El castillo en el cielo (Hayao Miyazaki, 1986)

¿Hay alguna institución que mejor represente la animación japonesa como Studio Ghibli? Parece que desde que El viaje de Chihiro ganó el Oscar por mejor película animada en 2003, el nombre de Ghibli es lo primero que uno piensa cuando se habla de anime para la pantalla grande.

Aunque responsable por la creación de personajes de inmediato reconocibles (la criatura Totoro se ha convertido en su mascota) y de algunas de las películas animadas más taquilleras alrededor del mundo, no se puede pensar en Studio Ghibli principalmente como una marca, como ocurre, por ejemplo, con Disney. Aunque sus películas acomodan un amplio rango de visiones, igualmente comparten una sensibilidad cotidiana y sintonizada con la naturaleza, así como el tratamiento maduro de temas mayores como la guerra y el ambientalismo, aun en historias dirigidas a un público infantil.

Studio Ghibli emerge dentro del ecosistema de la industria de la animación japonesa. Ésta, después de la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en una de las mayores exportaciones culturales del país, al punto de desarrollar técnicas y estilos característicos. Ghibli fue fundado en 1985 por los directores Hayao Miyazaki e Isao Takahata y el productor Toshio Suzuki. Miyazaki y Takahata, los dos principales autores de Ghibli, se conocieron mientras trabajaban para el estudio de animación de Toei y colaboraron en múltiples proyectos juntos para cine y televisión, ocupando distintos roles en el proceso de producción.

Ambos habían dirigido largometrajes animados previo a la fundación de Ghibli. Takahata hizo Las aventuras de Hols, príncipe del sol en 1968, Jarinko Chie en 1981 y Sero hiki no Gôshu en 1982. Miyazaki, por su parte, contaba con El castillo de Cagliostro de 1979 y Nausicäa, guerreros del viento (1984) como créditos anteriores. En su historia, no obstante, Studio Ghibli dejó de ser solamente el hogar de las obras de éstos dos para servir también las visiones de otros directores y hasta realizadores fuera de Japón.

A lo largo de esta semana y en ocasión del estreno de El niño y la garza, la más reciente película de Miyazaki, estaré haciendo una retrospectiva de las 22 películas producidas por Studio Ghibli para estreno en cines, haciendo una breve reseña de cada una y hablando de lo que sucedía detrás de escenas.

(Nota: A diferencia de como hice en retrospectivas anteriores, donde usé la fecha de estreno en México de cada película, aquí he decidido referirme al estreno original en Japón, pues muchas de éstas no se estrenaron en México hasta décadas después, años que no reflejarían correctamente la evolución del estudio.)


Punto de inicio (1986-1991)

Mi vecino Totoro
Mi vecino Totoro

Studio Ghibli se fundó después de la desaparición de Topcraft, compañía responsable por Nausicaä, guerreros del viento. El estilo visual y funcionamiento de Ghibli le debe algo al de esta casa de animación. Según recuenta Tze-Yue G. Hu en el libro Frames of Anime: Culture and Image Building, Topcraft se especializó en la producción para el mercado estadounidense, en lugar de la animación “limitada” y con raíces en el manga de otros estudios japoneses. Al hacerlo, cultivó un estilo más clásico, de mayor fluidez y realismo, que fue adoptado por Ghibli en sus películas. Este modelo de producción servía a las intenciones de Miyazaki y Takahata, ambos inspirados por Disney, así como por las películas La bergère et le ramoneur de 1952 y La reina de las nieves de 1957, de Francia y Rusia respectivamente.

La primera de éstas sería El castillo en el cielo, dirigida por Miyazaki. La historia, que suena simple y tierna, sigue a dos niños, el minero Pazu y la princesa Sheeta, involucrados en la búsqueda de un mítico castillo flotante cuyos tesoros y poderes son codiciados por un noble ambicioso y un simpático grupo de piratas. Hay paralelos al trabajo previo del director. Como Lupin III es una aventura llena de persecuciones y como Nausicäa cuenta con una temática ambientalista y una heroína fuerte y determinada.

No obstante, la película brilla gracias a los detalles de su mundo fantástico. No solo de las impresionantes máquinas voladoras que se volverían recurrentes en el cine de Miyazaki pero también en las vidas diarias de los mineros al principio, cuya existencia solidaria y cercana a la tierra contrastan con la codicia de su villano. Sus trazos simples como sus caracterizaciones no dejan de ser expresivos y tener su propio encanto.

La segunda y la tercera película de Ghibli llegarían de manera simultánea. El 16 de abril de 1988 Mi vecino Totoro, dirigida por Miyazaki y La tumba de las luciérnagas, la primera película que Takahata dirigiría para el estudio. En Mi vecino Totoro, las hermanas Satsuki y Mei, se mudan junto a su padre a una casa de campo para estar cerca de su madre, quien se encuentra enferma en un hospital. En sus juegos y aventuras por el bosque que rodea la casa, las niñas descubren a una benévola criatura llamada Totoro.

Lo cotidiano, lo espiritual y la naturaleza, temas que recurrirán en las producciones de Ghibli, se entrelazan magistralmente aquí, mientras que el punto de vista de sus pequeñas protagonistas es recreado con empatía y compasión. Totoro, con su forma redonda y sus expresiones, es instantáneamente adorable, pero no resulta del todo humano y por lo tanto conserva cierta mística y azar. El sintetizador de Joe Hisaishi, quien haría la música de todas las demás películas de Miyazaki, así como de El cuento de la princesa Kaguya, le da una gentileza y misterio que completa la riqueza emocional de la primera obra maestra del estudio.

La tumba de las luciérnagas
La tumba de las luciérnagas

Si Mi vecino Totoro es sinónimo del cine más placentero y agradable, La tumba de las luciérnagas es un serio candidato para el título de la película más triste jamás hecha. En esta adaptación de la historia semiautobiográfica de Akiyuki Nosaka, los huérfanos Seita y Setsuko deben enfrentarse a la vida en Japón en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. Desde un prólogo que nos muestra a Seita muriendo de inanición, la película nos predispone a las muertes de familiares, el raciocinio de alimentos y los frecuentes bombardeos que componen su duración.

Pero lo que les da a éstos su potencia emocional son aquellos momentos cotidianos en que hermano y hermana son indiscutiblemente felices, pues nos recuerdan que sus vidas, a pesar de sus dificultades, valen la pena vivirse. El tono, como podría esperarse, es de crudo realismo, pero Takahata mezcla recuerdos y el peligro inmediato con libertad y añade toques poéticos como el eco entre las luciérnagas y las bombas que caen de los aviones enemigos.

Mucho más alegre pero no menos perceptiva sería Kiki, entregas a domicilio, dirigida por Miyazaki y estrenada en 1989. Basada en el libro de la autora Eiko Kadono, la película sigue a Kiki, una bruja que a los trece años se independiza de sus padres y se muda a la gran ciudad para iniciar un negocio de entregas a domicilio, volando de un lugar a otro en su escoba. Su encantadora superficie esconde la sabiduría y madurez que Miyazaki y el estudio seguirían cultivando a lo largo de su trayectoria, pues la vida mágica de Kiki igualmente refleja las experiencias humanas de crecer independizarse y adaptarse a los cambios.

A través del personaje de Ursula, una pintora, la película se convierte también en un comentario sobre la creatividad y el perder la inspiración. La narrativa está estructurada de tal manera que su mayor peso emocional y acción están cargados hacia el final, pero igualmente se resiste a un conflicto marcado y convencional, de tal manera que momentos más pequeños, como Kiki adaptándose a su nuevo hogar y darse cuenta por primera vez de lo que cuestan las cosas, cobran mayor protagonismo.

De los dos autores originales de Ghibli, Miyazaki fue el más fecundo. Takahata, a quien por su parte se le refería afectuosamente como “el descendiente de un perezoso gigante”, entregó películas con menor frecuencia. Recuerdos del ayer, su segunda película como director para el estudio, se estrenó en 1991 y sigue a Taeko, una oficinista de 27 años que viaja al campo para reunirse con familiares y participar en la cosecha de flores para producir pigmentos. El viaje detona recuerdos de su infancia, que muestran el lado más cotidiano y anecdótico de Ghibli.

Mucha de su duración se dedica a recrear la vida diaria de la Taeko de 10 años, su rutina escolar y pequeños dramas como el no saber qué hacer con el lonche que no se quiere comer o su primera regla. La película se enriquece al intercalar entre pasado y presente. La transición e incertidumbre que caracteriza ambas etapas se vuelve más explícita, como si esa persona que Taeko alguna vez fue la siguiera acompañando en la adultez. El concepto también le permite ser más libre con el estilo: mientras que el presente es delineado en trazos firmes y realistas, el pasado destaca por el difuminado de las acuarelas y los espacios en blanco, como haciendo énfasis en las emociones y la idea de que hay detalles que desaparecen de la memoria.

El castillo en el cielo (1986): ★★★★
Mi vecino Totoro (1988): ★★★★★
La tumba de las luciérnagas (1988): ★★★★★
Kiki entregas a domicilio (1989): ★★★★★
Recuerdos del ayer (1991): ★★★★

Un estudio consolidado (1992-1997)

Porco Rosso
Porco Rosso

El éxito comercial de las primeras películas de Ghibli le permitió expandirse. A inicios de los noventa, la compañía se mudó a unas instalaciones más grandes, con planes arquitectónicos diseñados por el mismo Miyazaki. La reestructuración de Ghibli, que el director discute en una entrevista para la revista Animage (recopilada en el libro Starting Point: 1979-1996), involucraría también el mantener un equipo permanente (en lugar de reunirse y separarse para cada proyecto) y aumentar sus salarios para asegurar la continuidad del estudio y la calidad de su trabajo.

Este nuevo estudio terminaría su construcción en agosto de 1992, un mes después del estreno de la cuarta película de Miyazaki para Ghibli. Porco Rosso sigue al piloto y mercenario Marco, convertido en un cerdo como consecuencia de un hechizo, y su floreciente romance con la joven Gina, su rivalidad con el arrogante piloto estadounidense Curtis y su relación casi paternal con la adolescente fabricante de aviones Flo.

La fascinación de Miyazaki con los aviones, que tiene sus raíces en el trabajo de su padre como fabricante, está más que presente. Se ve en los detalles del trabajo en el taller y el manejo de las aeronaves, y por supuesto en las impresionantes secuencias de combate aéreo, donde el viento y los movimientos de los aviones en un espacio tridimensional se sienten cercanos e inmediatos. La historia es tratada con un tono alegre y cómico, pero se permite unas desviaciones hacia lo melancólico (la maldición de Porco le da un toque trágico) y a una explícita denuncia del fascismo, aun presente en su versión fantástica de Italia.

La siguiente película de Takahata viraría hacia la más bizarra fantasía. En La guerra de los mapaches, de 1994, una comunidad de mapaches trata de adaptarse y resistir a medida que el bosque en el que viven es invadido por la creciente mancha urbana de Tokio. El mensaje medioambiental se transmite con fuerza y claridad, aun cuando coexiste con el bobo humor de ver a animales antropomórficos que pueden transformar mágicamente la forma de sus genitales. El estilo se mantiene juguetón, alternando con casualidad entre recreaciones realistas de los mapaches, sus versiones antropomórficas y caricaturas de trazos simples.

El tono es un tanto caótico y la historia se mueve sin una dirección clara, pero esto le permite imaginar con detalles las vidas y costumbres de esta comunidad, más o menos como hizo en sus más cotidianas películas anteriores. Aunque carece el enfoque de otras películas de Ghibli, venimos a simpatizar con los distintos dramas de los mapaches, y su agridulce nota final, que confronta la pérdida con el optimismo de seguir adelante, resulta conmovedora.

Susurros del corazón
Susurros del corazón

Susurros del corazón, estrenada en 1995, no sería el primer proyecto de larga duración de Ghibli dirigido por alguien que no fuera Miyazaki o Takahata. No obstante, Puedo escuchar el mar, de Tomomi Mochizuki, no fue concebida como parte de su línea de estrenos para el cine sino para la televisión, donde se estrenó en 1993. Antes de dirigir Susurros del corazón, Yoshifumi Kondō ocupó roles importantes en varias producciones de Ghibli. Tristemente éste sería el único largometraje dirigido por Kondō, quien fallecería el 21 de enero de 1998 a la edad de 47 años.

La película, con un guion de Miyazaki, basado en el manga Mimi o Sumaseba, sigue a Shizuku, una adolescente con aspiraciones de escribir, y a Seiji, un muchacho de su edad que al principio le cae mal, pero hacia quien viene a desarrollar sentimientos de cariño. Como en Kiki, entregas a domicilio, las aspiraciones y dudas de la adolescencia proporcionan el núcleo emocional. Al mismo tiempo, es una mirada honesta al proceso creativo; el no poder ser buena en algo desde el principio es frustrante para Shizuku, pero la película se queda con la lección de que esa es la única forma de empezar. Elementos románticos y fantásticos, como las escenas en el mundo mágico del gato de la figurilla, avivan lo más cotidiano de la historia sin caer en el sentimentalismo. Es un retrato de la adolescencia que resulta conmovedor en parte por su realismo.

La última película de Miyazaki de los noventa sería una gran aventura fantástica en la que viraría hacia territorio más oscuro. En La princesa Mononoke, un joven llamado Ashitaka se aventura fuera de su pueblo después de que le cae una maldición. En su viaje conoce a San, una joven criada por lobos, y los dos se ven involucrados en una guerra entre humanos y la naturaleza en un Japón en los albores de la industrialización. Narrativamente es quizá la película más compleja de Ghibli hasta ese momento, no solo por los temas que toca, pero también por su estructura. Con una historia que sigue a distintas comunidades humanas y especies de animales, cada una con sus propia filosofía y objetivos, puede tornarse comparativamente difícil de seguir. Pero es finalmente con la intención de evadir la simple binaria entre humanos malos y naturaleza buena, reflejando un rico y fluctuante universo en el que igualmente tenemos un lugar.

Su tono más oscuro y violento igualmente se siente como una desviación, pero la compasión y el humor que caracterizan el trabajo previo de Miyazaki no se encuentra ausente. Los personajes femeninos fuertes, que siempre han sido parte del sello de Ghibli, tienen aquí su mejor oportunidad de brillar, no solo en la forma de su heroína titular pero también en Lady Eboshi y la tropa de mujeres que termina defendiendo su pueblo al final de la película.

Porco Rosso (1992): ★★★★1/2
La guerra de los mapaches (1994): ★★★1/2
Susurros del corazón (1995): ★★★★1/2
Princesa Mononoke (1997): ★★★★★

Hacia la era digital (1999-2004)

El viaje de Chihiro
El viaje de Chihiro

En los noventa, los programas de computadora jugarían un papel cada vez más importante en el medio de la animación. Los ejemplos más notables son quizá las películas de animación en tercera dimensión producidas por Pixar en Estados Unidos. Studio Ghibli, y la animación japonesa en general, siempre sería reconocida por su compromiso al estilo de animación en dos dimensiones. No obstante, esto no significó la ausencia de medios digitales en su trabajo.

La princesa Mononoke fue la primera película de Ghibli en usar computadoras para su producción, pero lo haría de manera limitada. La primera en hacerlo extensamente fue Mis vecinos los Yamada, estrenada en 1999. La intención no sería la de crear objetos y personajes en tercera dimensión realista, sino todo lo contrario. Esta película dirigida por Takahata aprovecha estas nuevas herramientas para recrear los trazos imperfectos del lápiz y la textura de las acuarelas. El resultado es una película que se siente totalmente hecha a mano, con personajes casi abstractos reducidos a su expresiva esencia.

La historia, basada en una tira cómica sobre una familia compuesta de padre, madre, hijo, hija y abuela, puede parecer poco trascendental, pues se compone de una serie de viñetas y chistes breves (un ejemplo: los miembros mayores están discutiendo, y la niña empieza a llorar, pero no porque le perturbe ver a su familia pelear, sino porque no le dejan escuchar la televisión). Estos, no obstante, construyen una intimidad que quizá se perdería en una narrativa dramática más convencional, pues los rituales diarios de la familia, que tienen que ver con la limpieza, la escuela, el trabajo y los vecinos, nos hacen sentir que los conocemos profundamente.

Estrenada en 2001, El viaje de Chihiro, marco una transición importante para Ghibli. Con esta película, el estudio trascendió el éxito nacional de sus películas previas para convertirse en un fenómeno mundial. Gracias a una más robusta distribución internacional, la película llegó a mercados nuevos (en Estados Unidos se estrenó con un doblaje de Disney, supervisado por John Lasseter de Pixar). En 2003, la película ganó el Oscar a mejor película animada y es hasta la fecha la única producción japonesa en recibir el premio.

Si bien El viaje de Chihiro se benefició de las circunstancias, la grandeza de la película habla por sí sola. La historia de Chihiro, una niña que se pierde en un mundo mágico después de que sus padres se cambian de ciudad, es quizá la obra que mejor encapsula la filosofía de Miyazaki sobre la infancia. La trama, que fluye con una lógica incierta a través de un desfile de criaturas fantasmagóricas, confía en la inteligencia de su público pequeño para enfrentarlas y procesarlas. Chihiro es caracterizada como una niña ordinaria, que al inicio se mueve con miedo y hasta torpeza, pero al enfrentarse a las adversidades encuentra dentro de sí misma actitudes admirables como la tenacidad, la bondad y la abnegación. Esta atención a sus emociones hace de la película una potente mirada al proceso de maduración, aun cuando el significado de sus imágenes puede ser ambiguo y nebuloso.

El increíble castillo vagabundo
El increíble castillo vagabundo

Ghibli seguiría a uno de sus mayores triunfos con una de sus películas menos destacadas. Hiroyuki Morita, fue promovido de animador al director de El regreso del gato, estrenada en 2002. La película cuenta la historia de Haru, una adolescente que, después de salvarle la vida a un gato en la calle, es transportada a un reino fantástico donde es obligada a casarse con un príncipe felino. Es lo más cercano que Ghibli haría a una secuela: es una especie de spin-off de Susurros del corazón, pues el acompañante de Haru es el gato de la figurilla de aquella película. No obstante, aquí el mundo fantástico no actúa como un comentario sobre el estado emocional de su protagonista; las ansiedades adolescentes ceden su lugar a la pura fantasía escapista, con una serie de persecuciones, reveses y coloridos personajes y paisajes. Es entretenida y ligera, pero carece de esa emotividad y madurez que caracteriza al estudio. Eso y su animación, un poco más tiesa y menos detallada, hablan de una obra menor, aunque disfrutable.

Miyazaki regresaría a las adaptaciones de material ajeno con El increíble castillo vagabundo, basada en el libro de la autora británica Diana Wynne Jones y estrenada en 2004. En ella, la joven Sophie es víctima de una maldición que la convierte en anciana, por lo que busca ayuda de Howl, un joven brujo que reside en un castillo mecánico que se mueve de un lugar a otro. Es una aventura llena de magia, acción, escapes y personajes que terminan siendo más que lo que aparentan, pero la madurez característica de Miyazaki aparece en los matices con que retrata la relación entre Howl y Sophie. Como en El viaje de Chihiro, las adversidades vienen a revelar las fortalezas de carácter de una protagonista que al principio nos puede parecer tímida y frágil. La trágica historia de fondo y las flaquezas de Howl, inicialmente un atrevido y galán héroe, vienen a resaltar lo mucho que se complementan. Por su parte, el trasfondo de la película en dos reinos en guerra, y sus vastas y desoladores imágenes de ciudades y cielos en llamas, le dan una urgencia y relevancia adicional a su mensaje pacifista.

Mis vecinos los Yamada (1999): ★★★1/2
El viaje de Chihiro (2001): ★★★★★
El regreso del gato (2002): ★★★
El increíble castillo vagabundo (2004): ★★★★

Etapa independiente (2006-2011)

Ponyo y el secreto de la sirenita
Ponyo y el secreto de la sirenita

Desde antes de su fundación, Studio Ghibli tuvo una relación muy cercana con la casa editorial Tokuma Shoten. La compañía publicó la revista donde Miyazaki serializó el manga en el que se basó Nausicaä, guerreros del viento y después acepto financiar su adaptación a la pantalla grande. En marzo de 2005, después de varios años como su subsidiaria, Ghibli se estableció como compañía independiente, con Miyazaki como director corporativo.

La primera película de esta nueva era fue Cuentos de Terramar, dirigida por su hijo, Gorō Miyazaki, y estrenada en 2006. La serie de novelas sobre Terramar, de la autora estadounidense Ursula K. Le Guin, era una acertada elección de material para una adaptación a cargo de Studio Ghibli; como las películas del estudio, los libros utilizan contextos fantásticos para tratar temas del mundo real con sensibilidad e inteligencia. La película sigue a Arren, un joven fugitivo que en su camino se encuentra con el sabio y errante mago Sparrowhawk, la muchacha Therru y la maga Tenar; los cuatro deberán detener a un hechicero que busca la vida eterna.

Miyazaki, en su primer largometraje como director de animación (su formación fue como arquitecto paisajista) entrega una película que cumple, pero no va más allá. En la superficie, tiene todo lo que uno espera de una película de Ghibli: animación y paisajes preciosos, diseño de personajes expresivo y una música original que transmite la escala y romance de su fantasía. Pero a diferencia de otras sagas del estudio, la simpleza moral se impone: el villano está apenas delineado por su simple meta y la historia carece de momentos de contemplación, ternura y humor que le añadan levedad. Es una decente película de fantasía, decepcionante porque su sensibilidad se alinea más con la acción estadounidense y no con el rico espíritu del estudio que técnicamente la produjo.

Dos años después, en 2008, Hayao Miyazaki estrenó Ponyo y el secreto de la sirenita, una adaptación bastante liberal de La sirenita de Hans Christian Andersen en la que Ponyo, una pequeña sirena, se escapa de su hogar en el fondo del mar y hace amistad con Sosuke, un niño que vive en la superficie. Después de un par de películas un tanto oscuras en cuanto a temática e imágenes, Miyazaki regresó al tono juguetón e infantil de El castillo en el cielo y Mi vecino Totoro.

Aunque la historia es simple, la película logra involucrarnos emocionalmente en la amistad entre los dos niños gracias a la concepción de sus personajes. El padre de Ponyo, estricto pero finalmente bien intencionado, y la madre de Sosuke, con quien comparten tiernos momentos cotidianos, hacen de la película un cálido retrato familiar. La idea de la naturaleza, especialmente el mar, como un ente poderoso y catastrófico pero finalmente amoroso, emerge de manera orgánica de los juegos de los dos niños. Los fondos que simulan dibujos con lápices de colores le dan un estilo distintivo dentro del canon del estudio y terminan por convertirla en una ligera pero encantadora experiencia.

La colina de las amapolas
La colina de las amapolas

En 2010, el animador Hiromasa Yonebayashi hizo el salto a la dirección con El mundo secreto de Arrietty, basado en un libro de la autora británica Mary Norton. La mezcla de fantasía y cotidianidad es más que evidente en la premisa: Arrietty es una adolescente y una borrower, una diminuta criatura de forma humana que vive con sus padres entre los recovecos de una casa rural. Este ambiente típico se convierte en un mundo de aventura y posibilidades. Pero cuando a esta casa llega Sho, un muchacho con el que Arrietty desarrolla una inusual amistad, su estilo de vida se pone en riesgo.

El mundo secreto de Arrietty cobra vida gracias a sus detalles. Los objetos caseros que se convierten en parte de la arquitectura (grapas como escalones, por ejemplo) y la forma en que los padres de Arrietty sirven el té (gota a gota, respetando la mecánica de fluidos) hablan de la creatividad y atención en la producción. El componente emocional puede parecer poco desarrollado, favoreciendo el incidente y la aventura. No obstante, la historia de Sho le da un sorprendente toque de melancolía y su final transmite de manera efectiva un sentimiento de madurez e incertidumbre.

La segunda película de Gorō Miyazaki sería mucho más lograda que su debut. La colina de las amapolas, estrenada en 2011 y basada en el manga Coquelicot-zaka kara, sigue a Umi y Shun, dos estudiantes de bachillerato que se conocen casualmente y, a pesar de sus reservas iniciales, poco a poco se van enamorando. El parecido con Susurros del corazón es evidente, aunque la película sigue su propio camino. En su tono, que alterna entre el romance adolescente, la atención a las costumbres del Japón de los sesenta y el fervor político de los jóvenes, Miyazaki encuentra un equilibrio delicado.

La tensión entre el pasado y el futuro, representativo del periodo por el que pasaba el país, se hace notar en las vidas de ambos protagonistas: desde sus historias familiares tocadas por la Segunda Guerra Mundial y la de Corea, a sus esfuerzos por recuperar y restaurar un edificio para la comunidad estudiantil. Su giro narrativo más importante puede desentonar con su cuidadosa mirada a la vida diaria, pues raya en lo telenovelesco, pero igualmente habla de cómo los personajes hacen sentido de lo que pasó y lo incorporan a sus vidas.

Cuentos de Terramar (2006): ★★★
Ponyo y el secreto de la sirenita (2008): ★★★★
El mundo secreto de Arrietty (2010): ★★★1/2
La colina de las amapolas (2011): ★★★★

Una especie de despedida (2013-2020)

El cuento de la princesa Kaguya
El cuento de la princesa Kaguya

En 2013, Miyazaki y Takahata (motivados por Toshio Suzuki) tratarían de repetir la hazaña de Mi vecino Totoro y La tumba de las luciérnagas, estrenando películas nuevas simultáneamente. No obstante, la producción de la película de Takahata se alargó, por lo que la de Miyazaki llegó varios meses antes. Se eleva el viento se estrenó en julio, mientras que El cuento de la princesa Kaguya lo haría hasta noviembre.

Se eleva el viento es una película biográfica sobre Jiro Horikoshi, un ingeniero aeronáutico que, en el Japón previo a la Segunda Guerra Mundial, se centra en el desarrollo de nuevos y más avanzados aviones. Aunque basada en una figura real, Miyazaki deja volar su imaginación, inventándole una esposa que sufre de tuberculosis, uno de los elementos más conmovedores de la película. A pesar de sus desviaciones de la realidad, la película se apega a la estructura de una biografía, haciendo énfasis en elementos de la vida de Jiro que vendrían a ser decisivos para su trabajo (la miopía que le impide ser piloto, sus sueños con el ingeniero italiano Giovanni Batista Caproni).

Miyazaki construye un relato de un hombre dedicado a su trabajo, pero poco a poco añade detalles que nos informan del potencial destructivo de sus creaciones. Su experiencia refleja el estado de un Japón pobre, antes de su celebrada industrialización y devastado por el terremoto de 1923, que en su búsqueda de la grandeza se deja llevar por el nacionalismo y la violencia imperialista. Con su característica madurez, Miyazaki contrasta la belleza de un triunfo de ingeniería con sus efectos destructivos en el mundo. Como hizo en ocasiones anteriores, Miyazaki anunció su retiro después de terminada la película, decisión de la que después se retractó. No obstante, con su énfasis en el proceso de creación, Se eleva el viento habría sido un más que apto cierre para su carrera.

Basado en una obra de literatura tradicional japonesa, El cuento de la princesa Kaguya cuenta la historia de una niña que nace de un tallo de bambú y es criada por una pareja rural que después se muda a la ciudad con la esperanza de darle una vida como parte de la nobleza. El folklore japonés siempre jugó un papel importante en las películas de Ghibli, manifestándose en su filosofía y en el diseño de sus criaturas, pero El cuento de la princesa Kaguya sería la primera de ellas explícitamente basado en él. Takahata honraría estas raíces con un estilo visual inspirado en las obras de arte tradicional, simulando el trazo de los lápices y el relleno de las acuarelas, como un documento antiguo que cede a la abstracción pura en sus momentos más emotivos.

Su paciencia se hace evidente en el tiempo que le dedica a contar la vida de la princesa Kaguya, desde la infancia hasta la adultez. De nuevo hay un énfasis en lo cotidiano, mientras que lo fantástico hace referencia a los cambios más drásticos de su vida: esos momentos en los que la niña parece crecer varios años en un instante, o cuando sus padres encuentran en el bambú el oro y las telas que alimentan sus ambiciones. La forma de la película refleja el espíritu rebelde de la misma Kaguya, una joven independiente e inteligente, milagrosamente existiendo entre la naturaleza y la sociedad. El cuento de la princesa sería una brillante obra final para Takahata, pues el 5 de abril de 2018 falleció a la edad 82 años.

El recuerdo de Marnie
El recuerdo de Marnie

El 2014 vería el estreno de la segunda película de Hiromasa Yonebayashi. Basado en el libro de la escritora británica Joan G. Robinson (y un favorito personal de Miyazaki), El recuerdo de Marnie sigue a Anna, una niña de doce años que sufre de asma y problemas de autoestima. Para recuperarse, se muda con familiares a una pequeña comunidad de la costa y en una mansión al otro lado de un pantano conoce a una confiada y alegre niña llamada Marnie. Marnie se convierte en su amiga, pero su existencia esconde un misterio que la película revela de manera sutil y delicada.

La película mantiene a sus personajes al frente y al centro; la potencia de su gran giro narrativo se encuentra, no en la sorpresa, sino en las emociones que definen la amistad de Anna y Marnie. El resultado es una tierna y emotiva mirada a cómo lidiamos con esas timideces de la edad y hacemos las paces con las personas que nos rodean y el duelo con el que arrastramos.

La producción del estudio disminuiría considerablemente en los próximos años. Sus siguientes dos proyectos serían anomalías. La tortuga roja, de 2016, sería la primera que un director de fuera del estudio (y de Japón) dirigiría una producción de Ghibli. Suzuki y Takahata serían dos de los productores del primer largometraje del cineasta neerlandés Michaël Dudok de Wit, sobre un náufrago que llega a una isla y, después de varios intentos de escapar, construye una nueva vida al lado de la criatura titular.

El planteamiento simple se desarrolla sin diálogos y su protagonista, definido apenas por su soledad y el hecho de ser náufrago, puede en un principio dar la impresión de ser algo plano. No obstante, el cuento de mera supervivencia poco a poco revela elementos metafóricos potentes: se convierte en una historia sobre las relaciones de pareja y de padres e hijos, en la que se asoma una invitación a reconciliarnos con el lugar en el que estamos porque regresar a lo que era es imposible. Aunque el diseño de los personajes y el estilo de animación puede no hacernos pensar en Ghibli o en la animación japonesa siquiera, la atención al viaje interno de su protagonista y a las capacidades humanas de la naturaleza la hacen encajar cómodamente con sus otras películas.

Lo mismo no se puede decir su siguiente experimento. Earwig y la bruja, la siguiente película de Gorō Miyazaki, llegó a televisión japonesa en 2020 (su estreno en el festival de Cannes se canceló por motivos de la pandemia) y tuvo una corrida limitada en cines el año siguiente. Si las circunstancias conspiraron para robarle la atención que suele recibir una nueva película de Ghibli es probablemente para bien. La primera señal de que algo anda mal es su estilo visual, que remplaza la expresiva animación de corte tradicional por una muy cruda animación en tercera dimensión generada por computadora. Con personajes de rostros vacuos, movimientos tiesos y entornos plásticos, la película nunca genera la impresión de vida.

Diana Wynne Jones de nuevo proporciona el material original, pero la historia, sobre una niña llamada Earwig que es adoptada por una pareja de brujos que podría tener motivos siniestros, sufre como consecuencia de caracterizaciones inconsistentes y una caótica estructura. La película nunca utiliza su planteamiento fantástico para hablar sobre la experiencia y el punto de vista infantil como han hecho las mejores películas del estudio. Lo que queda es una incoherente serie de flojos gags que se sienten eternos a pesar de una duración de poco más de ochenta minutos.

Se eleva el viento (2013): ★★★★1/2
El cuento de la princesa Kaguya (2013): ★★★★★
El recuerdo de Marnie (2014): ★★★★
La tortuga roja (2016): ★★★★
Earwig y la bruja (2020): ★1/2

El niño y la garza
El niño y la garza

Muchos factores explican el éxito de Ghibli y su alta estima dentro del panorama cinematográfico. Como las películas de Akira Kurosawa, uno de los primeros cineastas japoneses en encontrar gran reconocimiento mundial, las películas de Ghibli cuentan con una importante influencia occidental que se ha reflejado en su elección de obras literarias para adaptar a la pantalla grande y en los diseños de sus mundos y personajes. Los elementos occidentales no niegan lo que las películas toman prestado de la cultura, cotidianidad y filosofía específicamente japonesas, pero ayudan a que estos elementos resulten más accesibles para un público internacional. Esto, acompañado de sus alianzas con estudios para difusión y distribución, le han ayudado a alcanzar un público sin precedentes.

No obstante, su éxito es impensable sin su ambición artística y su estricto control de calidad. Aunque en un principio se inspiró en el trabajo de Disney, las películas de Ghibli han trazado un camino único que se distingue de la animación occidental e incluso del resto de la animación japonesa. El realismo que caracteriza a sus paisajes y los movimientos de sus personajes son producto de exhaustivos trabajos de investigación y extensas jornadas de trabajo. Dicha dedicación y exigencia tendría su lado oscuro. Miyazaki habla de no estar muy presente en la infancia de sus hijos y de dejarles su crianza a su esposa, Akemi Ōta, a pesar de su promesa inicial de que ambos podrían continuar con sus carreras. Tochio Suzuki, mientras tanto, ha dicho que la constante presión de Takahata fue indirectamente responsable por la muerte de Yoshifumi Kondō.

A sus 83 años, Miyazaki no parece dispuesto a retirarse. La posibilidad de una nueva película suya después de El niño y la garza es, sin duda, motivo de anticipación. No obstante, el futuro de Studio Ghibli resulta un tanto incierto: Takahata, su otro gran autor falleció hace cinco años; Hiromasa Yonebayashi dejó la compañía para fundar Studio Ponoc (donde dirigió Mary y la flor de la hechicera); mientras que los esfuerzos de Gorō Miyazaki por incorporar la animación en tercera dimensión han dado decepcionantes resultados.

Independientemente de lo que pase, la marca que Ghibli ha dejado en el mundo es incuestionable. El estudio ha logrado un éxito único, combinando un lucrativo negocio que actualmente incorpora parques, museos y mercadotecnia, y un amplio catálogo de películas que cautivan a un público masivo al mismo tiempo que tocan temas complejos con madurez emocional e impecable técnica. Su continua existencia sigue representando un rayo de esperanza en la idea de la animación y el cine como artes.


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