En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Avatar: El camino del agua o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


Cuando se estrenó en 2009, Avatar de James Cameron fue recibida con furor, mucho alrededor de sus efectos visuales. Más de una década después, parecía que solo se hablaba de ella en referencia a su poco impacto en la cultura popular. Se decía burlonamente que no tenía personajes memorables y que su historia se había visto antes en Danza con lobos de Kevin Costner, Pocahontas de Disney o incluso la fracasada fantasía animada de los noventa FernGully: Las aventuras de Zak y Crysta.

Como narrador y como creador de mitologías, parecía que Cameron había hecho un dramático retroceso. Su película no inspiró el fanatismo de otras sagas como Star Wars o El señor de los anillos. Como empresario, no obstante, su apuesta fue inteligente. Avatar se convirtió en la película más taquillera de la historia (superada temporalmente por Avengers: Endgame, pero recuperó el título después de un reestreno). Desde el ángulo de negocios, lo que parecía flojo o poco original de su historia podía entenderse como cauto y calculado. Narrativamente, Cameron se iba por lo seguro porque estaba invirtiendo en una de las películas más caras de la historia y su equipo estaba inventando nuevas tecnologías de filmación y efectos visuales, todo al servicio de un universo que no venía de un material previamente reconocido, sin estrellas en las cuales apoyarse (Cameron le ofreció el papel protagónico a Matt Damon, pero éste lo rechazó) y además poblado en su mayoría por personajes que ni siquiera eran reconociblemente humanos.

Secuelas de Avatar se anunciaron casi tan pronto como su éxito quedó claro, a pesar de que parecía que no había el entusiasmo necesario para sostenerlas y que lo único que Avatar tenía a su favor era la novedad. Trece años después, finalmente llega la primera de ellas, Avatar: El camino del agua y la espera se siente apropiada. Cameron puede haber desaprovechado la inercia generada por la primera película, pero también ha programado el estreno de la secuela en un tiempo en el que una película como ella nuevamente se siente ansiada y necesaria en el panorama hollywoodense.

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Lo más celebrado de la primera Avatar fueron, por supuesto, sus efectos visuales. Se les llamó “revolucionarios” en el sentido de que fueron un espectáculo digital sin precedentes, producto de tecnología entonces nueva. En retrospectiva, Avatar parece haber cambiado realmente poco en las prácticas de Hollywood. Claro, muchas películas se subieron al tren de la proyección en tercera dimensión e incorporaron cada vez más efectos visuales generados por computadora, pero pocas veces con el cuidado o atención que caracterizaron al blockbuster de Cameron. El 3D se convirtió en un artilugio para inflar los precios de los boletos del cine; los equipos de efectos visuales, desprotegidos en comparación a las áreas sindicalizadas de la producción cinematográfica, en ejércitos remplazables y explotables que producen resultados cada vez más apurados y pobres. Estamos tan acostumbrados a que la tecnología avance de manera lineal, no obstante los paisajes y personajes digitales de una película de 2009 siguen siendo más impresionantes y convincentes que los de lo blockbusters más recientes (hay excepciones, como Blade Runner 2049, Duna y Top Gun: Maverick, por ejemplo).

El entusiasmo alrededor de El camino del agua pareciera venir, menos de un amor a la primera película y más de la creencia de que cineastas como Cameron son, de alguna manera, la última línea de defensa para los blockbusters hechos a la vieja usanza: apropiadamente épicos y motivados por una visión autoral y no por caprichos corporativos, que se toman el tiempo para pulir sus visuales y sus historias en lugar de aferrarse a apuradas fechas de estreno. Al mismo tiempo, es difícil negar la sensación de que, como otros cineastas bendecidos con el éxito comercial, Cameron se había engolosinado con su propia tecnología y perdido contacto con lo que verdaderamente gustaba de sus primeros trabajos (piénsese en George Lucas con las precuelas de Star Wars, Peter Jackson con la trilogía de El hobbit o Ang Lee con Proyecto Géminis). Había razones para lamentar que Cameron, uno de los más dotados entretenedores del Hollywood de las últimas décadas, el hombre que hizo Aliens: El regreso, Terminator 2: Juicio final y Titanic, optara por dedicar lo que bien puede ser la última etapa de su carrera a una fantasía de ciencia ficción tan poco original.

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Es probable que El camino del agua cambie la mente de pocos. A quienes les disgustó Avatar seguro pensarán lo mismo de su secuela, pues repite tanto de ella. A quienes les gustó, incluso si la historia no les pareció tan fresca, quizá les guste y hasta les encante, pues Cameron se muestra más suelto y cómodo en este mundo y lo muestra con más detalle y maravilla. Se siente como la película que quería hacer desde un principio pero pensó, no sin razón, que era mejor que el público se familiarizara gradualmente con todo lo que tenía pensado.

El camino del agua nos lleva de nuevo a Pandora, un mundo extraterrestre habitado principalmente por los Na’vi, una raza humanoide de piel azul y rasgos vagamente felinos. Han pasado varios años desde que el otrora humano Jake Sully (Sam Worthington, como todo el elenco Na’vi interpreta a su personaje a través de la tecnología de captura de movimiento) liderara una exitosa campaña militar en contra de la “gente del cielo”, humanos que llegaron con la intención de extraer los recursos naturales de Pandora, destruyendo su medioambiente en el proceso. En este tiempo, Jake ha criado una familia al lado de su pareja Neytiri (Zoe Saldaña): Neteyam (Jamie Flatters), Lo’ak (Britain Dalton) Tuk (Trinity Jo-Li Bliss) y Kiri (Sigourney Weaver).

El guion, de Cameron, Rick Jaffa y Amanda Silver (los tres, además de Josh Friedman y Shane Salerno, reciben crédito por la historia) expande el mundo de Avatar repitiendo muchos de sus puntos principales. El conflicto de nuevo comienza con la llegada de naves espaciales que buscan establecerse y explotar la naturaleza de Pandora. Se plantean hilos narrativos intrigantes, pero estos quedan colgando en el aire: llama particular atención la construcción de ciudades humanas en Pandora para recibir a la población de la tierra, pero El camino del agua no hace mucho con esto, como si Cameron lo estuviera reservando para futuras secuelas. Y en lugar de darnos un nuevo y formidable villano, la secuela trae de vuelta al implacable pero simplista antagonista de la primera Avatar. El coronel Miles Quatrich (Stephen Lang) regresa, reencarnado artificialmente en un cuerpo Na’vi, con la misión explícita de acabar con Jake Sully, quien como líder de la resistencia Na’vi ha estado atacando la infraestructura esencial de la industria humana en Pandora.

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Ahora un padre de familia y no el joven sin nada que perder de la primera película, Jake muda a su familia de su hogar en los bosques de Pandora a donde no los puedan encontrar. Su búsqueda de refugio los lleva a los arrecifes de Pandora, donde son recibidos por una aldea encabezada por Ronal (Kate Winslet) y Tonowari (Cliff Curtis). El tema de la familia es central a El camino del agua. Sus seres queridos son lo que motiva a Jake y a Neytiri e incluso a Quatrich, quien descubre que él (o por lo menos su predecesor humano) es padre de Spider (Jack Champion), un niño humano abandonado en Pandora y que crece al lado de los hijos de Jake y Neytiri. Es esta idea lo que finalmente le da cierta emoción y unidad a una película que por demás se siente como un capítulo temprano en una muy larga saga (incluso si la familia de Jake no hace mucho más que dejarse capturar para mover la trama).

La primera película de Avatar fue criticada, no sin razón, por lo que parecía un uso superficial y oportunista de las culturas indígenas, con todo y el cliché del salvador blanco. En los Na’vi, Cameron ha combinado varios estereotipos sobre la representación indígena en pantalla: su estilo de vida, entendido como más simple, así como sus rituales y lugares sagrados, son presentado de manera romántica. Su vínculo con la naturaleza es tratado de forma literal: los Na’vi se conectan a través de terminales nerviosas en sus trenzas a otras criaturas o a Eywa, una conciencia compartida entre todos los seres vivos de Pandora (su equivalente de la Fuerza en Star Wars). Pero al tratar de darle sentido o coherencia interna a su universo (la existencia de Eywa es corroborada por personajes científicos humanos) Avatar mata parte de su magia. Se siente menos como una muestra de respeto y admiración a las cosmovisiones indígenas, y más como una deferencia al pensamiento científico positivista: como si el primero solo fuera válido si se puede explicar por el segundo. En su cuadrada admiración por la naturaleza, Cameron es Hayao Miyazaki sin la poesía.

Pero son estas contradicciones lo que hacen a El camino del agua un producto fascinante. ¿Cómo explicar que una película tan asombrada por la naturaleza esté compuesta en su mayoría de entornos casi totalmente artificiales, creados en computadoras? Cameron usa la tecnología, no para capturar a la humanidad sino para trascenderla. El gran hueco de la película sigue siendo sus humanos. Su Tierra del futuro nunca aparece en pantalla (¿llegará Cameron a explorarla en alguna secuela?), pero construimos una imagen a través de lo que se nos cuenta de ella: una potencia industrial devastada al límite de su habitabilidad, dependiente de la explotación de planetas lejanos y preparada para reestablecerse en ellos para probablemente cometer los mismos errores.

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El Antropoceno, este tiempo geológico que comprende desde el inicio de la actividad humana hasta la actualidad, y caracterizado por nuestro efecto destructivo en el medio ambiente, puede ser útil para interpretar la mitología de Avatar. Al identificarse tan de cerca con los Na’vi y tratar a los humanos como villanos o carne de cañón, Cameron pareciera hablar con un rencor y hostilidad al mundo humano. Haciendo de su héroe una especie de traidor a su especie, es como si dijera que la única forma de salvarnos es rechazando nuestra humanidad, por lo menos como la entendemos actualmente. Quizá el personaje más complejo de El camino del agua es uno bastante menor, el científico interpretado por Jemaine Clement que admira profundamente a las criaturas que debe ayudar a matar para extraer una sustancia de ellas. Él encarna el dilema moral central de la película.

Lo más asombroso sobre El camino del agua es lo mucho que esto funciona. La película nos reta a no enamorarnos de Pandora y sus perfectamente realizados paisajes imposibles. Los efectos visuales no abruman o eclipsan la historia, más bien la complementan. La luz de su sol rebota de manera tan convincente en las pieles y cabellos de los Na’vi. La ilusión es completada más por el 3D, el formato para el que la película fue hecha, donde cada plano de la imagen salta de manera sutil, facilitando la inmersión. Avatar se trata de la belleza y profundidad del mundo natural y por lo tanto éste está construido con tanto detalle y se siente que se puede tocar. La estrella no es Sam Worthington, ni siquiera Jake Sully, es Pandora.

Russell Carpenter fotografía la película como si fuera un documentalista vertido en este mundo, sacrificando quizá la oportunidad de impactantes composiciones para mover la cámara con soltura y la ilusión de realidad. Como su diálogo, mucha de su realización es más funcional que extraordinaria. En la simpleza e insistencia de su acción, la película hasta rescata ese encanto brutal que mostraba en Aliens y Terminator 2. Mucho tiempo se dedica a introducirnos de nuevo a este mundo y contemplarlo, una rareza en el mundo de los blockbusters contemporáneos, pero que finalmente es tiempo bien empleado, por la manera efectiva (si no necesariamente elegante) en que establece los parámetros para sus piezas de acción a gran escala. Al final, el lenguaje de Avatar: El camino del agua es el de la acción y el espectáculo y Cameron lo habla de manera tan fluida.


★★★★