La comunidad cinéfila y cinematográfica de México empezó el año resucitando el debate alrededor de la piratería. Con esta publicación no busco señalar ni refutar los argumentos del autor del tweet que inspiró toda esta discusión, sino aprovechar la oportunidad para expresar brevemente mis opiniones generales sobre el tema.

Para el propósito de esta discusión, entiendo la piratería como el uso (reproducción, distribución, etc.) de una obra (en este caso una película) protegida por leyes de propiedad intelectual sin el permiso de su titular. Creo que la preocupación de los creadores por la piratería es legítima. Entiendo cómo la piratería puede, practicada a gran escala, tener daños significativos en la capacidad de estos creadores para recibir ingresos por su trabajo. El cine es un arte, pero también un negocio, y alrededor de él hay toda una infraestructura para remunerar a quienes participan tanto en su producción, distribución y exhibición.

Vivimos en una época en la que tenemos acceso a gran variedad de contenidos mediante el internet. Incluso si nos limitamos a medios estrictamente legales, el contenido es abundante y masivo, la oferta es amplia: tenemos la exhibición cinematográfica tradicional, las plataformas de streaming y la televisión todavía. No obstante, la historia del cine abarca más de cien años y las filmografías de muchos más países. En México, lo que está disponible por la vía legal no es ni una fracción de lo que se ha producido. Limitarse a esto sería limitar nuestro propio panorama cultural.

También está la cuestión del costo. Tanto las entradas al cine, las copias físicas en DVD y Blu-ray y las suscripciones a los servicios de streaming tienen un costo monetario que para muchos no es insignificante. En el caso de las primeras dos, el acceso a ciertas películas se limita aun más por cuestiones geográficas: películas que solo llegan a salas de cine limitadas a unas cuantas ciudades, copias físicas que solo se pueden adquirir a través de caras exportaciones y plataformas que solo están disponibles en unos pocos territorios.

El medio digital ha transformado el estatus del cine como un producto de consumo. Un archivo digital no es algo material y por lo tanto su distribución a través de internet es más fácil que nunca. ¿Deberías piratear una película que quieres ver? En mi opinión, la respuesta a esta pregunta depende de distintos factores. ¿Está disponible para mí de manera legal? ¿Tengo los medios económicos para costearla? La piratería es una opción cuando la respuesta a una de éstas es no.

La piratería por sí sola no es la solución al problema del acceso al cine. Una buena infraestructura cinematográfica debería permitir acceso amplio y equitativo al cine; estar al alcance de muchos públicos al mismo tiempo que remunere justamente a sus creadores. Antes de llegar a esto, también son pertinentes discusiones sobre la legitimidad de muchas protecciones de copyright, del rol del gobierno en el apoyo a la cultura y de cómo convertimos al arte en un bien de consumo en primer lugar. La piratería no es una panacea, pero tampoco hay que demonizarla.