(Past Lives; Celine Song, 2024)
Cada año hay dos o tres películas en las que el gusto popular parece unánime, tanto que es fácil sentirse perdido cuando uno no comparte este amor y entusiasmo. Pensamos que hay algo de lo que nos perdimos o que de alguna forma no vimos la misma película. Desde que se estrenó en el festival de Sundance en enero del año pasado, Vidas pasadas, la primera película de la directora coreano-canadiense Celine Song, ha recibido elogios casi universales. Guiándonos por lo que se ha dicho de ella, la impresión es de una película extraordinaria por su sensibilidad y sutileza; una obra maestra moderna sobre grandes temas como el amor, la separación y el paso del tiempo.
Cuando vi la película hace unos meses (legalmente, en un cine de Estados Unidos), fue con esta imagen en mente. Esto fue quizá injusto, pocas películas podrían estar a la altura de esas expectativas. Después de procesar y reevaluar mi primera reacción, sigo poco conmovido. No quiero desacreditar las opiniones de quienes amaron la película. Algunos de sus admiradores son personas cuyo gusto respeto y en cuyo criterio confío. No creo que se hayan dejado engañar ni manipular (más de lo que las películas normalmente manipulan). Quiero pensar que su reacción es genuina, que verdaderamente se conmovieron con ella. Pero me interesa responder la pregunta, ¿por qué yo no?
Vidas pasadas sigue a Nora (Seung Ah Moon), quien de niña se muda con su familia de Corea del Sur a Canadá. En Seúl, Nora deja atrás a Hae Sung (Seung Min Yim), su mejor amigo y rival académico, pero con quien comparte un enamoramiento infantil que nunca se materializa. Doce años después, ya adultos, Nora (Greta Lee) y Hae Sung (Teo Yoo) vuelven a conectar a través de las redes sociales. Su romance parece cerca de concretarse, pero Nora siente que el pensar en él y en Corea la distrae de la vida que trata de construir en Nueva York y los dos cortan el contacto. Después, en una residencia de escritores, ella conoce a Arthur (John Magaro), un estadounidense de quien se enamora y con quien posteriormente se casa. Nora y Hae Sung nunca se convierten en una pareja, pero en la mente de ambos todavía existe ese potencial y posibilidad.

Lo que he descrito hasta ahora suena como un típico drama o comedia románticos, una película comercial en la que reinan las coincidencias y el cliché. Pero en su guion, Song apenas alude a los obstáculos fáciles que caracterizan a este tipo de historias. ¿Esto la hace una mejor película? No necesariamente. Vidas pasadas no solo evita los conflictos del romance melodramático, evita el conflicto en general. Tómese, por ejemplo, al personaje de Arthur, en quien encontramos un inusual ejemplo de madurez en el recuento de un triángulo amoroso. Él nota en Nora una atracción o curiosidad hacia Hae Sung, y que los dos comparten un vínculo del que él no puede ser parte. En vez de guardárselo y prohibirle a Nora que lo vuelva a contactar, él habla de lo que siente y apoya la idea de que ella vea a Hae Sung cuando éste visita Nueva York. El comportamiento de Arthur puede leerse como realista, pues se parece poco a lo que esperamos de un romance típico. Pero lo contrario pasa, él se convierte en una variación de la fantasía reconfortante de la comedia romántica: es una imagen de cómo quisiéramos que nuestras parejas fueran en la vida real.
Hay ciertas películas que describimos de manera despectiva diciendo que “no pasa nada”. En Vidas pasadas, el hecho de que no pasa nada ha de tomarse como parte de su encanto. Hemos de pensar menos en los eventos que suceden que en las posibilidades que éstos niegan. En las vidas que pudieron tener sus personajes, no necesariamente en las que tienen. Es una labor ambiciosa: tratar de darle forma a algo que por definición es intangible. Este escenario sugiere que como espectadores debemos tomar un rol activo en lugar de uno pasivo. No absorber, sino imaginar. Pero la película no nos deja huecos que llenar, simplemente nos invita a crear en nuestra mente eventos más interesantes.
Song adopta con destreza aquel tipo de lenguaje cinematográfico que asociamos con lo delicado, sensible y humano. La duración de sus tomas, la calma con que mueve la cámara y los silencios que unen los diálogos construyen cierta ambigüedad en los gestos y miradas de sus personajes. No obstante, la narración es clara y accesible, incluso redundante (los textos que nos informan del paso del tiempo podrían haberse eliminado sin perder más que a los espectadores más distraídos); no hay grandes misterios en los cuales perdernos. La elipsis es usada de manera drástica (la trama salta unos doce años y después otros), pero todo lo que necesitamos para entender a sus personajes está ahí en la superficie–esto no pasaba en Aftersun, una película recibida con aclamo similar por razones parecidas, pues parte de su poder emocional se encontraba en lo que no podemos saber de uno de sus personajes principales.

En otras ocasiones, el estilo de Vidas pasadas traiciona la misma complejidad que parece estar buscando. Sus simbolismos, como la escena en la que Nora y Hae Sung toman caminos separados mientras regresan de la escuela, raya en lo melodramático. La película tiene un tono apagado pero no es sutil. La música, de Christopher Bear y Daniel Rossen, no vuelve explícita las emociones de sus personajes ni trata de obligarnos a sentir de cierta manera, pero a ratos parece no complementar lo que corre debajo de la historia. La añoranza y lo incompleto de sus personajes se pierde en una atmósfera cálida y acogedora, que se asemeja a despertar de un sueño placentero o ver la lluvia con una taza de café.
Pero la verdadera razón por la que nunca pude conectar con Vidas pasadas es porque sus personajes nunca se sintieron como personas de verdad. Sus dilemas pueden no ser extraordinarios, son aquellos que todos probablemente hemos sentido alguna vez y eso facilita identificarnos con ellos. Pero todo lo que hay alrededor parece imaginado de manera tan limitada; Nora, Hae Sung y Arthur flotan en su propia realidad separada de la nuestra. Para una película que en parte se trata sobre el choque de culturas entre Corea y occidente, tiene poco de específico o cotidiano. A lo largo de ella, el trabajo, los amigos y las familias de los tres, elementos que pudieran aterrizarlos a un mundo real, despertaron mi curiosidad, pero la película no parecía compartirla. Su Nueva York parece ser la misma urbe preciosa y anónima de tantas comedias románticas. Sus personajes son voceros para las ideas del guion. Sus emociones han sido previamente procesadas, intelectualizadas y articuladas en limpios diálogos. No sentimos que las experimentan en tiempo real. La falta cierto azar y espontaneidad.
Vidas pasadas, supongo, tiene sus momentos conmovedores. La última escena, en la que Nora y Hae Sung se despiden, conserva la duración real del tiempo y se mantiene atenta al lenguaje corporal para crear curiosidad y suspenso. ¿Actuarán según les dice ese amor que se han guardado por tanto tiempo? ¿O se esperarán a una vida posterior? Es un momento con una electricidad que se encuentra mayormente ausente en el resto película. ¿Efectivo? Sí. ¿Profundo? Tengo mis dudas. La película ha tomado la tensión que comparten los protagonistas de un romance hollywoodense y lo ha presentado con una solemnidad y paciencia inusuales. Song ha hecho una sólida ópera prima, pero no veo la obra maestra de la que muchos hablan.
★★★
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