En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Érase una vez un genio o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.
(Three Thousand Years of Longing; George Miller 2022)
Para alguien que nunca ha dejado de ser un cineasta comercial, el australiano George Miller ha tenido una filmografía variada y fascinante. Su carrera empezó en 1979 con Mad Max, que con un bajo presupuesto típico del cine de explotación inauguró una espectacular y violenta franquicia de acción postapocalíptica. Sus primeras incursiones en Hollywood, fueron un segmentos de la antología de ciencia ficción y terror Al filo de la realidad y la comedia de fantasía macabra Las brujas de Eastwick. Miller les siguió en los noventas con el drama médico basado en la vida real Un milagro para Lorenzo y la secuela Babe el puerquito va a la ciudad, una película dirigida a un público infantil pero criticada por sus elementos más oscuros (ahora goza de una fama de culto). Repetiría protagonistas animales con la animación por computadora Happy Feet: El pingüino de 2006 y su secuela de 2011, antes de regresar al sangriento y frenético mundo de su ópera prima con Mad Max: Furia en el camino.
Su película más reciente, Érase una vez un genio es lo que uno esperaría de un cineasta cuya visión sigue siendo difícil de precisar. Parte de la simpleza e inocencia de las parábolas y cuentos de hadas, hecha con abundantes efectos visuales y un presupuesto considerable (60 millones de dólares; como referencia, ¡Nop! de Jordan Peele costó 68 millones). Pero está hecha con dosis considerables de sexo y violencia, se concentra en la soledad y melancolía de una mujer de mediana edad y la mayoría de su trama se compone de una conversación en una habitación de hotel–la única película comparable que pudiera sugerir su viabilidad comercial es tal vez La forma del agua de Guillermo del Toro, que recaudó 195 millones de dólares contra un presupuesto de 20 millones, además de ganar el Oscar a la mejor película.
Érase una vez un genio es protagonizada por Alithea (Tilda Swinton), una celebrada narratóloga camino a Estambul, Turquía, para dar una conferencia sobre cómo las historias que contamos han cambiado a lo largo de las culturas humanas. Pero desde su llegada empieza a experimentar visiones extrañas, que llegan a su clímax con una botella que consigue como recuerdo en el Gran Bazar la ciudad. Alithea se siente extrañamente atraída hacia la botella, y mientras la trata de limpiar de regreso en su habitación, deja salir a un genio, aquel espíritu de la mitología árabe.

El genio (Idris Elba), congruente con sus reglas, ofrece concederle tres deseos a Alithea. Pero ella, apoyándose en el vasto conocimiento mitológico sobre deseos que salen mal y aferrada a su cómoda y monótona vida, se resiste a pedirle algo. El genio ofrece hacer realidad su anhelo más profundo, pero ella no parece tener ninguno. La primera parte de la película fluye entonces como una prolongada conversación entre los dos. Él cuenta la larga historia de cómo fue a parar a manos de ella, anécdotas que involucran a varias figuras históricas. Antes de su primer encierro hace tres mil años, él se había enamorado de la Reina de Sheba (Aamito Lagum) pero fue engañado por el amante de ella, el Rey Salomón (Nicolas Mouawad). Después cuenta de Gulten (Ece Yüksel), una joven de la corte del rey Solimán (Lachy Hulme) que se enamora de su hijo Mustafa (Matteo Bocelli). Después de la rivalidad entre los hermanos Murad IV (Ogulcan Arman) e Ibrahim I (Jack Braddy) por el trono del Imperio Otomano. Y finalmente de Zefir (Burcu Gölgedar), la joven esposa de un mercader turco.
Miller honra el origen de la película en los cuentos de hadas con apropiado esplendor visual. La fotografía y los efectos visuales no buscan crear una realidad plausible y saturada de detalle, sino amplificar esa cualidad mítica y dramática. Nos asombran el color y el movimiento. Sus ambientes nunca lucen totalmente formados, usan el espacio vacío para que aquello que nos interesa en verdad pueda brillar por sí mismo. Miller captura su esencia, de la misma forma en que los personajes de los cuentos resultan tan vívidos en nuestra mente aun con las caracterizaciones más simples y descripciones mínimas.
Cada historia tiene un elenco diferente y elementos de romance, traición, tragedia y venganza, pero la estructura de la película les roba bastante de su emoción superficial, aunque de una manera que se siente intencionada. No hemos de dejarnos llevar por el momento, sino contemplar con nostalgia y arrepentimiento. El verdadero truco de Érase una vez un genio es que parte de una premisa espectacular y fantástica, seguramente con la conciencia de que pocos van a poder tomarla en serio, para aterrizar en una inusual melancolía. Su romance tiene menos que ver con el carisma y la química de sus estrellas que con la tristeza de sus personajes. Que a pesar de la diferencia en el tiempo (milenios para el genio, décadas para Alithea) que parecen haber desperdiciado, vagando por rumbos inciertos y frustrados, llegan a reconfortarse en la soledad del otro.