(The Creator; Gareth Edwards, 2023)
Se dice mucho que ciertos blockbusters estadounidenses, en los que abundan las imágenes generadas por computadora, lucen como videojuegos. Mi experiencia con los videojuegos es limitada, pero me basta para decir que la comparación insulta más a los videojuegos que a las películas. A inicios de la pandemia tuve el placer de jugar NieR: Automata de Platinum Games y Final Fantasy VII Remake de Square Enix, y la experiencia fue ricamente inmersiva. El diseño de sus ambientes era tan expansivo y detallado que sugería decenas de avenidas por explorar, sus personajes se movían en combate con gracia y fluidez y sus rostros, lejos de lucir plásticos, poseían una cautivadora expresividad.
Resistencia de Gareth Edwards luce como un videojuego y lo digo como un absoluto cumplido (Avatar: El camino del agua podría merecer el mismo honor). Es una maravilla de diseño de producción y efectos visuales. Viéndola, nunca cuestioné la realidad de lo que veía en pantalla, aun cuando conscientemente sabía que mucho de ello nunca existió como algo más que archivos de computadora. Se nota el cuidado puesto en la apariencia y función de los espacios y objetos que llenan su mundo. Es cierto que las películas que dominan la cartelera actual se prestan ampliamente de la fantasía y la ciencia ficción, géneros cuyo encanto está en la construcción de sus mundos. Pero estos, particularmente los del cine de superhéroes, pocas veces transmiten la emoción de estar ahí. Viendo Resistencia pensé: así deberían lucir los actuales espectáculos de Hollywood. Esta película debería ser la norma y no la excepción.
Su apariencia tan lograda puede explicarse en parte por su director Gareth Edwards. Aunque perteneciente a esa ola de directores que hicieron el salto abrupto entre un éxito independiente a la maquinaria de los grandes estudios (como Colin Trevorrow de Mundo jurásico, múltiples directores de Marvel), Edwards cuenta con trasfondo en efectos visuales que lo prepara mejor que muchos para una producción de este tipo. No por nada Godzilla de 2014 y Rogue One: Una historia de Star Wars, ambas dirigidas por él, son dos de los más espectaculares y realistas blockbusters que Hollywood ha producido en la década pasada.

Resistencia es la primera vez desde su debut Monstruos: Zona infectada, que trabaja con material original (en el sentido de que no pertenece a una franquicia ya existente) y aunque lo hace con un gran estudio detrás (20th Century Studios, la ahora subsidiaria de Disney), su modo de producción resulta un tanto radical. Filmando en locaciones alrededor del mundo, aprovechando la luz natural y con los efectos visuales superpuestos al material fotografiado, Resistencia construye un mundo con la textura de la vida real y los ingeniosos diseños de la ciencia ficción. La combinación la vuelve al mismo tiempo más real y más espectacular que muchos de los entornos digitales (apuradamente integrados a material filmado en pantalla verde por empleados de efectos visuales explotados), o incluso las muy pregonadas pantallas del sistema Stagecraft.
Los directores de fotografía Greig Fraser–quien además de Rogue One, hizo Duna y Batman, otros dos blockbusters en los que los efectos visuales se integran de manera impecable–y Oren Soffer usaron una cámara semiprofesional y un equipo limitado. El director Louis Leterrier, en un panel con Edwards, pudo haber sido hiperbólico al decir que la decisión podía “cambiar al cine” pero hay un grano de verdad ahí. El presupuesto de Resistencia, de 80 millones dólares, es modesto para los estándares de Hollywood (casi un tercio de lo que costó Rogue One). Con costos reducidos, quizá los grandes productores se atrevan a crear épicas de ciencia ficción que corran más riesgos en cuanto a las historias que cuentan y los temas que tocan.
¿Es éste el caso de Resistencia? La premisa no es necesariamente original. Un prólogo nos cuenta que en el año 2065 las inteligencias artificiales, creadas originalmente para servir a la humanidad, se han rebelado y detonado una bomba nuclear sobre Los Ángeles. Este atentado divide el mundo en dos polos políticos: el Occidente, donde la existencia de las IAs es prohibido, y Nueva Asia, donde siguen permitidas y pueden recibir refugio.
La temática es pertinente, con lo mucho que tecnologías designadas de esta forma se han introducido a las actividades humanas, con resultados que no se pueden dimensionar todavía. Resistencia ocasionalmente considera el efecto que éstas podrían tener en la vida real, e incluso hace ecos a preocupaciones reales. En la película, los humanos pueden “donar” su apariencia para crear nuevos robots. La imagen es efectiva dentro de la historia: su protagonista se reencuentra con la imagen de su amada, pero despojada de su personalidad. En un nivel adicional, invita a recordar el caso de actores escaneados sin su consentimiento para servir como extras digitales en películas y series de televisión.

Claro, hay una desconexión entre las inteligencias artificiales de la ciencia ficción y las de la realidad. Los modelos grandes de lenguaje y el aprendizaje automatizado no pueden usar el lenguaje ni aprender en el sentido humano de la palabra. Películas como Blade Runner (o videojuegos como NieR: Automata, de hecho) suponen un mundo en el que máquinas humanoides descubren emociones y pensamientos cercanos a los nuestros. Nuestra experiencia, más que algo determinado biológicamente, es lo que nos hace humanos. Hay una razón por la que una de las formas de entender la mente humana es a través de la metáfora de una computadora.
Más que explorar a profundidad todas estas implicaciones, Resistencia trata la idea de las inteligencias artificiales para detonar una trama de acción que vagamente se refiere a la experiencia de un pueblo oprimido. Sería lo mismo si la película se tratara de una raza alienígena, aunque entonces se parecería demasiado a Sector 9 de Neill Blomkamp. John David Washington protagoniza la película como Joshua Taylor, un sargento estadounidense infiltrado en una red de IAs cuando un ataque inesperado lo delata y resulta en la muerte de su esposa Maya (Gemma Chan). Cinco años después, Joshua es enviado en una misión para acabar con Nirmata, una entidad que, se sospecha, es el líder de las IAs. Pero cuando descubre que su blanco tiene la forma de una niña (Madeleine Yuna Voyles) y que ésta además lo puede llevar a reencontrarse con Maya, Joshua viene a cuestionar su misión.
Lo que empieza como Apocalipsis ahora de Francis Ford Coppola se convierte en Luna de papel de Peter Bogdanovich (ambas referencias reconocidas por el mismo Edwards). El cinismo y la hostilidad de Joshua hacia las máquinas va cediendo a medida que se convierte en una figura paterna para la niña, a quien viene a llamar Alphie. Washington no es un mal actor, pero es difícil simpatizar con él porque el guion no le da un verdadero personaje que interpretar–no lo compararía con su padre Denzel Washington si no fuera porque hace poco vi Hombre en llamas, una película con un personaje escrito de manera miserable, donde el cuidado de una niña pequeña sirve como pretexto para momentos de humor y calidez que recuerdan por qué es una estrella de cine.

Resistencia tiene una curiosidad genuina por distintos temas. Uno puede ver más o menos cómo los guiños al budismo encajan en un mundo en el que la tecnología permite una forma de reencarnación mediante el respaldo de las memorias humanas. Igualmente, si sus robots humanoides nos invitan a tener una idea más flexible de lo que significa ser humano, ¿por qué no extender la misma cortesía a otras criaturas? Un gag en el que un perro astutamente toma un explosivo y lo lanza a una tropa de robots policías pone esta idea sobre la mesa, pero también es fácilmente el momento más divertido de la película.
De manera similar, Resistencia trata de tomar una postura crítica de la intervención occidental en el extranjero. Imaginar un país llamado Nueva Asia se antoja a una generalización como la de los imperios colonizadores del siglo XIX, pero estas simplificaciones, después de todo, ocurren cuando se habla de geopolítica. Y si una de las influencias de la película es Apocalipsis ahora, quizá nos espera una realidad moral más complicada. Efectivamente, tan pronto como Joshua llega ahí, lo vemos rodeado de aliados sanguinarios que amenazan niños y decapitan cadáveres con gusto, una señal de que claramente no está del lado de los buenos.
Pero Asia nunca se convierte en algo más que un fetiche visual para Resistencia–¿Por qué los títulos vienen acompañados de caracteres japoneses si la historia nunca se desarrolla en Japón? Nada encapsula esto mejor (¿o peor?) que el personaje de Maya: Chan, una actriz de ascendencia china interpreta a quien debería ser el fulcro emocional de la historia, aquel amor tan perfecto por el que su protagonista no dudaría en darlo todo, pero su caracterización se limita a trillados flashbacks románticos y algunos atributos informados por el diálogo. No se le da algo más que hacer que verse bonita y trágica.
Resistencia no tenía que ser verdaderamente inteligente para ser buena. Edwards ya tiene un talento para la construcción de mundos y para el espectáculo (me atrevo a decir que ningún cineasta, salvo Michael Bay, está tan enamorado de las explosiones). Tampoco necesita habitar sus mundos con personajes complejos, bastan caracterizaciones simples que nos den una vaga razón para interesarnos en lo que pasa.
Pero aun con el apoyo de un guionista establecido en Hollywood como Chris Weitz (uno de los escritores de Rogue One) el guion de Resistencia no logra atinar los momentos emotivos básicos de una aventura como ésta. Hacen falta momentos y adversidades que de verdad sellen el vínculo emocional entre Joshua y Alphie. Lo único que llena los huecos es nuestra familiaridad con versiones previas de esta misma historia: los dos se vuelven más cercanos porque es lo que tiene que pasar, aun cuando la película no muestre por qué. De manera similar, su final hace eco al de La guerra de las galaxias original, pero lo plantea de manera tan confusa que es difícil saber que está verdaderamente en peligro y por qué debería de importar.
★★1/2
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