(David Zonana, 2023)
¿Qué hace a un director de cine un autor? Típicamente decimos que un director es un autor cuando notamos elementos que se repiten en sus películas. A veces esos elementos son sellos visuales o sonoros muy evidentes, a veces son temas a los que regresan constantemente o algo vago pero palpable que sentimos en su forma de hacerlas. Notar elementos que se repiten a lo largo de una filmografía nos invita a sentir que la persona detrás de ella tiene una voz que sentimos que conocemos personalmente. Pero ¿cómo distinguir a un autor de alguien que solamente se repite? (Ya decía la crítica Pauline Kael, precisamente en referencia teoría del autor, que la repetición sin desarrollo es decadencia). Supongo que la distinción depende de quién haga el juicio. Donde algunos pueden ver una visión específica que da continuidad entre obras, otros ven solo un regreso a fórmulas probadas.
¿Por qué hablar de autores en referencia a Heroico? Porque me parece la mejor forma de articular lo que resulta tan fresco, pero también tan frustrante de ella. Heroico es el segundo largometraje del director mexicano David Zonana y en ella sentí a ratos a un cineasta interesado en ciertos temas, pero dispuesto a explorarlos en nuevos contextos. Un considerable salto técnico pero igualmente reconocible como una evolución de lo que hizo antes. En otros momentos lo sentí apoyándose en aquello que le funcionó previamente, repitiendo pasos ya recorridos, con resultados que no pueden evitar ser menores.
En su ópera prima de 2019, Mano de obra, ya se notaba un interés por ciertos temas. Las desigualdades sociales en México se asomaban desde el principio, en los desesperados intentos de un albañil por recibir la debida indemnización tras la muerte de su hermano en un accidente de trabajo. Y la corrupción aparece en la forma de un documento que podemos inferir fue falsificado para zafar al dueño de cualquier responsabilidad. Pero ambos temas son puestos de cabeza y profundizados en su segunda mitad, donde esta víctima de las injusticias se convierte en una figura de autoridad que tuerce a sus compañeros de trabajo y a sus familias. Zonana parece decirnos que el poder, por su propia naturaleza, corrompe.

¿Qué mejor manera de seguir hablando sobre la desigualdad, las jerarquías y la corrupción que con una película sobre el ejército mexicano? Heroico se adentra a su máxima institución educativa, el Heroico Colegio Militar, a través de los ojos de Luis Nuñez (Santiago Sandoval), un joven que, como el protagonista de Mano de obra, debe aceptar abusos y explotación ante sus limitadas opciones. Una escena de una entrevista nos cuenta todo lo que hay que saber de él, al mismo tiempo que nos sugiere qué es lo que le espera. Pobre y de familia indígena, Luis tiene 18 años de edad y una madre diabética cuyo tratamiento no puede costear de otra forma. La cámara se fija en él, ni de frente ni de perfil: tiene la mirada baja y responde con voz callada mientras un oficial que, fuera de cuadro, le grita las preguntas.
Zonana presenta la rutina del Colegio a través de planos secuencia, la mayoría distantes y estáticos. La cámara observa fría y pasiva mientras a Luis y los demás candidatos, totalmente desnudos, se les hace correr en círculos para un examen médico, la primera de muchas humillaciones que habrán de sufrir como la base de la pirámide militar. La cámara de alguna manera asume la función de un cadete modelo: debe contemplar los abusos físicos e insultos que están a la orden del día, sin delatar emoción o intervenir por más que quiera.
Por supuesto, una función más inmediata de este estilo es el realismo, cosa que logra de dos maneras. Por un lado, facilita el trabajo de los intérpretes, muchos de ellos no actores (y probablemente desacostumbrados a la rígida continuidad que suele exigir el cine de ficción). Los distintos momentos transcurren en tiempo real y sin que sintamos que se nos quiere imponer una emoción o subjetividad específicos; más bien tenemos la impresión de que Zonana y la directora de fotografía Carolina Costa pusieron la cámara ahí y documentaron la realidad. Muchas escenas se sienten, no como escenas, sino como instantes de la vida real. Los personajes hablan de manera casual con jerga que igualmente se siente auténtica y nos cuenta más de sus relaciones: un superior inmediato es su “antigüedad”, un cadete recién llegado es un “potro”, mientras que el burlón y despectivo “civilón” se reserva para quienes deciden o están pensando en desertar.
Heroico sacrifica la realidad en un elemento importante: no fue filmada en las instalaciones del verdadero Heroico Colegio Militar. No es que haya resistencia a mostrarlo en el cine (fue una pieza de la ciudad futurista en El vengador del futuro de Paul Verhoeven), pero considerando cómo Heroico deja parado al ejército, se puede entender por qué no aparece aquí. El Centro Ceremonial Otomí (curiosamente, otro sitio con un crédito importante en el cine de Hollywood: la guarida del villano en la película de James Bond Licencia para matar), es un efectivo sustituto, al mismo tiempo que añade ricos significados. Con una plaza masiva que sirve de escenario para las marchas y asambleas, el centro simplemente cumple con las necesidades logísticas de una instalación militar.
Pero como un sitio construido originalmente para un pueblo indígena–sus paredes y pisos de piedra y esculturas evocan las pirámides de los pueblos establecidos antes de la conquista–también añade un énfasis en el trasfondo de sus personajes. Luis, así como algunos de sus compañeros y superiores, hablan náhuatl, y el servicio militar es visto como la única oportunidad de un joven indígena para salir de la pobreza. La piedra visible, adaptada formas y funciones monumentales y modernas (el sitio fue inaugurado en 1980) cuenta su propia historia: una identidad indígena que proporciona unidad y sometimiento. Una ficción de que todos los mexicanos venimos de donde mismo, una comunidad imaginaria que debemos respetar, así como por extensión a la autoridad que diga hablar por ella. Es de un pasado inventando donde surgen las versiones más destructivas y autoritarias del patriotismo.

La riqueza visual del lugar es complementada por una técnica más evolucionada. Por un lado, los movimientos de cámara de Zonana y Costa se vuelven más complejos y emocionantes. La influencia de Stanley Kubrick se nota no solo en la premisa misma, que hace eco a la primera parte de Cara de guerra; en los planos secuencia que siguen y aíslan a sus personajes también hay ecos de Senderos de gloria, el otro clásico bélico de Kubrick. En ocasiones, Zonana toma prestado de manera obvia: el sargento Eugenio Sierra (Fernando Cuautle) ocupa un rol como el de R. Lee Ermey en Cara de guerra y es presentado de manera prácticamente idéntica; una máscara ceremonial como la de Ojos bien cerrados aparece en lo que podemos concluir es uno de los sueños de Luis.
Estos toques oníricos son una ruptura con el marcado realismo de Mano de obra. Algunos de los primeros, como una almohada en llamas, establecen una realidad ambigua que habla del decadente estado mental de su protagonista; Zonana está experimentando con la subjetividad, en lugar de solo transmitir su sentir a través del comportamiento. No obstante, la libertad permitida por estos segmentos lo hace caer en imágenes más efectistas y gratuitas que las de su anterior película. Es violencia por sí misma.
Heroico transmite su punto de manera efectiva y a veces potente. No solo busca exponer la violencia, sino también transmitir su efecto psicológico. Podemos llegar a sentir que estos abusos no solo son endémicos, son la raíz de esta institución y que cualquier intento de reforma es imposible. Que su propósito no es necesariamente el de formar carácter, sino replicarse a sí mismos. Los cadetes que sufren esta violencia no solo están condenados a repetirla, se les enseña a desearla. Pero la película pierde la disciplina y el tacto tan prometedores de Mano de obra. Heroico sigue a un protagonista más pasivo en una narrativa más episódica; su drama nos pierde con mayor facilidad. Igualmente, la capacidad de sugerir sin mostrar se pierde parcialmente. El abuso sexual como indicador de la corrupción de sus personajes, una muleta narrativa en Mano de obra, aparece de nuevo de manera más explícita y gratuita. Los mayores retrocesos de la película pueden resumirse con estos dos adjetivos.
★★★1/2
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