(The Zone of Interest; Jonathan Glazer, 2024)

Una película nos enseña a verla al mismo tiempo que la vemos. Desde el principio establece sus propias reglas, nos dice cómo va a usar las herramientas que el cine pone a su disposición. Es fácil olvidar esta idea, pues muchas películas operan bajo las mismas reglas que otras, reglas a las que estamos tan acostumbrados que no las reconocemos como tales. El inicio de Zona de interés, de Jonathan Glazer, es una atrevida declaración de que nos encontramos ante algo diferente. Una pantalla en negro, acompañada del solemne sintetizador y los inquietantes chillidos de la partitura de Mica Levi, es lo primero y único que experimentamos por alrededor de un minuto. Por sí solo, este pequeño segmento no es extraordinario. Lo que es extraordinario es la intención detrás de éste. El cine tiene casi un siglo como medio audiovisual, como imagen y sonido. Pero entre estos dos, lo visual se impone; lo que escuchamos está subordinado a lo que vemos. Con el inicio de Zona de interés, Glazer nos está diciendo que nuestros ojos no pueden guiarnos, hemos de confiar en nuestros oídos.

Lo hacemos e incluso cuando la pantalla finalmente nos muestra algo, una familia frente a un río, nuestra mente se va a los sonidos de las aves, que en un inicio complementan la paradisiaca imagen de un solado día de campo en la campiña polaca. El lugar, más específicamente, es alrededor de Auschwitz. El tiempo es la Segunda Guerra Mundial. Y la familia se compone de Rudolf Höss (Christian Friedell), su esposa Hedwig (Sandra Hüller) y sus cinco hijos. Rudolf es comandante del campo de concentración, cuyos edificios y muro perimetral se imponen sobre su amplia y preciosa casa.

La mayoría de Zona de interés se dedica a mostrarnos la cotidianidad de la familia Höss, que venimos a pensar como típica de las familias de los altos mandos nazis. Para capturarla, Glazer recurrió ampliamente a la improvisación. Él y el director de fotografía Łukasz Żal (con quien Pawelł Pawlikowski hizo su obra maestra Guerra fría) colocaron múltiples cámaras en la casa, permitiendo a los actores construir la vida de los Höss sin la presencia de un numeroso equipo de producción y con mínima intervención del director. Las imágenes no se hacen sin cuidado; Glazer y Żal cuidan dónde colocan la cámara, pero parecen guiarse más por las formas de la casa que por los personajes. La iluminación proviene de lámparas que podemos ver en escena o del mismo sol. Lo frío y plano del formato digital, lo que en muchas películas es un problema, aquí es parte de la propuesta. La cámara no nos dice qué debemos sentir. La impresión es que lo que vemos no fue reconstruido o modificado, sino simplemente observado.

Zona de interés_1

Dado que estas imágenes se componen de ocurrencias domésticas, banales incluso, y los personajes, como la cámara, pasan mucho tiempo inmóviles, nuestra mente busca algo de interés en otras partes. Aquí la importancia del sonido. La cotidianidad acomodada de los Höss contrasta con los ruidos que provienen del campo de concentración al otro lado de la casa: golpes, disparos, maquinaria y gritos reconstruidos por el diseñador sonoro Johnnie Burn. Experimentamos una fuerte desconexión. Nos cuesta conciliar las cómodas vidas de la familia con los horrores que escuchamos al lado. Pero dado que la película, en su sonido e imagen, nos sugiere un inmaculado realismo, la impresión es que esta desconexión no es creada por la película, sino revelada de la realidad misma.

Somos una sociedad visual. Después de todo decimos “ver para creer” y no “escuchar para creer”. El sonido no nos da certeza, pero despierta nuestra curiosidad. ¿Qué es aquello que escuchamos del otro lado del muro? Nuestros sentidos nos hacen conscientes de los horrores cometidos, pero como no los vemos, se quedan como una sugerencia, no podemos decir que somos testigos de ellos. No podemos negar su existencia, pero sí, quizá, engañarnos y atribuirles un origen diferente. Se vuelven parte del fondo mientras las vidas de sus protagonistas siguen (¿habría sido la misma película si viéramos el interior del campo de concentración y escucháramos la casa?).

Ya que pasamos tanto tiempo con los Höss, ¿hemos de simpatizar con ellos? Glazer no nos da señales obvias que nos indiquen qué debemos sentir. La cámara se mantiene distante, en planos amplios y medios; nunca se acerca para aprovechar el potencial expresivo de sus rostros. La música, que en otras películas suele indicarnos las emociones de la escena, se limita aquí a un par de pasajes, en el invertido blanco y negro de una cámara de visión térmica, que nos sugieren pesadillas (pero que le permiten apegarse a su limitación autoimpuesta de filmar en luz natural). Debemos basar nuestra opinión de los Höss en lo que los vemos hacer o no hacer.

Entonces, ¿hemos de vernos reflejados en ellos? La cotidianidad de la película es tan detallada que es difícil no hacerlo. Los Höss y su círculo cercano hablan de prendas que fueron arrebatadas a familias judías y crematorios de escala industrial, pero lo hacen con la casualidad de cualquier grupo de amigas y colegas del trabajo. Hedwig regaña a sus sirvientes como lo haría la madre de cualquier familia rica. En la medida en que la película tiene un conflicto, éste tiene que ver con que Rudolf es enviado, por motivos de trabajo, a otra ciudad cerca de Berlín, pero Hedwig, quien ya siente una conexión emocional con su casa y su precioso jardín, no quiere dejarlos. Esa tensión entre el trabajo y la familia es tan común que podemos creerla universal. Descubrimos entonces que tenemos tanto en común con ellos (particularmente quienes comparten su trasfondo acomodado y privilegiado), pero la revelación no es que quienes vemos como villanos también tienen familias que quieren mucho, sino que incluso personas con familias a las que quieren mucho pueden ser villanos y cómplices.

Zona de interés_2

Zona de interés se encuentra ahora nominada a cinco premios de la Academia, incluyendo mejor película. Técnica y narrativamente, es quizá la candidata menos convencional en la historia reciente (o quizá en toda) de este premio. Pero su lugar ahí no es del todo inexplicable. El Holocausto es, después de todo, uno de los temas que más recurren en los Óscares (La lista de Schindler de Steven Spielberg y El pianista de Roman Polanski siendo algunos de los ejemplos más celebrados). Como uno de los mayores horrores de la humanidad, el Holocausto ofrece un desolador trasfondo para historias inspiradoras sobre la inquebrantable nobleza del espíritu humano, la clase de historias que a la Academia le gusta celebrar–estos precedentes juegan a favor de Zona de interés; dado que otras películas ya nos han enseñado el Holocausto, el interior de los campos de concentración, la película no tiene que mostrarlos, nuestra memoria hace el trabajo.

Este tratamiento típico del Holocausto da la impresión de arte importante, pero es finalmente reconfortante. Nos tranquiliza pensar que un evento así solo pudo ser obra de una maldad sobrenatural, sin precedente en el pasado y que no se puede repetir. Nos tranquiliza pensar que, si viéramos un horror así, tendríamos la astucia para reconocerlo y quizá la valentía de oponernos a él. Que esta empatía es central a nuestra humanidad (y que a quienes no la comparten los podemos acomodar dentro de una categoría diferente). Películas como éstas nos toman y nos sacuden por su duración, pero finalmente nos sueltan. Zona de interés se rehúsa a soltarnos.

Su historia nunca llega a un clímax convencional ni nos muestra a los personajes teniendo epifanía alguna–la revelación ocurre fuera de ellos, como si la propia película, frustrada por la inacción de ellos, decidiera romper su propia realidad. Los Höss no luchan con la culpa o su responsabilidad, no de una manera que los obligue a cuestionarse y tomar acción. Carecen de las virtudes que buscamos en los héroes cinematográficos. Por esta razón, muchos encontrarán a la película aburrida y tediosa. Pero ahí la idea más importante de la película. Los Höss nos parecen huecos porque encarnan la peor versión de nosotros mismos, no por lo que hacen, sino por lo que ignoran. Son un abismo, una pantalla en negro.


★★★★


https://storage.ko-fi.com/cdn/brandasset/kofi_s_logo_nolabel.png?_gl=1*ctd280*_ga*NzgwOTE0NzE3LjE2NzgxMjgzMjI.*_ga_M13FZ7VQ2C*MTY4MzQ5MjY3OS41My4xLjE2ODM0OTI3NjUuMzYuMC4wÉste artículo, como el resto del archivo de Pegado a la butaca, llega a ti de manera gratuita. Si te interesa apoyar esta labor de crítica de cine independiente, te invito a realizar una donación a través de Ko-fi, a partir de 1 USD, o a compartirle esta publicación a alguien que creas que le puede gustar. ¡Gracias!