En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver ¡Que viva México! o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(Luis Estrada, 2023)

Con el estreno de ¡Que viva México! regresa lo que ahora ya es toda una tradición sexenal: una nueva película de Luis Estrada. Así como Un mundo maravilloso criticó las promesas de prosperidad de Vicente Fox, El infierno la simulada guerra contra el narco de Felipe Calderón y La dictadura perfecta el circo mediático de Enrique Peña Nieto, su obra más reciente trata de abordar la retórica populista y la “polarización” del actual gobierno de Andrés Manuel López Obrador–su reputación de satírico, merecida o no, le precede desde la censura que enfrentó para hacer La ley de Herodes, sobre las históricas del gobierno del Partido Revolucionario Institucional que ocupó la presidencia mexicana por mucho del siglo XX.

El gobierno de López Obrador le presenta a Estrada diferentes oportunidades pero también dificultades. Por un lado, su discurso de pobres y ricos le da entrada para hablar de dos de los grandes problemas sistémicos de México: la desigualdad y su pariente el clasismo. No obstante, el limitarse a este cuento con obvios buenos y malos trae consigo el riesgo de solo repetir y amplificar el discurso oficial. Mientras que descartarlo sin más lo haría caer en el nefasto clasismo y racismo de la más vocal y visible oposición, compuesta por la élite empresarial y los partidos políticos que otrora ocuparon el poder.

La primera escena de la película nos da una idea de dónde yacen sus verdaderas simpatías y no es auspicioso. En una escena de patente terror hacia los pobres, Pancho Reyes (Alfonso Herrera) y su esposa Mari (Ana de la Reguera) fungen como anfitriones de una elegante cena que es interrumpida por la llegada de dos hombres desaliñados con armas de fuego que amenazan con quitarles todo. Se trata del padre y el abuelo de Pancho, respectivamente: Rosendo (Damián Alcázar) y Francisco (Joaquín Cosío). Esto resulta ser un sueño, pero básicamente explica cómo piensa de su protagonista. Pancho, Mari y sus dos adorables chicuelos efectivamente llevan una vida acomodada. Él trabaja como gestor de medio nivel en una fábrica textil, mientras que ella se dedica principalmente a sobregirar sus tarjetas de crédito comprando ropa cara y a explotar a su empleada doméstica Lupita (Sonia Cuouh).

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Por un lado, ¡Que viva México! es una crítica de la mentalidad “aspiracionista” de la que tanto le encanta hablar al actual presidente. Aprendemos que Pancho tiene un trasfondo humilde; nació y creció en un olvidado y pobre pueblo minero llamado La Prosperidad, pero llegó a la posición cómoda en la que ahora está gracias a lo que hemos de entender como trabajo duro. Bueno, trabajo duro, con un poco de traición de clase. Pancho ha cortado todo contacto con su familia porque éstos no encajan con el estilo de vida que cree merecer. En una escena temprana lo vemos anunciar despidos masivos en su empresa, solo para quedar bien con el jefe que le hace vagas promesas de un ascenso.

Pancho es un ejemplar de que la meritocracia en apariencia funciona; vive bien, pero quiere más. Cuando su padre le llama con la noticia de que su abuelo ha fallecido, Pancho ve una oportunidad. De niño, él fue el favorito de su abuelo y el único a quien éste dijo que la mina local contaba todavía con yacimientos de oro (aunque esto es ambiguo, pues la película lo transmite a través de lo que entendemos es un sueño). Dispuesto a tolerar a su familia por unos días si eso significa heredar una literal mina de oro, Pancho y su familia viajan a La Prosperidad. Ahí son recibidos por Rosendo y su esposa Dolores (Ana Martín) y sus varios hijos, hijas y parentela extendida, compuesta por una serie de estereotipos y chistes de una sola nota (la personalidad de una de ellos es simplemente la de mujer trans, que la película entiende como un chiste por sí solo).

Como para darnos una idea de lo que está por venir, la escena en que Pancho saluda a cada uno de ellos se siente interminable. Antes de la lectura del testamento del abuelo, los Reyes le dan la bienvenida a Pancho y a su familia con una serie de fiestas que dan lugar a un par de subtramas que no llevan a ningún lado: Pancho se termina manoseando con la esposa de su hermano, el cual a su vez trata de seducir a Mari.

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Es una señal de lo que Estrada entiende por sentido del humor: en lugar de construir chistes que surjan naturalmente de las situaciones o de sus personajes, ¡Que viva México! prefiere apoyarse en el cachondeo y la vulgaridad. A falta de algo verdaderamente ingenioso o divertido, opta por repetir groserías o simular el habla popular mexicana. Poner a Alcázar y a Cosío (actores carismáticos y entretenidos) en múltiples roles (recordando más a Eddie Murphy en El profesor chiflado que a Peter Sellers en Dr. Insólito o cómo aprendí a no preocuparme y amar la bomba) le ahorra el trabajo de escribirles verdaderos personajes.

Su supuesta sátira es igual de floja. Ante su incapacidad de hacer una verdadera crítica de la sociedad y la política mexicanas, ¡Que viva México! cae en la repetición de palabras que están de moda en el discurso político actual. “Fifí”, “conservador”, “aspiracionista”, “pueblo bueno y sabio”, “la mafia del poder” son solo algunas de las frases que levanta directamente de las conferencias mañaneras de AMLO para dar la impresión de relevancia. Es una frustrante muleta que hace que las películas anteriores de Estrada parezcan más perezosas en perspectiva. Quizá lo que en su tiempo llamó la atención de La ley de Herodes no fue la contundencia de su crítica hacia el PRI, sino la novedad de llamarlo por su nombre.

Claro, cuando Estrada por fin se anima a dramatizar su conflicto, termina cayendo en el clasismo que se supone que trata de exponer. Al retratar a la familia de Pancho invariablemente como perezosos, oportunistas y rencorosos, la película termina como un perico de la ideología capitalista, haciendo su propia división entre los pobres que esperan dádivas del gobierno o de sus parientes más prósperos (que hemos de entender son la mayoría) y aquellos que le “echan ganas” y salen adelante (que hemos de entender son pocos)–no tiene la convicción de decirlo, pero el subtexto de ¡Que viva México! es que el pobre es pobre porque quiere. En lugar de criticar la hipocresía de un gobierno que pregona el bienestar mientras ejerce la austeridad, Estrada ha dirigido su asco y antipatía hacia los pobres.

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De vez en cuando, ¡Que viva México! muestra señales de aquello que alguna vez hizo a Estrada un cineasta entretenido. Su manufactura es disciplinada y de vez en cuando se presta a llamativos despliegues de valores de producción y composiciones que sugieren el estilo del cine mexicano clásico (planos medios y generales con varios actores a cuadro, en lugar de primeros planos cortados sin cuidado). Aunque la tendencia a ordenar a sus personajes de manera horizontal y de apoyarse en cortes a planos más cerrados en lugar de movimientos de cámara o de sus actores la hacen un poco más tiesa que impresionante, hay momentos en los que Estrada y el director de fotografía Alberto Anaya Adalid se divierten con su ordenamiento en el espacio (una escena en la que la familia discute en el fondo, con Pancho sentado en el frente dándoles la espalda, es una pieza efectiva de narración visual; el mensaje puede ser nefasto, pero lo transmite bien).

Y en su retrato del día a día en La Prosperidad y su narrativa melodramática, Estrada también ha capturado la banalidad de la corrupción mexicana y cómo ésta termina conquistando el carácter de aquellos que empiezan más o menos con buenas intenciones. Todavía notamos ese cinismo en el que México es una tierra infértil para la justicia y la rectitud. Pero aquí no hay nada que Estrada no haya hecho mejor en otras películas. Incluso su drama detrás de escenas es una pálida imitación del de La ley de Herodes: el estreno de ¡Que viva México! se retrasó, pero no por motivos de censura política; Estrada compró los derechos poco antes de su estreno programado a su financiador original Netflix, buscando un trato de distribución más generoso (la película llega a cines cortesía de Sony Pictures).

¡Que viva México! es inflada sin ser verdaderamente ambiciosa. Su duración de más de tres horas se pierde en la historia más simplona e intrascendente que Estrada ha hecho en mucho tiempo. Donde El infierno y La dictadura perfecta por lo menos trataron de contar los altos y bajos de una saga criminal y una enredada serie de maquinaciones políticas y escándalos, ¡Que viva México! nunca deja los pleitos mezquinos de una familia numerosa pero sin gracia en un pueblo cuya monotonía y aburrimiento ha capturado demasiado bien. De haberse limitado a una duración más manejable (dos horas cuando mucho), podría haber sido una tolerable comedia con una dispersa crítica social. En su forma actual, es un atentado contra la paciencia del público. En su intento de criticar a López Obrador, Luis Estrada se ha tomado demasiado a pecho la idea de combatir fuego con fuego. ¡Que viva México! es tan tediosa, repetitiva y hueca como una mañanera.


★1/2