En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver John Wick 4 o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(John Wick: Chapter 4; Chad Stahelski, 2023)

A casi diez años del estreno de su primera entrega (que llegó a México con el título de Otro día para matar), queda claro el efecto que las películas de John Wick han tenido en el cine de acción de Estados Unidos. Pareciera que cada nueva película del género (cuando no pertenece a una franquicia preestablecida) trata de copiar su mezcla particular de sombríos y excéntricos submundos criminales, iluminación en neón y abundantes balazos y golpes. Películas como Atómica, Nadie y Tren bala existen como muestra de que, como cualquier parteaguas, aquello que hace a John Wick es instantáneamente reconocible pero imposible de imitar.

Más curioso y admirable es que, incluso cuando John Wick se convirtió en una franquicia en su propio derecho, nunca perdió aquello que la hizo distintiva en primer lugar. Sus presupuestos han crecido considerablemente (de los modestos 20 millones de dólares que costó la película original), pero lo han hecho al servicio de versiones más ambiciosas y deslumbrantes esa acción práctica y brutal que impresionó en primer lugar. John Wick 4 continúa esta tendencia: la historia de cómo su titular exasesino busca venganza por la muerte de su perro se ha convertido en una aventura internacional con una enredada mitología y un nutrido elenco de personajes secundarios, con una duración de tres horas y un presupuesto de 100 millones.

Tras los eventos de John Wick 3: Parabellum, John Wick (Keanu Reeves) se prepara para vengarse contra La Mesa, la organización secreta que encabeza una red internacional de asesinos a sueldo, pues ésta tiene tiempo con un contrato para matarlo. Después de que Wick asesina a uno de sus miembros, el marqués Vincent de Gramont (Bill Skarsgård) recibe de La Mesa recursos prácticamente ilimitados para acabar con él. Para lograrlo se apoya en Caine (Donnie Yen), un asesino ciego y viejo amigo de Wick, cuya familia tiene bajo amenaza. No obstante, sus planes se ven frustrados también por un mercenario que se hace llamar “Nadie” (Shamier Anderson), quien persigue a Wick por su cuenta pero se resiste a matarlo en momentos clave, pues espera que suba el pago del contrato por su vida.

Recontar la trama de John Wick 4, incluso limitándonos a sus componentes básicos, es un ejercicio innecesario y fútil. La película es menos una historia que una colección de persecuciones y peleas que se distinguen entre sí por sus combatientes, locaciones, armas y otros artilugios al frente y detrás de cámara. Esto es un cumplido. El guion de Shay Hatten y Michael Finch parte de la idea de que, en una película de acción, el mejor guion no es el que tiene los temas o personajes más complejos, sino el que sabe hilar novedosas situaciones en las que sus personajes se agarren a golpes y a balazos. Que la información más importante es la claridad de los objetivos y que no hay objetivo más claro que A quiere matar a B.

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Esta fórmula suena hueca y descerebrada, pero puede ser más desafiante que mucho del cine hollywoodense actual. A su manera brutal y violenta, John Wick 4 rompe la idea de que una película se trata solo de los eventos que ocurren en ella y celebra lo que se puede hacer con el cuerpo humano, las luces en movimiento y el juego con el ruido y el silencio. La película abre con los puños de Wick golpeando estruendosamente una tabla y un homenaje al corte más famoso de Lawrence de Arabia de David Lean; es su atrevido homenaje a la capacidad de la imagen y el sonido para emocionar.

El guion contiene numerosas referencias al arte y a eventos históricos, así como diálogos en múltiples idiomas, pero estos deben entenderse como parte de su textura y mitología, no como un intento de intelectualizar la violencia. La película no se siente que tiene que aludir a cosas más tradicionalmente cultas para volverse más respetable. Pero reconoce que ver a actores de peso dramático como Hiroyuki Sanada, Lance Reddick (quien trágicamente falleció pocos días antes del estreno de la película) e Ian McShane recitar diálogos portentosos en palacios barrocos y modernos es su propio espectáculo. También es un respiro necesario de la carnicería, construyendo anticipación y aumentando la emoción cuando esta por fin regresa.

Todo esto no quiere decir que John Wick 4 no tenga historia, sino que ésta es sublimada a la acción e inseparable de ella. Aunque llevada a cabo de manera fría y brutal, finalmente se comporta como un melodrama regido por los códigos de ética de sus muchas influencias: el cine de mafiosos, de samuráis y de artes marciales; los vaqueros de Sergio Leone o los sicarios de Jean-Pierre Melville. Las personalidades de sus asesinos se ven reflejadas en sus estilos de combate y elección de armas: Caine es ciego y la forma en que se guía por el entorno con su bastón al mismo tiempo que despacha a los malos a su alrededor lo vuelven más formidable.

Porque, de una forma en que pocas películas de Hollywood son capaces hoy, John Wick es sobre el cuerpo humano, lo que éste puede hacer y resistir. Aunque Wick recibe todo tipo de castigos físicos y se levanta como si nada, hay un peso en cada golpe, caída y disparo. Es a través del cuerpo que se subliman sus eventos más importantes. Su ingreso a una familia criminal es señalado por una marca en su brazo hecha con metal fundido. El drama de uno de sus encuentros con Caine es aumentado por la caída más prolongada y tortuosa que lo hemos visto sufrir hasta ese momento. Centrales al personaje de John Wick son el que no puede encontrar ninguna forma de paz, que su pasado lo persigue; estas ideas son amplificadas, no distraídas, por su insistente violencia.

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Lo que mantiene a John Wick 4 como una expresión pura del ADN original de esta serie es que sigue siendo el producto de una colaboración cercana y fértil entre quienes la originaron: Reeves y el director Chad Stahelski. Reeves, quien por mucho de su carrera fue criticado por su inexpresividad, continúa aquí perfectamente elegido para el papel. Wick nunca se vuelve desagradable o pierde nuestra simpatía porque, aunque lo vemos asesinar a lo que se siente como un centenar de personas, nunca transmite un sadismo sino más bien una quieta resignación. Sus diálogos son pocos, pero son transmitidos con un inusual énfasis que igualmente nos cuentan de un solitario torturado para quien la normalidad es imposible.

Reeves y Stahelski, quien alguna vez fuera el doble de acción de la estrella, han creado y nutrido esta serie como un tributo al atletismo y proeza física de quienes hacen estas acrobacias y coreografías. El trabajo de cámara e iluminación (incluso cuando mucho de la película se desarrolla de noche e imperan las sombras fuertes) busca que cada movimiento se muestre con claridad y el sonido que cada golpe cobre el mayor impacto posible. Los efectos visuales digitales (una producción como John Wick 4 es actualmente imposible sin alguna forma de postproducción computarizada) están ahí para realzar lo que está ahí, no para abrumarlo o robarle competencia.

John Wick 4 sugiere que el interés de ambos en la serie no ha menguado, pero sí que están considerando seguir adelante y tomarse un descanso que es más que merecido. Todo indica que el mundo de John Wick seguirá los pasos de otras franquicias hacia la diversificación y la saturación. Por lo pronto se plantean distintos spin-offs: una serie de televisión y una película protagonizada por Ana de Armas y dirigida por Len Wiseman (el futuro incierto del personaje que interpreta Rina Sawayama igualmente anuncia una posible continuación). Uno quiere ser optimista, pero cuesta serlo si sus principales responsables estarán ausentes. Lo que hacía especial a las películas John Wick no era su mitología o siquiera su violencia, sino la técnica con la que estaban hecha. Cualquiera que aspire a convertirse en su sucesor no debe olvidar esto.


★★★★1/2