Las propiedades humanas de la inteligencia artificial son un tema que recurre a lo largo de la ciencia ficción. El cortometraje Golem, que forma parte de la selección oficial de la edición número 21 de Macabro Festival Internacional de Cine de Horror de la Ciudad de México, encuentra una forma novedosa e indirecta de explorar esta idea. Cristina (Klaudia García-Guerrero) es una actriz de teatro que recurre a un inusual compañero de escena: un simpático, si de apariencia algo triste, robot llamado Golem. Golem es llevado a la vida de manera convincente y emotiva por Crisóforo Ricaño, dentro de un traje abultado que evoca tecnologías pasadas, e Isaí Flores Navarrete, quien le da su voz y opera los gestos del monitor que sirve como su rostro. Repasando el texto de La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca, Golem logra emular (¿o aprender?) las emociones y las expresiones corporales que de la interpretación escénica.

Golem es escrita y dirigida por Rafael Macazaga. Macazaga creció en Veracruz y realizó varios cortometrajes en su universidad. Ante las dificultades planteadas por dedicarse al oficio desde provincia, se trasladó a Ciudad de México, donde lleva doce años. Empezó a desempeñarse en diversos roles en producciones de cine y publicidad y se formó con la productora de cine Mantarraya. De primer asistente pasó a la dirección en proyectos de cine y publicidad. Sus cortometrajes han participado en distintos festivales.

Ésta es la conversación que tuve con él. Me platicó del impacto que ha tenido la ciencia ficción en su vida, de las distintas piezas y colaboradores que fueron necesarios para darle vida a Golem y de cómo el presupuesto no debe ser obstáculo para contar historias sobre la tecnología y el futuro. Esta entrevista fue editada por claridad y extensión.


Golem está claramente enmarcado dentro del género de ciencia ficción. ¿Cuál es tu relación con el género? ¿Qué películas u otras obras te inspiran o han tenido un impacto sobre ti y sobre este cortometraje?

Mi película favorita es 2001: Odisea del espacio de Stanley Kubrick. La primera vez que la vi ni entendía, pero recuerdo que las imágenes me movieron las tripas. En Los Simpson muchas veces le hacían parodia y entendía de repente estas conexiones. Desde chiquito me empezó a volar la cabeza cómo nuestra herramienta se vuelve otro personaje, cómo evoluciona; en Odisea del espacio pasa eso, el hueso se transforma en una nave y la nave se transforma en un personaje que piensa. Siempre me ha volado la cabeza la necesidad humana de transferirnos hacia un objeto, hacia nuestra herramienta. Golem sigue esa temática; todas las historias que tengan que ver con robots más o menos están tocando esa línea de historia.

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2001 es una de las grandes razones por las que dije “me tengo que dedicar al cine”. Me encantan muchos otros directores y otro tipo de géneros, pero siempre tuve ese amor por la pregunta de qué es un humano, qué se necesita para ser un humano. Luego me empecé a enamorar de la serie de libros de Hyperion [creada por el autor estadounidense Dan Simmons]. Vas por la vida avanzando y de repente te enamoras y te desenamoras de las cosas. Más recientemente volví a tener otro llamado con la ciencia ficción cuando salió La llegada de Denis Villeneuve. Yo ya era director, había hecho otros cortos y estado en otros festivales, pero la vida me recordó “a ti te encanta la ciencia ficción y trata de regresarte a eso”, independientemente de que en México es difícil hacer este género, casi no se hace. Por La llegada empecé a escribir y a desarrollar estos proyectos.

En Golem vemos a un robot que parece creado para tareas rudimentarias en el contexto de la actuación para teatro, una profesión en la que son centrales las emociones. ¿Cómo llegaste a esta yuxtaposición de elementos? ¿Cómo surge la idea y cómo la desarrollas?

Ya estaba empezando a desarrollar algunas historias de ciencia ficción con temas de robots. Un tema reciente son las inteligencias artificiales a las que les pones un enunciado y te hacen un dibujo, una obra de arte. Hay una que se llama Dall-E. Desde hace algunos años hay inteligencias artificiales que hacen cosas relacionadas a los oficios del arte. Yo pensé ¿qué pasa si le decimos a Alexa [asistente virtual propiedad de Amazon], a esta bocina que te escucha, “oye, interprétame una escena de Shakespeare”? Me llama mucho la atención pensar para dónde van estas tecnologías que están avanzando muy rápido. Me genera mucha curiosidad, intriga, cómo en unos diez o quince años va a cambiar mucho de nuestro oficio, justamente por esta automatización. De ahí nació la idea, ¿qué pasa si una inteligencia artificial actúa, interpreta un texto dramático? Poco a poco evolucionó hasta volverse “un robot aprende a actuar” en términos dramáticos de teatro.

Otro de mis directores favoritos es Ingmar Bergman, porque Bergman trabaja mucho con los estados de ánimo. Filma muchísimos planos cerrados, le encantan los rostros; a mí me encantan los rostros humanos y es algo que he traído muy marcado en mi obra. Tratamos de agarrar un poco de estos elementos para ponerlos en un robot. Mi robot tiene que tener una pantalla con caritas, con emojis y ser muy expresivo. De una manera “limitada”, a partir de distintas combinaciones de caras puede generar estados de ánimo.

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En ese momento yo no sabía cuántos recursos íbamos a tener para hacer el cortometraje. Luego tuvimos la suerte de ganar el fondo del Instituto Mexicano de Cinematografía. Pero yo ya había pensado “voy a hacer este corto como pueda, lo voy a hacer con una caja y le voy a meter un iPad”. Yo quería que el robot fuera interpretado por dos personas: un actor adentro de un traje, hecho con lo que se pudiera; con un segundo intérprete, usando un control de videojuegos, íbamos a desarrollar una aplicación con la cual pudiera controlar, en tiempo real, de manera inalámbrica, los comandos de las caras. Tuve esa idea a la par de estar escribiendo el guion, de saber que íbamos a poder hacer esto porque ya conocía más o menos esta tecnología.

Ganamos el fondo, y ya teniendo más recursos aplicamos lo mismo. Golem fue interpretado por dos actores, Crisóforo Ricaño, el que está dentro del traje, y por Isaí Flores Navarrete, ella controló este comando de Xbox. Con unos botones iba manipulando la boca y con las palancas cambiando de cara. Teníamos un círculo cromático en el que hacia una dirección había emociones más felices y hacia otra dirección había emociones más tristes. Isaí, aparte de actriz es gamer de corazón, entonces le encantó la idea de poder, literalmente, jugar con las emociones.

Para mí esto viene del cine ochentero: lo que hacía Frank Oz con criaturas como Yoda, puppets y personajes que estaban siendo controlados o interpretados simultáneamente por dos, tres, cuatro actores. Hasta ahora, con “Baby Yoda”, uno le controla los ojos, otro le controla las orejas, etc. Siguen siendo marionetas y me encanta esa fusión de varias personas interpretando una sola cosa. Aquí lo tuvimos de manera reducida con dos actores, pero pudimos desarrollar este sistema y empezar a desarrollar dinámicas en las que los dos intérpretes se volvieron uno, aprendieron a actuar en unísono. Fue un proceso muy interesante.

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Golem se desarrolla en un espacio limitado, con apenas dos personajes principales. No obstante, logra transmitir ese ambiente futurista y de alta tecnología. ¿Cuáles son los principales obstáculos de hacer ciencia ficción con estas limitaciones?

Hacer ciencia ficción depende de la historia. La ciencia ficción no se traduce literalmente al futuro o naves espaciales. La ciencia ficción puede abordarse desde muchos ángulos. Sí tratamos de acotarnos, no querer enseñar el mundo de afuera, salvo tantito en la primera escena. Siendo cortometraje, siento que es más potente estar muy contenidos. Pensamos en todas esas limitaciones para que nos potenciaran. Al saber que íbamos a estar todo el tiempo en un teatro, también pensamos, en el diseño de producción, en que hay muchos teatros a los que entras hoy y se ven igual que hace cincuenta años, o en veinte años se va a ver con cierto decaimiento, pero la arquitectura de un lugar es la arquitectura de un lugar. Tratamos de jugar con eso a favor, porque un teatro seguramente se va a seguir viendo muy similar en un futuro medianamente cercano.

En cuanto al traje, yo desde el principio dije “no importa que lo haga con dos pesos, con cajas, aluminio, muy old school” y abrazar esa estética. Pero como pudimos tener otros recursos lo expandimos. Trabajamos durante tres meses en la construcción de este traje con piezas de computadora que nos donaron. El diseñador de producción se llama José Manuel Mijares; con otro artista de aquí de Ciudad de México que se llama Carlos Dávila hicieron un trabajo increíble. Teniendo por otro lado el programador Antonio Morfín, ya fue mucho trabajo de amor y de cariño para que quedara el traje. Quisimos tener algo retrofuturista; si ves el diseño del robot, estamos agarrando computadoras de los noventa, de los ochenta.

Yo como director sí les pedí algo muy específico: no se preocupen tanto en pensar cómo sería de forma realista un robot, sino ¿cómo queremos que nos haga sentir este personaje la primera vez que lo veamos? Esa pregunta rigió el diseño. Si ves los ojos, que están caídos y tristes, queríamos que de inmediato vieras el robot y dijeras “pedazo de chatarra”, pero con empatía. “Pobrecito”, lo quieres abrazar. También esta actriz lo bullea, lo trata mal. Construimos mucho la imagen del robot con el sentimiento primero y después con elementos realistas y funcionales. Pero primero pensamos en la emoción del diseño del robot. El reto de hacer ciencia ficción con poco presupuesto, en México es gigante. Pero si vas viendo las limitaciones y tratas de convertirlas en tus potencialidades, creo que se le puede dar la vuelta.

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Nosotros filmamos en el primer año de COVID. En diciembre de 2020 fue el rodaje. Aquí en la Ciudad de México, todos los teatros estaban cerrados. Había problemas, no solo por el género de ciencia ficción, pero aparte COVID nos cayó encima y tuvimos que crear otros sistemas de seguridad. En ese momento había precauciones porque [la primera ola] de COVID tenía una mortalidad más grande. Se juntaron varios retos, pero logramos sacarlo adelante. Todo se dio.

¿Podrías contarme de los proyectos que tienes en puerta? ¿Qué te interesa desarrollar más adelante?

Sin decir exactamente la historia, estamos desarrollando un nuevo proyecto de ciencia ficción, ahora de largometraje. Acabamos de estar en Bogotá en un laboratorio de proyectos de cine fantástico que se llama Fantasolab. Estamos empezando a reunir los ingredientes. Ojalá podamos conseguir los recursos el año que viene para poder filmar este proyecto. Es un roadtrip a través de México con elementos de ciencia ficción.

La ciencia ficción y la fantasía son géneros que nos permiten volver real algo de lo que queremos hablar de una manera manifiesta, posible, tangible; llámese monstruo, fantasma, robot. En México tenemos la oportunidad de contar otro tipo de historias con estos géneros que poco exploramos. Sé que muchos quieren hacerlo y es complicado y no hay los recursos, pero creo que todavía tenemos la oportunidad de explorar mucho estos géneros para contar historias muy nuestras. No hace falta voltear a la esquina para ver una tragedia en el país. La metáfora creo que potencializa mucho los temas con los que estamos. No necesariamente tenemos que llegarles a los espectadores con la cruel y cruda realidad siempre, creo que hay otras maneras de poder explorar los temas que nos importan y con estos géneros se puede. En el caso de la ciencia ficción, lo que más me importa es llegar a la pregunta ¿qué es el ser humano? Es algo que va a trascender temas políticos de cada país. Son preguntas que nos deberían de importar a todos por igual.


Golem se estará presentando en Macabro FICH.