, que no termina de darle una verdadera personalidad. No nos dice nada sobre ella salvo que es un poco rebelde pero en el fondo de buen corazón. La película nunca ahonda en su relación con su familia y amigos (escenas en las que Gustavo y su nueva pareja dicen que ya la veían metiéndose en problemas nos dicen más de ellos que de la adolescente). Nunca deja de ser un objeto que se busca.
Resulta irónico que, en una película con una mujer en el centro, los personajes masculinos tengan más matices y sustancia. El Puma es un villano cautivador. En él uno ve arrogancia pero pocas veces obvia malicia; actúa por frío pragmatismo y profesionalidad. Es una invitación a ver la guerra contra el narcotráfico, no en términos del bien y del mal, sino en las realidades materiales. La violencia siempre en un medio para obtener otra cosa. En Gustavo uno igualmente encuentra a alguien moldeado por sus condiciones materiales: confiado y autoritario cuando tiene dinero, patético y humillado (pero nunca humilde) cuando no lo tiene. Incluso cuando ofrece su apoyo y compañía a Cielo uno nunca ve una bondad genuina, es una relación de conveniencia en la que ninguno de los dos verdaderamente quiere estar.
En la realización de La civil se asoman las señales de los varios cineastas reconocidos que sirven como sus productores: los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, el rumano Cristian Mungiu y el mexicano Michel Franco. Buscando el rostro de Cielo la cámara se mantiene temblorosa y en constante movimiento. Las imperfecciones son abrazadas: la profundidad de campo es mínima, Cielo se siente más aislada de sus alrededores y por instantes fuera de foco.

Su atención al resto de la puesta en escena se siente poca, quizá por la creencia de que un espacio demasiado construido restará a la ilusión de fidelidad. Colores incongruentes chocan en el fondo, paredes con los logotipos de partidos políticos se sienten más como accidentes de la dirección de arte que como un comentario más de la indiferencia de las autoridades. Los toques poéticos o de humor son también escasos: un pasamontaña que augura la pérdida de identidad de Cielo, o ella impotente tratando de apagar un carro en llamar con su manguera de jardín.
El realismo, por supuesto, es un arma de doble filo. Y tanto como los toques terrenales de La civil contribuyen a un sentido de inmersión, también llaman mayor atención a los elementos que se antojan fuera de lugar: conversaciones en términos vagos para no nombrar grupos o personajes específicos, un inexistente sentido del lugar, quizá porque se busca que el pueblo en que se filmó represente al México en su totalidad, cosa imposible. El realismo de La civil es, de alguna manera, el mismo de las películas de acción post-Bourne: sus prolongados planos secuencia crean un suspenso y emoción que efectivamente aumentan la fuerza de la violencia cuando ésta llega.
A La civil le corresponden adjetivos que uno no quiere usar con una película sobre violencias contemporáneas: visceral, tensa, emocionante (aunque un tanto monótona en su intensidad). Uno no quiere usar estos adjetivos porque esto significa que el sufrimiento real y reciente de personas reales se ha convertido en espectáculo. Que con este no puede hacer más que provocar emociones superficiales. El propósito de La civil parece ser que nos identifiquemos con el sufrimiento de una madre que pierde a su hija, así como servir como homenaje y celebración a quienes buscan a pesar de las abrumadoras adversidades. Pero para esto se apoya en recursos manipuladores y cansados. La ausencia total de Laura por mucho de la película, que permite que Cielo y por extensión nosotros, nos imaginemos lo peor. El final ambiguo que no parece cumplir otra función que la de ser ambiguo.
Por supuesto que la película transmite una impotencia y frustración con la que muchos mexicanos nos podemos identificar. Pero también hace recordar a miradas externas y más sensacionalistas como Sicario: Día del soldado y termina añadiendo poco a un entendimiento verdadero o nuevo de la violencia específica que se sufre en México. Es síntoma de un cine, no necesariamente torpe o incompetente, pero sí vencido y resignado, limitado en su imaginación. Películas que se alimentan de y continuan alimentando nuestra desesperanza e impotencia.