En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver La ballena o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.
(The Whale; Darren Aronofsky, 2023)
La ballena sabe qué vamos a pensar de su personaje principal desde el momento en que lo vemos. Es una película sobre un hombre con obesidad mórbida que entiende el prejuicio asociado a esta etiqueta y que sabe que, como espectadores, nuestra mente no nos permitirá ignorarlo. Su título se adelanta a ese chiste cansado, sin imaginación ni gracia. Es un título astuto, porque nos predispone a cierto tipo de película, a una en la que la condición física de su protagonista es presentada de manera grotesca y monstruosa. Es un sentimiento que reconoce, pero que no necesariamente comparte. La película se trata en parte de confrontar este prejuicio.
Este hombre es Charlie (Brendan Fraser), un maestro de redacción en una universidad en línea–aquí una de las primeras inversiones de la película, en que la “ballena” se refiere también a un ensayo escolar sobre Moby Dick de Herman Melville, que Charlie cita de vez en cuando como un trabajo particularmente bien logrado. Conocemos a Charlie primero a través de su voz, dando instrucciones elocuentes a sus alumnos, la cámara acercándose lentamente al cuadro en negro de la videollamada, como sumergiéndonos en un vacío. Charlie pasa la mayoría de su tiempo en su apartamento, específicamente en su sofá. Su movilidad es limitada, solo puede levantarse de él y desplazarse por su casa con ayuda de una andadera. Sus interacciones se limitan a su amiga y enfermera Liz (Hong Chau), quien de vez en cuando viene a cuidar de él, y el repartidor que cada día le deja su comida fuera de su puerta.
La película cubre cinco días de la vida Charlie y muestra un par de eventos que la sacuden. En su chequeo, Liz le advierte que está en riesgo de morir y que si quiere evitarlo debe ingresarse a un hospital. Charlie toma esta primera noticia casi con indiferencia, él sufre de una prolongada depresión y piensa en la muerte como un alivio y no como algo a lo que le deba tener miedo. Lo altera más la llegada repentina de su hija Ellie (Sadie Sink), con quien está distanciado. Ellie es una presencia caótica, tiene problemas con sus maestros y compañeros de la escuela y es grosera y hasta manipuladora. Pero no llegamos a odiarla, porque entendemos sus caprichos y exabruptos como una forma de procesar por lo que está pasando. Cuando Ellie tenía ocho años, Charlie se enamoró de otro hombre, un exalumno suyo y dejó a su familia para estar con él. Simpatizamos con Ellie y hasta podemos compartir su abandono y rencor.

La ballena no esconde sus orígenes en el teatro. Se compone de largos monólogos y conversaciones y la acción se desarrolla en su totalidad en el apartamento de Charlie. A medida que progresa, el guion de Samuel D. Hunter (autor de la obra original), cae en revelaciones forzadas que no contribuyen más que un shock inmediato y sorpresa, pero en sus momentos más fuertes, ofrece un retrato casual de la vida diaria de Charlie, con su constante melancolía y sus brotes de humor.
Su locación limitada es tratada con aptitud visual; el lugar se mantiene mínimamente iluminado a manera de enfatizar su aislamiento y aumentar el impacto visual de su final. Y en su lenguaje cinematográfico, Aronofsky pocas veces ha sido tan simple y preciso. La pantalla mantiene una proporción casi cuadrada, permitiendo que los rostros nos hablen de manera directa e íntima. La rutina diaria de Charlie tiene sus elementos de dificultad física–como cuando se ahoga, una maniobra Heimlich no basta, Liz lo hace colocarse sobre su brazo y se lanza sobre él–pero el director de fotografía Matthew Libatique tiene cuidado de no usar ángulos ni lentes que exageren su figura; hacerlo perdería la empatía que la película busca construir con él y traicionaría el tema de honestidad que recurre a lo largo de los diálogos–Charlie insiste en que sus alumnos se expresen con honestidad, como preludio a la revelación de que a él mismo le cuesta ser honesto. Cuando lo vemos prácticamente desnudo mientras se baña, la cámara se sostiene en un plano abierto algunos segundos, pero presentándolo de la manera más objetiva y sin adornos posible.
Mucho se ha hablado ya de la caracterización de Fraser, tanto en términos negativos como positivos, por razones externas a la película. El casting de un hombre que no es obeso como Charlie ha sido criticado y su trabajo de prostéticos y maquillaje han sido descritos como un “traje de gordo”. La historia misma ha sido acusada de perpetuar estereotipos sobre las personas con obesidad. Incluso cuando se habla de ella de manera meritoria, como se ha hecho en la discusión de premios, es por razones ajenas al trabajo de Fraser. La drástica transformación física de un actor mejor conocido por comedias y blockbusters, después de una larga ausencia por circunstancias desafortunadas, basta para propulsar una narrativa.

¿Pero es una buena actuación? Debajo de las tristezas de Charlie, vemos la simpatía y el carisma de esa estrella de cine que Fraser alguna vez fue. Salvo cerca del final, cuando los eventos lo obligan a tornarse más histriónico, es una actuación bastante interna. Vemos a un hombre muy consciente de la percepción que otros tienen de él, cosa que a ratos le da fortaleza (esquiva los insultos de Ellie con casualidad, como diciéndonos que los ha escuchado todos) y en otros flaqueza. Es menos sobre la obesidad como un fallo moral, sino sobre un hombre obeso que viene a ver su condición como una. Su depresión y autodestrucción tienen una universalidad. Lo que lo atrapa no es su cuerpo, sino su mente y su percepción de sí mismo. Entendemos sus arrebatos de comida por el efímero placer químico que nos traen los alimentos procesados con grasa, sal y azúcar.
Aunque la obesidad de Charlie es lo primero que llama nuestra atención, no es lo que más le interesa a la película. Situada en el oeste rural de Estados Unidos, La ballena transcurre en un ambiente de pensamiento religioso, con varios matices–Aronofsky, quien pocas veces ha sido sutil con su simbolismo religioso, es un director extrañamente apropiado para esta película. La fe aparece como persecución, en la que sufren Charlie y su expareja por ser hombres gay, pero también como la idea de salvación, específicamente como constantemente tratamos de salvar a otras personas.
El referente más obvio es el personaje de Thomas (Ty Simpkins), un muchacho que pertenece a un grupo religioso que toca a la puerta de Charlie y percibe que lo que éste necesita es dejar entrar a Dios en su corazón o algo así. Pero más adelante encontramos que incluso aquellos que no son religiosos, quienes hasta repudian la religión, sienten este impulso. Pero es un sentimiento que se revela como egoísta, menos sobre la otra persona y más como manera de dotar de sentido a la vida de uno mismo. Es un instinto motivado más por el miedo que por la bondad, la cual en su expresión genuina es rara de encontrar. Otras personas pueden acompañarnos, inspirarnos y estar ahí para nosotros cuando lo necesitamos, pero el proceso de salvación es único y personal. Me da la impresión de que es una descripción más adecuada de lo que La ballena se trata en realidad.