Oppenheimer
A poco menos de un mes de su estreno en cines, queda claro que Oppenheimer de Christopher Nolan ha sido todo un éxito. La película ha recaudado más de 650 millones de dólares alrededor del mundo, una cantidad que fácilmente eclipsa su presupuesto de producción de 100 millones. Su éxito resulta más impresionante al tratarse de una anomalía en el Hollywood actual. Es un drama histórico de tres horas de duración, con una estructura temporal compleja, encabezada por un actor conocido pero no necesariamente una estrella, con dos escenas de sexo que acotan todavía más su público.
Para llegar a un público masivo a pesar de estar barreras, distintos factores le ayudaron. Uno fue el fenómeno Barbenheimer (por su estreno simultáneo con Barbie de Greta Gerwig); otro fue su estreno en salas de gran formato (Nolan tiene tiempo como uno de los principales promotores del IMAX), inclinando al público a tratarla como un verdadero espectáculo y pagar los costos adicionales de verla en una pantalla más grande con mejor calidad de imagen y sonido.
Pero comercialmente, la carta más fuerte de Oppenheimer, me atrevo a decir que es el mismo Nolan. En la cinefilia actual, pocos nombres son tan conocidos como el suyo, y el éxito de su película más reciente hace de su carrera un caso instructivo, sobre todo en un Hollywood en crisis, detenido por una huelga de escritores y actores que brota de un problema sistémico mucho más profundo.
Como muchos de sus contemporáneos, Nolan empezó en el mundo del cine independiente antes de establecerse firmemente en la industria. Following, su ópera prima, fue hecha en su natal Inglaterra por un presupuesto minúsculo de 6 mil libras. Posteriormente hizo Amnesia, una producción estadounidense que se convirtió en un éxito en el circuito de festivales por su gancho de misterio y su poco convencional estructura narrativa. Amnesia hizo de él una elección lógica para dirigir Insomnia, remake de un thriller noruego, y el primer fruto de una larga relación profesional con el estudio Warner Bros.
Warner Bros. le confiaría entonces una de sus marcas más preciadas, con la que Nolan haría una trilogía enormemente exitosa. Batman inicia, Batman: El caballero de la noche y Batman: El caballero de la noche asciende ofrecieron una muy celebrada reinterpretación del superhéroe insignia de DC. Por su tono realista y manejo de temas serios, la trilogía sería considerada por muchos como una versión definitiva del personaje y contribuiría al ascenso y respetabilidad del género cinematográfico de superhéroes.

Nolan, no obstante, no quedaría encajonado en la franquicia. Entre películas de Batman haría dos películas más: el thriller psicológico El gran truco y la película de acción y ciencia ficción El origen. Ambas fueron éxitos de taquilla y cimentaron a Nolan como un director que podía hacer emocionantes, tensas e inteligentes películas de superhéroes, pero también un nombre que valía la pena tener en su calendario de estrenos.
Fue un movimiento inteligente. Una vez concluida su trilogía de Batman, Nolan siguió entregando películas de presupuesto de blockbuster (entre 150 y 200 millones de dólares) que, a pesar de no partir de una propiedad intelectual previamente reconocida, igualmente resultarían rentables: en 2014, Interestelar recaudaría 773 millones a nivel mundial; en 2017 Dunkerque obtendría 527 millones. Tenet, de 2020, sería menos rentable, recaudando 365 millones contra un presupuesto de 205 millones, pero su estreno en la pandemia la hacen un caso extraordinario.
Si Nolan es uno de los directores más reconocidos trabajando actualmente no es porque tenga un talento y visión sobrehumanos que solo se ven una vez por generación. Es también porque un estudio apostó en él y le dio la libertad necesaria para desarrollar su propio sello. No quiero decir que Nolan no merece el éxito que ha recibido, sino que hay numerosos cineastas que podrían emocionarnos y asombrarnos de manera equivalente, pero cada vez es más raro que Hollywood les dé la oportunidad–Jordan Peele es quizá el caso más reciente de un director que puede generar películas originales y convocar a un público masivo gracias a su nombre; aunque cada vez trabaja con presupuestos más grandes, siguen siendo pequeños comparados con los de Nolan.
Nolan es un director que admiro enormemente. Tiene una sólida trayectoria de películas ambiciosas y entretenidas. Dunkerque me parece una obra maestra. Como público cinematográfico ganamos mucho al tenerlo haciendo películas actualmente. Pero también nos perdemos de mucho porque Hollywood se rehúsa a extenderle esa misma libertad a otros creadores. ¿Qué pasaría si Hollywood invirtiera en los proyectos originales de directores con trasfondo independiente como Ryan Coogler y Chloé Zhao en lugar de encerrarlos en la jaula de las franquicias?
Esta resistencia a apoyar nuevos talentos hace menos sentido porque el éxito de Nolan demuestra que esto puede ser un verdadero ganar-ganar-ganar: tanto los estudios, los cineastas y el público salen beneficiados. Hacerlo, no obstante, sería empoderar a los creativos que en verdad hacen las películas y la prolongada huelga actual indica que esto es algo que los líderes de los estudios para nada quieren hacer. Hollywood tiene tiempo operando bajo la lógica de que una propiedad intelectual es una apuesta más segura que un director, un guionista o una estrella. Pero el fracaso de varios de los grandes estrenos de este año como Indiana Jones: El dial del destino, Transformers: El despertar de las bestias y Flash y el éxito de Oppenheimer (y Barbie, que no sería lo que es sin el sello de Gerwig) son una clara señal de que Hollywood debería priorizar el invertir en el talento.
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