En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Agente Fortune: El gran engaño o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(Operation Fortune: Ruse de Guerre; Guy Ritchie, 2022)

No soy un gran admirador de Guy Ritchie. Los caballeros, medio celebrado como un regreso en forma para él, me pareció un rancio reciclaje de sus previas incursiones al submundo criminal británico. Y aun cuando aprecié Justicia implacable como un uso más maduro de sus talentos, su tono demasiado sombrío terminó por robarle el humor que tanto se disfrutaba en sus más entretenidas películas. No obstante, en un Hollywood dominado por las mismas franquicias, Ritchie se siente cada vez más como una anomalía y un placentero recordatorio de épocas pasadas. Hay algo más o menos admirable en alguien que se aferra a lo pasado de moda.

Su trabajo más reciente, Agente Fortune: El gran engaño, parece hecho con ojo a convertirse en una más de estas franquicias, pero en sus términos. Es técnicamente un guion original, escrito en conjunto con sus colaboradores frecuentes Ivan Atkinson y Marn Davies, más o menos en el molde de las películas de James Bond o de Misión: Imposible–una comparación más apropiada El agente de C.I.P.O.L. de 2015, su adaptación de la serie de televisión de espías que, al no ser un éxito en taquilla nunca trajo las secuelas que su final abierto prometió.

Agente Fortune es una enredada, emocionante y más o menos inconsecuente trama de espionaje y acción que no tarda nada en arrancar. Abre con un oficial del gobierno británico, Nathan Jasmine (Cary Elwes), llegando a la oficina de su superior, Knighton (Eddie Marsan) para informarle del robo de un valioso artefacto llamado el Asa (para averiguar exactamente qué es, tendremos que esperar a que transcurra media película). Las piezas están en movimiento antes de que sepamos qué está en juego o siquiera quién es su protagonista. Nathan le encarga la misión de recuperar el Asa a Orson Fortune (Jason Statham), quien es la idea de James Bond como agente secreto playboy y bon vivant llevada al extremo. Fortune tiene un avión privado (no muy secreto que digamos, pero bueno, James Bond tampoco lo era) y gasta copiosas cantidades en vino y otros lujos.

En su equipo, Fortune tiene a J.J. (Bugzy Malone) como apoyo en campo y a Sarah Fidel (Aubrey Plaza), una hacker experta. Pero su miembro más inusual e importante es Danny Francesco (Josh Hartnett), una superestrella de cine a quien usan para llamar la atención e introducirse al círculo íntimo de Greg Simmonds (Hugh Grant), el traficante de armas que actúa como intermediario para la compra del Asa.

Ninguno de estos personajes tiene mucho en cuanto a personalidad. Ritchie, quien le dio a Statham sus primeros roles en cine, lo utiliza de nuevo como una herramienta burda y brutal, que no necesita historia de fondo o diálogos ingeniosos para ser una entretenida presencia en pantalla; Fortune no obstante se divierte irritando de vez en cuando a Nathan (quien como tieso burócrata inglés no tiene opción más que seguir financiando sus extravagancias). Sarah, algunos años más joven que Fortune, lo suficiente para que se sienta una brecha generacional entre ellos, es una destilación casi pura del sarcasmo de Aubrey Plaza. Sarah, haciendo chistes juveniles y con la energía de una adolescente arrastrada por sus padres a algo que no quiere hacer, parece estar en una película diferente, cosa que resulta sorprendentemente divertida.

Agente Fortune_1

Con la excepción de Danny, quien no está para nada acostumbrado al mundo del espionaje internacional, cada uno actúa con frío profesionalismo. Peligros mortales son tratados como pequeños reveses; la muerte de otros ni los inmuta (como J.J. hace cuando un villano menor cae desde varios pisos frente a él). Agente Fortune es menos una historia que una serie de secuencias de acción y suspenso que resultan ordinarias para estándares actuales. La primera de ellas ve a Fortune y a su equipo vigilar una llegada en el aeropuerto por lo que se sienten como varios minutos antes de llegar a los golpes. En otra deambulan por una fiesta en el yate de Greg para conectarse remotamente a su teléfono.

Ritchie nos da pocas razones para simpatizar con sus personajes, pero confía en que su habilidad y cautela baste para que queramos verlos lograr sus objetivos. Como en las primeras películas de James Bond, la acción explosiva y espectacular es secundaria a la rutina y metodología del espionaje. Cuando la acción sube de nivel a persecuciones en carro y tiroteos entre pequeños ejércitos, ésta tiene un peso e importancia.

Los placeres de Agente Fortune son totalmente superficiales. Paisajes turísticos alrededor del mundo (un elevador panorámico en Antalya, Turquía, por ejemplo, se presta para un divertido y cruel gag), así como lujosos alojamientos de villanos cosmopolitas, fotografiados preciosamente en formato anamórfico en estáticas composiciones clásicas. Y por supuesto, el sentido del humor de Guy Ritchie, que no tiene equivalente en el Hollywood actual.

Sus caprichos con la cronología añaden poco (la película omite una pelea entre Fortune y unos matones ucranianos, pero la muestra momentos después para darle un chiste cuando se reencuentra con sus compañeros) y hay cierta crueldad y amoralidad en cómo nos presenta a sus personajes: Fortune no duda en recurrir a la extorsión y la película termina demasiado enamorada de los actos de intimidación terrorista de Simmonds. El tono de la película, mayormente ligero, sufre, así como nuestra simpatía por sus personajes. Pero cuando se mantiene del otro lado de esta línea, Agente Fortune satisface una inquietud que pocos de sus contemporáneos hollywoodenses pueden. Es una película hecha para que el público diga “ya no las hacen como antes”. Si Ritchie y Statham (¡y Plaza!) quieren seguir haciendo películas de Orson Fortune, no sería la peor franquicia de Hollywood que debemos que soportar.


★★★