(Fast X; Louis Leterrier, 2023)
Las películas de Rápido y furioso son telenovelas en su trama y caricaturas en sus secuencias de acción. Quien vea en esto un defecto y no una virtud debe buscar sus emociones en otra parte. En película tras película, personajes desaparecen y regresan de las formas más melodramáticas posibles y las leyes de la física son tratadas apenas como casuales recomendaciones. Estas no son las cosas que como público excusamos, sino las que nos emocionan, y lo hacemos sabiendo que son ridículas. Estas películas nunca se tratan de otra cosa que de la más absurda acrobacia automovilística que los realizadores se pueden sacar de la manga.
Pero desde hace un par de entregas la fórmula ha perdido efectividad. Y se veía difícil que una nueva compensara las debilidades de Rápidos y furiosos 9 dados los pleitos que se reportaron en el rodaje: el director Justin Lin, quien había sido parte central de la franquicia desde su tercera entrega, renunció y fue remplazado por Louis Leterrier (Lin no obstante mantiene crédito como uno de los guionistas), quien viene más a limpiar los platos rotos que a darle un giro fresco.
Desde el principio, Rápidos y furiosos 10 muestra a la serie repitiéndose a sí misma. De nuevo la paz de Dominic Toretto (Vin Diesel) y su familia de corredores callejeros convertidos en espías internacionales se ve amenazada por alguien que agraviaron en su pasado y que ahora busca venganza–como hicieron Deckard Shaw (Jason Statham) en la séptima entrega y Jakob Toretto (John Cena) en la novena. Esta vez están en la mira de Dante Reyes (Jason Momoa), hijo del villano de Rápidos y furiosos: 5in control, quien aspira a un enredado ajuste de cuentas, poniendo a los gobiernos del mundo en contra de la familia y usando pequeño Brian (Leo Abelo Perry), el hijo de Dom, como carnada.
Reyes es establecido como sádico e implacable. Su primer gran movida es secuestrar a las familias del equipo de la hacker Cipher (Charlize Theron) para ponerlo en su contra. Pero su caracterización es uno de varios síntomas de que esta serie se está quedando sin ideas. Momoa es un actor simpático, que en momentos puede incluso redimir basura como la versión original de La liga de la justicia, pero Rápidos y furiosos 10 lo tiene haciendo poco más que operando computadoras y gesticulando de manera grandilocuente y afeminada, como si esto fuera sustituto suficiente para una personalidad.

La acción es más o menos inventiva. Sus dos principales secuencias parten de conceptos tan ridículos que solo podrían funcionar en estas películas. La persecución en Roma toma literalmente la idea del balón nuclear, mientras que el clímax coordina vehículos terrestres y aéreos como si no hubiera diferencia entre ellos. La emoción no está en el realismo, sino en verlo trascendido de manera ridícula. La mayoría de la acción, no obstante, se compone de las típicas peleas cuerpo a cuerpo y con pistolas. A veces incoherentes, a veces con momentos en los que los golpes en verdad se sienten con fuerza, son un poco más competentes que las de la mayoría del Hollywood actual, pero no son las razones por las que uno va a estas películas.
Las locaciones, las acrobacias y los autos son tan exóticos y espectaculares como las de entregas anteriores. Pero es algo decepcionante cómo el automovilismo en sí se ha vuelto tan secundario a estas películas. La serie se ha vuelto tan obsesionada con tecnología de espionaje que resulta indistinguible de la magia. Siempre hay un gadget que puede excusar a sus héroes de ponerse detrás del volante. Lejos de darle una mayor escala a la acción, su viraje a la ciencia ficción aliena a sus personajes y al público de ella. Una motocicleta saltando un poste caído es más emocionante y visceral que cualquiera de sus numerosos artilugios futuristas.
Sus héroes igualmente se sienten alienados entre sí. La historia se divide en numerosas subtramas que nunca añaden mucho la una a la otra. Más bien parecen existir para que el variado elenco de personajes que han acumulado a lo largo de los años (y que sigue creciendo) tenga algo que hacer mientras Dom, la verdadera estrella, toma la iniciativa. Han (Sung Kang), Roman (Tyrese Gibson), Tej (Chris “Ludacris” Bridges) y Ramsey (Nathalie Emmanuel), quienes sirvieron como alivio cómico en entregas previas, son enviados a Londres por ninguna razón en particular. Jakob, hermano de Dom, es puesto al cuidado del pequeño Brian. Letty (Michelle Rodriguez) y Cipher terminan atrapadas en una prisión secreta. Brie Larson aparece como una oficial de la agencia que las capturó, pero que en el fondo cree en su inocencia. Es esperado ver a los mismos personajes de siempre, pero ni siquiera hay intento de mostrarlos en configuraciones que no hayamos visto antes, que pudieran revelar algo nuevo de sus personalidades. La película sigue insistiendo que son una familia, pero les da poca oportunidad de mostrarlo, constantemente nos niega el placer de verlos juntos.

La serie de Rápido y furioso nunca se recuperó verdaderamente de la muerte de Paul Walker. Su presencia se extraña, así como la camaradería que Dom compartía con su Brian O’Conner. Lo que empezó como un refrito de Punto de quiebre (hombres en lados opuestos de la ley que venían a respetarse mutuamente) eventualmente se convirtió en algo que parecía cálido y sincero. No es que la relación que había entre Brian y Dom fuera particularmente profunda, pero le daba un balance que la serie no ha sabido recuperar. Con cada entrega, la saga se convierte cada vez más en el show de Dominic Toretto.
Como Ryan Reynolds o Dwayne Johnson, Vin Diesel es de esos actores que tratan de mantener viva la figura de la estrella de cine en un mundo que hace tiempo abandonó la idea. Como también sucede con ellos, sus intentos se sienten forzados. Diesel ha sobreestimado su carisma y rango dramático. Hay una resistencia a ceder el protagonismo, incluso cuando hacerlo pudiera generar una mejor película. Hay calidez y camaradería en los momentos que Dom comparte con otros de los héroes de la serie, pero la película se apura por ponerlo en el aburrido camino del justiciero solitario, un rol para el que no tiene la profundidad ni la emotividad.
Rápidos y furiosos 10 no es mucho peor que la película anterior, pero por lo menos después de ella uno podía suponer que un cambio de dirección era posible. Ésta no solo es la décima entrega, pero también la primera parte de una trilogía que promete cerrar la saga de manera definitiva. Con estas dos continuaciones ya en producción, es difícil imaginar que no serán más de lo mismo. Sin decir mucho, el final de Rápidos y furiosos 10 es abierto, pero no nos deja sintiendo como el de El imperio contraataca (el cliffhanger que sirve como única referencia a los blockbusters modernos), sino como la trilogía de El hobbit. Si esta película es algún indicio, podemos esperar algo más inflado que épico. Las dos películas que faltan ya se sienten como una obligación, para los realizadores y para el público.
★★1/2
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