(White Noise; Noah Baumbach, 2022)
No sé cómo uno empieza a adaptar a Don DeLillo. Como muchos autores del modernismo y posmodernismo estadounidense, sus novelas frecuentemente son descritas como imposibles de filmar. Antes de Ruido de fondo, la única película basada en un texto suyo (sin contar Game 6, un guion original escrito por él) que se logró concretar fue Cosmópolis; ésta solo parecía funcionar porque en David Cronenberg encontró a un director tan atinado a las ansiedades inconscientes de sus libros. En manos de Cronenberg, los eventos cada vez más extraños de su trama se sentían parte elemental de una odisea psicosexual de su protagonista. Cronenberg construía un mundo coherente en su incoherencia, le daba sentido al sinsentido.
Noah Baumbach es un director talentoso y cuyo trabajo admiro enormemente. Sus colaboraciones con Greta Gerwig, Frances Ha y Mistress America son dos de las comedias estadounidenses más frescas y vivaces de los últimos años. Películas como Historia de un matrimonio mostraban su hábil manejo de los matices y la complejidad, retratando de manera íntima, espontánea y agridulce, pero con toques de humor y azar humano un matrimonio que se deshacía. No obstante, no había nada en su carrera, típicamente enfocada en las vidas de neoyorquinos literatos, que sugiriera que su sensibilidad se prestara para adaptar a DeLillo, o siquiera que estaba interesado en ello.
Cualquiera que haya sido la razón, su adaptación de Ruido de fondo fue la que finalmente se hizo realidad–Baumbach es de hecho el tercer director involucrado en el proyecto, que pasó de Barry Sonnenfeld a Michael Almereyda y finalmente a él. La película, como la novela, cuenta la historia de Jack Gladney (Adam Driver), un académico cuya área de especialización es Adolf Hitler. Jack está casado con Babette (Greta Gerwig) y los dos viven con sus hijos de distintos matrimonios anteriores, que van de adolescentes a un infante. La injerencia principal de Baumbach, lo que más la hace sentir como una película suya, se encuentra en el casting: Driver, colaborador frecuente y quien interpretó a su avatar en Historia de un matrimonio, y Gerwig, su esposa en la vida real. Si hay algo en lo que Baumbach se muestra más interesado, y cuyas emociones retrata con mayor seguridad y atención, es la vida diaria y las intimidades de Jack y Babette.

Pero Ruido de fondo tiene mucho más a su alrededor y se trata de mucho más. Entre la multitud de temas que emergen están el miedo a la muerte, la violencia, el espectáculo, el consumismo estadounidense, la academia, los químicos nocivos y la radiación, la desinformación y la forma en que todos estos se conectan. La película abre, no con Jack y Babette, sino con su colega Murray Siskind (Don Cheadle) dando una plática sobre los choques automovilísticos como una extensión de la tradición estadounidense. Más adelante, él y a Jack improvisan una especie de debate en el que contrastan las vidas de Hitler y Elvis Presley, en un histriónico esfuerzo por avanzar sus respectivas carreras.
La vida diaria de sus personajes parece transcurrir principalmente, no en su casa, sino en lo más parecido a un espacio común que hay en los suburbios estadounidenses: los coloridas y uniformes pasillos de un supermercado. Las ondas, partículas y químicos tóxicos son fundamentales para sostener su estilo de vida: están en la radio y la televisión, los chicles que compra Babette y que causan enfermedades en animales de laboratorio. Podemos reírnos de la contradicción de que Jack y Babette, como padres, deben darles certeza y seguridad a sus hijos, pero son los que tienen más miedo. En Ruido de fondo, la vida y la muerte se convierten en bienes de consumo y los bienes de consumo se convierten en rituales.
Las vidas de Jack y Babette existen en una burbuja de normalidad y aburrimiento, flotando en un entorno caótico. Quizá por esto, la película retrata la normalidad familiar en caos. Cuando conocemos a sus hijos, Denise (Raffey Cassidy), Heinrich (Sam Nivola), Steffie (May Nivola) y Wilder (Henry y Dean Moore) todos están hablando al mismo tiempo, más o menos desconectados de lo que pasa a su alrededor; sus diálogos prácticamente se traslapan y la cámara se mueve de un lado para otro, no sabiendo en quién concentrarse. Todo esto ocurre en una cocina llena de los coloridos empaques de comida de marcas reconocibles y otros productos procesados.

Baumbach, con el presupuesto más grande que se le ha dado hasta la fecha, ha hecho su película más espectacular y preciosa. El cinefotógrafo Lol Crawley abraza las imperfecciones visuales del celuloide y los lentes, mientras que el diseñador de producción Jess Gonchor construye una meticulosa y ligeramente extravagante recreación de los ochenta. En conjunto con la música de Danny Elfman y los títulos que parecen sobrepuestos con una vieja impresora óptica, Ruido de fondo termina sintiéndose como una superproducción del apogeo de Spielberg. La película, no obstante, se deja llevar por el exceso. El “evento tóxico aéreo”, evento central del segundo capítulo de la película, pierde su poder para inducir paranoia e incertidumbre porque Baumbach muestra su causa en una tensa, cómica pero finalmente superflua secuencia de acción.
Por mucha de la duración de Ruido de fondo, Baumbach parece abrumado y perdido por el material. Capta que el mundo de DeLillo es una versión más absurda del nuestro (sus localidades tienen nombres como Iron City, imponentes, antisépticos y genéricos) y por lo tanto parece haber instruido a sus actores para que den interpretaciones que se sienten todo menos naturales, aventurándose fuera de su área de experiencia y comodidad como cineasta. Cada diálogo se siente desconectado de lo que vino antes y lo que vendrá después. Las motivaciones de sus personajes se sienten extrañas e incomprensibles, pero no de una forma que delata una compulsión inconsciente, como hizo Cronenberg. Uno siente que Baumbach ha tomado las palabras de DeLillo más o menos textualmente, con poca consideración de por qué están ahí en primer lugar.
Antes de Ruido de fondo, la mayor anomalía en la filmografía de Baumbach era tal vez De Palma, codirigida por Jake Paltrow. En este documental de concepto simple, el director Brian De Palma conversaba y relataba anécdotas sobre su vida y el proceso de hacer cada una de sus películas. En él se nota el enorme entusiasmo y afecto de Baumbach y Paltrow por el autor, a pesar de que en ninguna otra parte de la filmografía de Baumbach se nota la influencia de De Palma. Hasta ahora. Ruido de fondo culmina con una confrontación en un motel, cuyos tonos neón, ángulos dramáticos (¡y hasta un uso de dioptría dividida!) captura con inquietante precisión la atmosfera de De Palma. Es una imitación, pero una bien estudiada y el momento más electrizante de la película. Si Baumbach quería hacer un pastiche de De Palma, da gusto que haya tenido la oportunidad de hacerlo. Pero no tenía por qué involucrar a De Lillo.
★★
Ruido de fondo está disponible en streaming vía Netflix.