En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Amores incompletos o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(Gilberto González Penilla, 2023)

El mayor logro de Amores incompletos, y que no es poca cosa, es el delicado tono que maneja. La película empieza con su protagonista sufriendo una tragedia, quizá la más grande de su vida, y no obstante logra conservar una ligereza y sentido del humor sin trivializar lo que acaba de pasar. José (Alejandro Camacho), acaba de celebrar sus 65 años al lado de su esposa Elena (Patricia Bernal) y sus dos hijos, Sonia (Edwarda Gurrola) y Daniel (Hoze Meléndez). El carácter cascarrabias de José nos queda claro desde el principio, con su ceño fruncido y por cómo termina apagando las velas enterrándolas en el mismo pastel. No sentimos a alguien incapaz de ser un padre y esposo atento, pero sí a alguien que no le ve sentido a ciertos rituales de convivencia. Luce más cómodo cuando él y Elena van a la cama y están por ponerse a ver una serie antes de dormir. Sin embargo, cuando ella se levanta para servirle una rebanada de pastel, colapsa súbitamente y fallece consecuencia de un infarto.

El director y guionista Gilberto González Penilla evita hundirse en el sentimentalismo y el miserabilismo. No hay llantos ni arrebatos de emoción. El duelo de José se transmite a través de detalles de su rutina diaria. El plano de un desayuno mediocre (un omelet con unas salchichas incómodamente atravesadas), basta para decirnos que las cosas son ahora más grises y aburridas ahora que ella no está. Pero la vida no se detiene y José toma todo sin delatar muchas emociones. Recibiendo un reconocimiento póstumo de la universidad en que Elena dio clases, José solo dice, sin rencor, como repitiendo una obviedad, que mejor se lo hubieran dado cuando estaba viva.

Mientras revisa el closet de su casa, José descubre un diario que le pertenecía a Elena. Se sirve un trago y se divierte leyendo lo que ella escribió ahí. Entre las páginas encuentra anécdotas sobre los primeros años de sus dos hijos, pero también hace un descubrimiento mayor. Durante su matrimonio con José, Elena tuvo, no uno, no dos, sino tres amantes. Todos ellos vivían en Baja California y después de hacerla un poco de detective en redes sociales, José logra localizarlos más o menos. Con la excusa de que quiere ir a la playa, José deja su casa en Tijuana y se encamina a Ensenada, a Loreto y finalmente a Todos Santos, con la intención de encontrarse con ellos.

Amores incompletos_1

La búsqueda de José no tiene ninguna intención melodramática. No busca ajusticiamiento ni venganza. Podemos suponer que lo mueve la curiosidad, qué es lo que su esposa vio en ellos y qué sabrán de ella que él nunca pudo conocer. Sentimos que ni siquiera él sabe lo que lo motiva hasta una vez emprendido el viaje. Para esto, González Penilla ha tomado el formato de la road movie, por supuesto, pero también adoptado la tendencia de ese cine comercial mexicano reciente que a ratos dobla como promocional turístico. Los segmentos en conocidas paradas como La Bufadora, los montículos de sal de Guerrero Negro y las pinturas rupestres de Cataviña prestan llamativas imágenes, pero también sus episodios más inconsecuentes.

No se sienten como tiempo del todo desperdiciado, porque la película abraza el azar y la coincidencia que sugieren un viaje más espiritual que puramente geográfico. En Ensenada, José llega a un hotel en el que el encargado, de manera muy teatral, asume los distintos roles de recepcionista, botones y cantinero (es un detalle cómico que igualmente sugiere cierta soledad), mientras que en Loreto lo vemos encontrarse sin querer con una persona que parecía perdida para siempre. José, siendo ese personaje del que nunca nos separamos, es un simpático núcleo para la historia. Con su presencia cuadrada, su nariz achatada y su cabello canoso y desaliñado, incluso evoca al protagonista de Up: Una aventura de altura de Pixar. Como el menos atrevido y extrovertido de la pareja, su recorrido emocional incluso se parece; sus inseguridades y temores nunca negando su capacidad de conexión humana y su buen corazón.

En su segundo largometraje, González Penilla ha virado hacia territorio más convencional y comercial, pero no ha perdido esa vena observadora y cotidiana de su primera película Los hámsters. Puede que a Amores incompletos le falte cierta redondez y que los personajes, particularmente los de los amantes, sean delineados de manera un tanto superficial. Sus ansiados encuentros con José pueden caer en el anticlímax, pero igualmente se sienten retratado con realismo y humanidad, con sutiles descubrimientos que al mismo tiempo resaltan la futilidad del proyecto de José.

Sus revelaciones no nos llegan de golpe, sino poco a poco. Que el significado de ciertos eventos no está en su relación a otros por estricta causa y consecuencia, sino en lo que nos hacen sentir en ese momento. Que podemos pasar la vida entera con otra persona e igualmente habrá cosas de ella que no dejarán de ser un misterio para nosotros, pero debemos hacer las paces con ese misterio y abrazar lo que compartimos. Y que podemos encontrar algo en las otras personas con las que compartieron su vida también.


★★★