(Are You There, God? It’s Me, Margaret; Kelly Fremon Craig, 2023)
Basada en la novela del mismo nombre de Judy Blume, ¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Margaret se desarrolla en 1970 y cuenta la historia de Margaret Simon (Abby Ryder Fortson), una niña de doce años que, por motivos del trabajo de su padre Herb (Benny Safdie), se debe mudar de Nueva York a Nueva Jersey. Margaret está devastada. Irse de Nueva York implica dejar a sus amigos y a su abuela paterna Sylvia (Kathy Bates). Pero una vez en los suburbios, al otro lado del Río Hudson, rápidamente hace amigas: Janie (Amari Alexis Price), Gretchen (Katherine Kupferer) y la líder natural Nancy Wheeler (Elle Graham).
Como una película sobre la preadolescencia femenina, ¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Margaret inevitablemente toca los hitos y preocupaciones de la edad, tanto sociales como físicos: el primer beso, la menstruación y el tamaño de sus pechos. Lo que resulta singular de la película es su franqueza y el énfasis que hace en lo que Margaret siente. Está hecha con una mirada madura y benevolente; a diferencia de su pequeña protagonista, quien no puede esperar que todas estas cosas pasen, la película entiende que el querer crecer tan rápido es una aspiración un tanto infantil. Pero nunca es condescendiente. El ejercicio y el canto que Margaret y sus amigas hacen para crecer su pecho es claramente presentado como un chiste y es uno divertido, pero no hay sentido de superioridad. Estas cosas le importan a Margaret y a la película también.
Es una actitud que comparte Barbara (Rachel McAdams) la madre de Margaret. Ella está lidiando con sus propios problemas, por lo que los cambios de su hija la agarran en curva. Momentos así le permiten a McAdams aprovechar su don para la expresividad cómica, sin romper el enfoque realista de la película. Pero esa sorpresa rápidamente da lugar a la empatía y a un sincero intento de hacer lo mejor para ella. A pesar de que otros personajes notan que a Margaret no le ha crecido el busto, Barbara le sigue la corriente cuando ella quiere comprar su primer brasier; no la cuestiona por un instante. La relación entre Margaret y Barbara es el corazón de la película. Hay un momento en el que la película pudo haber concluido lógica y efectivamente, pero continúa para mostrar un tierno intercambio entre las dos. El punto ya estaba hecho, pero el momento es un pequeño tesoro de comprensión y alegría.
Más que su guía, Barbara es un paralelo de Margaret. Una maestra de arte que decide probar la vida de ama de casa, Barbara se inscribe a distintos comités con otras madres de la escuela. Aunque mayor y más madura, pronto la vemos lidiar con los mismos dilemas que su hija. Se deja llevar con tal de quedar bien y le cuesta tomar la iniciativa y decir lo que quiere de verdad. Kelly Fremon Craig, como guionista y directora, encuentra un balance hábil; su presencia enriquece la historia de Margaret en lugar de eclipsarla.

Aunque menos desarrollado, Herb resulta una figura gentil y acomodadiza: Barbara se lamenta el no haber ido a comprar los muebles de la casa, pero Herb se muestra encantado viendo la televisión en su silla plegable. Él y Barbara tienen una buena química romántica que da ganas de ver su cortejo. La abuela Sylvia, a quien Margaret visita en ocasiones, es una fuente de buen humor y el gozo que Margaret siente con ella es palpable.
Si hay una fuente de conflicto es la religión. Herb es judío y Barbara fue criada cristiana, por lo que decidieron no criar a Margaret bajo una fe en particular. Pero ella desarrolla su propia curiosidad: prueba ir al templo con Sylvia, a una iglesia cristiana negra con Janie y hasta se trata de confesar con un padre católico. Pero también lo vuelve algo más privado: por las noches, a manera de diario, Margaret le cuenta a Dios de su día. No sabemos si es el Dios de su madre o el de su padre, pero sentimos que no es ninguno de los dos; es una relación íntima que solo le pertenece a ella. Aun cuando puede no entender todas las dimensiones de la religión, es parte de su búsqueda de la identidad propia. Y de alguna manera, su relación con la fe es más madura que la de sus padres. Ella es la única capaz de rechazar los dogmas.
¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Margaret es una película amorosa y perceptiva que se queda corta de la grandeza por su realización tan convencional. No hay mucho arte en su elección y el diseño de sus planos y a veces corta demasiado rápido entre ellos; no les da oportunidad de que se vuelvan verdaderamente expresivos. La fotografía de Tim Ives tiende hacia lo cálido, pero conserva una plana textura digital que hace más difícil sostener la ilusión de los setenta. La película trata de compensar con un soundtrack en el que abundan los éxitos de la época, pero ni éste ni la presencia de íconos neoyorquinos (el espectáculo de las Rockettes en el Radio City Music Hall) logran construir de manera poderosa un lugar y tiempo específicos.
Mucho más efectiva y conmovedora es su construcción del punto de vista de Margaret. Un toque que llama la atención por casual y real: la atracción de Margaret hacia el muchacho que le gusta es mostrado, no con la trillada cámara lenta y la canción romántica, sino con un trivial plano detalle de la axila. El objeto de su afecto se siente, no como un vago ideal; cobra realidad física. Margaret viene a encarnar esas dudas y esa soledad característicos de la adolescencia. Podemos ver a los cariñosos y comprensivos adultos que la rodean y pensar que es algo contraintuitivo que le cueste tanto apoyarse y confiar en ellos. Pero la película entiende que a esa edad una gravita hacia personas de la misma edad y a tratar de resolver las cosas por sí misma. Tengamos o no la edad de Margaret, estemos pasando por lo mismo que ella o queramos recordar o conocer lo que se sintió, en un gozo acompañarla.
★★★1/2
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