En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver El tiempo del Armagedón o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.
(Armageddon Time; James Gray, 2022)
El tiempo del Armagedón es una película de la que llevo tiempo queriendo escribir porque siento que ha sido incomprendida. Parte importante de la crítica estadounidense la leyó como un tanto indulgente: la obra de un director blanco estadounidense recreando su infancia de manera nostálgica o peor, un intento de abordar las relaciones raciales con un ojo a expiar la culpa blanca. Estoy en desacuerdo con ambas interpretaciones, pero no pienso que vengan de la nada. En primer lugar, El tiempo del Armagedón definitivamente tiene elementos autobiográficos. El trasfondo de su protagonista contiene muchos paralelos con el de su guionista y director James Gray. Su trama también gira alrededor de un muchacho negro y la diferencia de oportunidades entre él y su protagonista blanco.
Pero El tiempo del Armagedón trasciende su estatus como un ejercicio egocéntrico y también como paliativo reconfortante a la mentalidad liberal de Estados Unidos. Esto porque Gray es inteligente sobre lo que pone en el fondo de la película. Somos el producto de fuerzas que actúan a nuestro alrededor y El tiempo del Armagedón no solo se trata de la infancia de un niño que crece en Nueva York pero también de los fenómenos históricos, políticos y sociales que lo rodean y que repercuten de manera indirecta pero decisiva en su propia vida. Fenómenos su protagonista no puede entender (como Gray probablemente no pudo entender de niño) pero que la retrospectiva vuelve claros.
Es el año de 1980 y Paul Graff (Banks Repeta) es un niño judío que va en el sexto año de primaria en una escuela pública de Queens. Paul sueña con ser artista y tiene algo de payaso de la clase, dos cosas que lo meten en varios problemas. Su maestro, el señor Turkeltaub (Andrew Polk), seguido le llama la atención por distraerse dibujando o tratar de hacer reír a sus compañeros. Igual de bromista es Johnny Davis (Jaylin Webb), un niño negro que también va en su clase y sueña con ser astronauta. Después de que Turkeltaub los hace quedarse en el salón durante la clase de educación física, los dos se hacen mejores amigos.
Los trasfondos familiares de Paul y Johnny son drásticamente diferentes. Johnny vive solo con su abuela enferma. Paul con sus papás Irving (Jeremy Strong), un plomero; su madre Esther (Anne Hathaway), que es presidenta de la asociación de padres de familia de la escuela de Paul y que busca elegirse para el comité de educación local; y su hermano mayor Ted (Ryan Sell), quien va a una escuela privada. Pero a quien Paul le tiene más cariño es a su abuelo (Anthony Hopkins), quien comparte su bobo sentido del humor y el único que de verdad lo apoya en su sueño de ser artista.

El abuelo de Paul es un rayo de bondad y, de alguna forma, la conciencia de la película. Hablando de su trágico pasado, habla con candor y claridad. Cuenta cómo él y sus padres llegaron de Ucrania, huyendo de la persecución antisemita. Cuando Paul le pregunta qué hacer cuando a sus compañeros los molestan, él insiste que Paul los defienda. Él encarna la integridad que Estados Unidos muchas veces se atribuye, pero a cuya altura pocas veces está.
El tiempo del Armagedón se ambienta en el ocaso de ese periodo de prosperidad y crecimiento económico que experimentó Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. El fin de esta prosperidad se asoma en la decadencia de los servicios públicos, específicamente en la escuela de Paul. Sus padres y sus abuelos se preocupan por la decreciente calidad de la educación y cada vez se muestran más convencidos de cambiarlo a la escuela de Ted. El contraste entre ambas instituciones impresiona a primera vista, pero es finalmente superficial. La escuela pública es clases grandes y libros y salones descuidados. La escuela privada es equipamiento impecable y atención personalizada. Pero en ambos es marcada la deferencia a la autoridad y el efecto uniformador.
La escuela privada solo le ofrece un mayor bombardeo de ideología de la mano de las autoridades y compañeros. La familia del futuro gentrificador de Nueva York y presidente de Estados Unidos Donald Trump aparece en roles breves, pero que hacen una importante impresión: el empresario de bienes raíces Fred Trump (John Diehl) y la fiscal federal Maryanne Trump (Jessica Chastain) hablan del éxito como producto exclusivo de su trabajo duro; de cómo esta escuela los debe encaminar a ser la futura élite de Estados Unidos. ¿Qué es esto sino la justificación de un mundo desigual, con claras jerarquías? ¿Una llamada a eludir nuestra responsabilidad hacia otros? ¿Una invitación a pensarnos solo como individuos y no como miembros de una comunidad, una sociedad?
Gray y el director de fotografía Darius Khondji reconstruyen la época con tonos ámbar y trabajo de cámara clásico. Aunque fotografiada em formato digital, la imagen cuenta con una suciedad y tonos suaves que evocan el celuloide. La cámara suele mantenerse estática o limitada a movimientos de cámara algo rígidos–la excepción es una escena en la que Irving castiga físicamente a Paul, pero la cámara en mano y cortes abruptos aumenta el impacto y la brutalidad de la escena. Los toques expresivos son pocos, pero acertados. Imágenes de la cultura pop acentúan lo que sus personajes sienten: videos turísticos cuando Johnny y Paul sueñan con irse a Florida, pietaje del interior de la cabina de un cohete antes de un momento decisivo para Johnny. Es algo que los hace sentir más como productos de su época.

La amistad entre los dos niños es real y palpable. Si bien Johnny actúa como un catalizador de los dilemas de Paul, no es una caricatura diseñada para jugar con nuestras simpatías, sino un personaje bien delineado con sus propios problemas, a los que responde de manera comprensible y humana. Mucho de su desarrollo ocurre fuera de cuadro, pero podemos entender su pensamiento y sus emociones. Cuando dos adolescentes negros lo acosan en el metro y se burlan de su sueño, diciendo que nunca van a dejar a un joven negro entrar a la NASA, vemos que incluso en su infancia ya comprende las injusticias sociales que enmarcan su vida. Cuando le grita insultos y amenazas a Turkeltaub en plena clase, choca con lo que hemos visto de él previamente, pero tampoco es inexplicable. Está emulando los modelos de comportamiento que probablemente ve. Su amistad con Paul es genuina, su emoción ante sus logros también. Cuando Paul se rehúsa a defenderlo en un momento crítico, él toma la culpa, no por una abnegación casi santa, sino por cinismo. Sabe que en este mundo Paul tiene una oportunidad y él no. Que es mejor que solo uno de ellos se meta en problemas y no los dos.
Paul quisiera defender a su amigo, pero también ¿cómo podría, si todo le dice que no lo haga? Su padre le inculca que deje sus sueños de ser artista y que sea pragmático, que consiga un trabajo con un rentable futuro. Como muchos padres, quiere que sus hijos aprovechen las oportunidades que él no tuvo. La historia de Paul y su familia es también una de asimilación, el adoptar los valores de la sociedad dominante para encajar mejor en ella, un dilema que continúa afligiendo a muchas minorías. Incluso su abuelo habla de los beneficios de un apellido que no delate su ascendencia judía.

Incluso con este denso trasfondo político, El tiempo del Armagedón no deja de ser una emotiva película sobre la infancia, la amistad y la familia. Llena de momentos tiernos y espontáneos que parecen brotar de la experiencia propia. Sus personajes secundarios no están solo ahí para repetir opiniones populares entonces, sus acciones hablan de experiencias y respuestas a sus propias épocas tanto como Paul y Johnny. Irving y Esther son capaces de profunda gentileza, calidez y vulnerabilidad al mismo tiempo que repiten los prejuicios de su época.
Al poner la historia de Paul en su contexto histórico, James Gray ha construido una parábola acertada sobre el neoliberalismo. Ese término, poco comprendido pero muy sonado en México por ser el chivo expiatorio favorito de nuestro actual presidente, a grandes rasgos se refiere a una serie de procesos políticos en los que el gobierno viene a ceder sus responsabilidades al llamado libre mercado–¡qué apta metáfora es que su protagonista, en su cambio de escuelas, literalmente pase por un proceso de privatización! El tiempo del Armagedón es sobre una época en que Estados Unidos tuvo la oportunidad de continuar con su imperfecto proceso de bienestar y cohesión social, pero decidió abrazar el individualismo y la desigualdad.
El título, quizá melodramático para la historia de una familia, nos cuenta que, aunque en el momento no puede parecerlo, se estaban sentando las bases para un futuro apocalíptico. Los ochenta y las décadas que le siguieron no nos trajeron la guerra nuclear que Esther temía, pero sí un retroceso en los esfuerzos para mejorar la calidad de vida empezados durante el siglo XX. El discurso de Ronald Reagan y la noticia de su elección a la presidencia aparecen, no solo para recordarnos cuándo se ambienta la película, sino como una forma de recalcar esta decisión. El final de la película lo recalca de manera sutil y melancólica. Paul es libre y con un futuro brillante delante de él, pero está solo.