Barbie
A principios de este mes, un reportaje publicado en The New Yorker en anticipación al estreno de Barbie soltó una primicia sobre el futuro de la carrera de su directora, Greta Gerwig. Entre anuncios de las próximas películas que la compañía Mattel espera producir alrededor de sus numerosas líneas de juguetes se asomó la noticia de que Gerwig estaría enfocándose en ser una “directora de estudio” y que sus próximos proyectos serían dos películas basadas en Las crónicas de Narnia de C.S. Lewis para el servicio de streaming Netflix. La noticia generó cierta controversia. ¿Por qué una cineasta mejor conocida por películas relativamente pequeñas como Lady Bird y Frances Ha iba a insistir en “venderse” al sistema?
Hay motivos para preocuparse cuando un cineasta de orígenes independientes y aclamada trayectoria es absorbido por la maquinaria hollywoodense. Chloé Zhao pasó de hacer reconocidos híbridos de ficción y documental como The Rider y Nomadland, a la soporífera Eternals, en la que se reducía a vestir la repetitiva acción de Marvel con una pobre imitación de Terrence Malick. De manera similar, el ganador del Oscar Barry Jenkins anunció que después de Si la colonia hablara, un drama sobre las dificultades de una joven pareja negra basado en la novela de James Baldwin, haría la precuela de El rey león, remake computarizado de la película animada de Disney. Más o menos en la misma línea, Sarah Polley, quien recibió el premio de la Academia por el guion de Ellas hablan, un drama feminista compuesto principalmente de conversaciones entre mujeres, estaría dirigiendo un remake de Bambi.
En épocas anteriores, Gerwig, Zhao, Jenkins y Polley hubieran podido convertir sus reconocimientos en carreras más o menos estables explorando distintos géneros e historias. Pero los estudios de Hollywood llevan tiempo enfocándose en blockbusters de alto presupuesto basados en marcas reconocidas, desplazando a películas de mediano presupuesto con las que podían correr un poco más de riesgo. Las películas de Narnia de Gerwig serían técnicamente un ejemplo de lo primero.
Pero hay razones para ser optimista, por lo menos en el caso de Gerwig. A diferencia de Zhao, Jenkins y Polley, Gerwig ha demostrado tener los instintos necesarios para conectar con un público masivo. Lady Bird es una comedia toca temas familiares como la adolescencia y las relaciones madre e hija de manera divertida y conmovedora; es una película con la que muchos se pueden identificar y divertirse. Mujercitas moderniza la novela de Louisa May Alcott rescatando sus momentos más emotivos, simpáticos e inspiradores y un giro referencial que reivindica la independencia de su heroína. Los guiones de Frances Ha y Mistress America (escritos con Noah Baumbach) son comedias bien estructuradas y redondas pobladas por personajes carismáticos.

La trayectoria de Gerwig tampoco sigue a la de Zhao, Jenkins y Polley. Estos tres pasarían, prácticamente de golpe, de modestos presupuestos a comandar los cientos de millones que implica una producción con abundantes efectos visuales. Los precios de las películas de Gerwig, por su parte, han ido escalando de manera más gradual: de los 10 millones de Lady Bird pasó a los 40 millones de Mujercitas para llegar a los 145 millones de Barbie. Un paralelo más cercano sería Denis Villeneuve, quien pasó de dramas con toques artísticos hechos en su natal Canadá (Polytechnique, La mujer que cantaba) a thrillers de mediano presupuesto (Intriga, Sicario: Tierra de nadie) antes de saltar a la ciencia ficción (La llegada) para finalmente llegar a las franquicias (Blade Runner 2049, Duna).
Algo que sí despierta más preocupación es el factor Netflix. La compañía lleva tiempo siendo criticada por la apariencia plana y uniforme de sus producciones originales y sus intentos por generar sus propias franquicias (¿alguien recuerda Alerta roja, en algún momento la película más vista en la plataforma?). Hay excepciones, por supuesto, pues en sus producciones para la compañía, Alfonso Cuarón, Martin Scorsese y Alejandro González Iñárritu, entre otros, gozaron de una libertad creativa con la que otros estudios hollywoodenses no podían competir. Gerwig tiene una trayectoria respetable, pero está por verse si sus nominaciones al Oscar y sus éxitos de taquilla (Lady Bird recadó 79 millones, Mujercitas 218 millones, los más de 400 millones de Barbie en su primera semana de estreno) se pueden traducir en esta misma libertad. La pregunta es si Netflix la ve como un Bong Joon-ho (un talento creciente en el que vale la pena invertir y asociarse) o como los hermanos Russo (aburridos gerentes de una marca potencialmente rentable).
Gerwig está navegando una situación difícil, pero los problemas de Hollywood van más allá, y sería injusto que ella se convirtiera en el principal blanco de críticas. Algunos podrían decir que, al abrazar el cine comercial, Gerwig está perdiendo algo de autenticidad y cayendo en el conformismo. Pero compararla con cineastas como, digamos, Kelly Reichardt y esperar que haga películas como las de ella es igualmente limitante. El cine comercial siempre impone convenciones y estructuras que sus cineastas deben seguir. Estas limitaciones, no obstante, pueden estimular la creatividad y el ingenio en lugar de restringirlos. Gerwig ha demostrado su talento e inteligencia en las películas que hace y en la forma en que ha manejado su carrera. Su transición puede ser una ganancia para el cine comercial y no una pérdida para el cine independiente.
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Me gusta lo que comentas. A eso le sumaría que si Greta pone sus condiciones, es increíble que pueda llevar sus mensajes a grandes masas. Lo de Barbie no se queda solo en el fenómeno comercial, cuantas mujeres y hombres que no sentían una conexión con el feminismo, vieron expuestas las razones por las que esta lucha es necesaria. Eso sería muy difícil en producciones con poco presupuesto.
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