(Claudia Sainte-Luce, 2024)

Viendo Amor y matemáticas es fácil imaginar una versión más convencional y comercial de la misma historia. La película sigue al exmiembro de una boy-band alguna vez popular que sale de su estancamiento cuando una vecina que era su fan lo motiva a regresar a cantar. Sabemos de los conflictos y dilemas que surgen cuando alguien quiere seguir su sueño artístico, seguro hemos visto muchas películas sobre ellos. Los protagonistas también experimentan una especie de atracción mutua sobre la que no pueden actuar ya que están casados y con hijos, otra fuente obvia de drama. Pero aun cuando la película alude a todas estas cosas que podrían pasar, siempre nos lleva por un camino que no esperamos.

No lo esperamos, claro está, si no estamos familiarizados con el trabajo de su directora, Claudia Sainte-Luce, quien desde su debut de 2013 Los insólitos peces gato se ha distinguido por sus miradas pacientes y llenas de empatía a personajes solitarios. Que hacen a un lado la manipulación pero que llegan sutilmente a poderosos momentos de emoción. No hay nada como las películas de Sainte-Luce en el cine mexicano actual. No encajan dentro de las comedias que suelen dominar la cartelera, ni dentro de los dramas que dicen exhibir la realidad de un país asediado por violencia–Amor y matemáticas, extrañamente, no está totalmente separada de ellas: tiene momentos divertidos y uno de ellos es un gag recurrente en el que sus personajes se preguntan si sus vecinos son narcos, una forma sutil en que la vida diaria absorbe el crimen organizado.

Roberto Quijano interpreta a Billy Lozano, un hombre callado y solitario casado con la seria y rígida Lucía (Daniela Salinas). Es un matrimonio que parece frío pero cómodo en cuestiones de dinero. Ella trabaja casi todo el día y es la principal proveedora de la familia, mientras él se queda en casa cuidando de su bebé y jugando videojuegos. Su hermano Daniel (Marco Alfonso Polo Guerra) trata de convencerlo de hacer negocio juntos vendiendo perros de peluche, pero Billy no luce muy entusiasmado por la idea.

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La vida de Billy es de estancamiento y rutina hasta que a la casa de al lado llegan Mónica (Diana Bovio) y su esposo. A pesar de las reservas iniciales de Lucía, las dos parejas se empiezan a frecuentar en carnes asadas (viven en Monterrey, después de todo) y se vuelve evidente que Mónica alguna vez tuvo un enamoramiento juvenil con Billy cuando éste era miembro de un grupo llamado Equinoccio. La primera vez que tienen un momento solos en la cocina, ella se le acerca y le planta un beso, pero no parece tener intención de llevarlo más lejos. Billy y Mónica, como padres que se quedan en casa, empiezan a frecuentarse para que sus hijos jueguen (o más bien para que la hija de Mónica juegue mientras Billy pasea al bebé en su pechera) después de que una tragedia los une en complicidad.

Es claro que algo tiene frustrado a Billy. Lucas, el perro de Lucía que ella trata como si fuera su propio hijo (aun cuando tiene un hijo como tal), es una molestia, pero no la raíz del problema. Su hermano y sus padres le insisten que busque algo que de verdad le apasione, pero cuando él dice que le gustaría volver a cantar, es como si dijeran “todo menos eso”. Pero esto no es algo que emerge de manera obvia. El guion de Adriana Pelusi nos lleva con atención por el día a día de Billy. Sus escenas apenas parecen escenas, si las viéramos de manera aislada diríamos que no pasa nada en ellas. La película juega con el qué puede pasar, no solo con lo que pasa, pero funciona porque sus personajes tienen una complejidad y contradicción que se antojan reales. Nos atrapa dejándonos imaginar sus vidas interiores.

Sabemos poco del pasado de sus personajes, hemos de inferir detalles de sus interacciones. “A ti siempre se te sala,” le dice Daniel a Billy refiriéndose a cómo sus intentos de emprendimiento siempre se echan a perder. Claro, la frase no nos dice qué pasó, pero nos dice que ni sus seres queridos esperan mucho de él. ¿Y cómo se conocieron y empezaron a andar juntos Billy y Lucía? Parecen una pareja unida más por las circunstancias que por el amor y el disfrute de la compañía mutua. No lucen muy encantados de estar juntos, pero tampoco se desagradan lo suficiente para separarse.

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El estilo de Sainte-Luce se preocupa menos por los eventos que por cómo los experimenta Billy. La cámara se mueve como flotando, a veces dejándose llevar por cosas que pudieran no ser relevantes. Experimentamos cierta distancia, pero una que corresponde a su sentir: un adormecimiento, un fastidio. Entendemos a Billy como alguien en limbo, esperando a que su vida empiece. El fraccionamiento y la casa donde la mayoría de la acción transcurre parecen un producto de esa filosofía de diseño en la que cualquier adorno que pudiera añadir expresión o personalidad es visto como superfluo, un desperdicio. Son opresivamente minimalistas: una repetición infinita de figuras cuadradas y tonos blancos y grises.

Hay mucho de sus personajes que pone a prueba nuestras simpatías por ellos. Los esposos de Billy y de Mónica no están ahí para hacerla de villanos ni de poner obstáculos artificiales en el camino de los dos enamorados. Lucía puede parecernos superficial y su fijación con Lucas infantil, pero la reacción de Billy es incluso más inmadura y cruel. Y no podemos estar seguros si entre Billy y Mónica hay verdadero amor o si su conexión tiene un verdadero futuro. Quizá Billy solo ve a una persona que lo apoya en su sueño y Mónica solo la sombra de ese enamoramiento adolescente. ¿Pero niega esto la sinceridad de lo que sienten en ese momento? Billy y Mónica son dolorosamente humanos. Si los errores que cometen les niegan el permiso de sentir cosas bellas, tendríamos que negárnoslas a nosotros también.

Amor y matemáticas tiene un solo momento que puede describirse como feliz y emocionante (no quiero ser explícito, pero involucra a las dos canciones de las que se habla a lo largo de la película, composiciones originales que son tan pegajosas e ingeniosas como lo mejor de la música pop). Y si bien ocurre en un registro apagado, comparado al de otras películas, lo que hay alrededor de él nos hace apreciarlo. Al ser una ocurrencia tan rara, se vuelve en un pequeño tesoro. Amor y matemáticas es uno también. Las películas de Sainte-Luce siempre lo han sido.


★★★1/2


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