(The Fall Guy; David Leitch, 2024)
A veces cuesta ser optimista sobre el futuro de Hollywood. Que con la consolidación de los estudios en cada vez menos conglomerados, la regurgitación de las mismas franquicias y los intentos de vender la moda de la inteligencia artificial como el futuro de la industria, es fácil sentir que el lado del comercio se impone cada vez más sobre el del arte–Hollywood es, por supuesto, un negocio, pero sus mejores entretenimientos siempre encuentran un delicado equilibrio entre los dos.
En ocasiones, las películas que dan más esperanza son aquellas que, paradójicamente, se sienten sacadas del pasado. Prometen las emociones de antaño y ese regreso a lo que fue nos entusiasma. Profesión peligro tiene mucho que nos remonta a un pasado no tan lejano. Por un lado, es una adaptación de una serie de televisión de los ochenta, lo que nos lleva de vuelta a esa década, pero también quizá a los noventa, cuando Hollywood se obsesionó con llenar la cartelera con nuevas versiones de series de televisión olvidadas por la mayoría. Por otro, es una comedia romántica construida sobre el encanto de dos grandes estrellas, o por lo menos dos de las estrellas más grandes que nos quedan en una industria en la que técnicamente ya no existen. Y su mismo concepto es una oportunidad para celebrar cómo se hacen las películas.
La serie de televisión original seguía a un doble de riesgo que trabajaba como cazarrecompesas, utilizando todo su conocimiento de efectos especiales y escenas de peligro para capturar criminales. La película toma algunos pasos adicionales para llegar más o menos a lo mismo. Colt Seavers (Ryan Gosling) es un doble que se retira del cine después de una fatídica acrobacia que sale mal. En ella se va, no solo su carrera pero también su floreciente romance con la operadora de cámara Jody Moreno (Emily Blunt), a quien no puede enfrentar considerándose un fracaso. Meses después, Jody ha hecho realidad su sueño de llegar a la silla del director a cargo de un épico romance de ciencia ficción protagonizado por Tom Ryder (Aaron Taylor-Johnson), la estrella de cine más grande del mundo.

Hay un pequeño problema: Tom Ryder no aparece y se teme que algo le haya pasado. Gail Meyer (Hannah Waddingham), la productora de la película, le encarga a Colt encontrarlo. Él debe hacerlo en total secreto, Gail menciona que, de correrse la noticia, la producción está en riesgo de ser cancelada. Colt no concibe cómo sus habilidades de doble de riesgo le pueden servir para algo que debería ser tarea de la policía, pero brinca ante la oportunidad de rescatar la película de la mujer que sigue amando.
No todo en Profesión peligro tiene sentido. A quienes más o menos conozcan cómo funciona Hollywood les parecerá extraño que alguien (sobre todo una mujer en una industria tan machista como la del cine) sea ascendida de operadora de cámara a directora de un blockbuster de (seguramente) cientos de millones de dólares en cuestión de meses. Pero una película no siempre tiene que apegarse a las reglas de nuestro mundo, solo tiene que ser congruente con las que ella misma construye, y Profesión peligro cumple al trazar una simple y digerible caricatura de cómo funciona el medio.
Drew Pearce estructura su guion de manera un tanto efectiva, planteando detalles tempranos que, de manera satisfactoria, cobran mayor importancia hacia el final–nótese cómo la chamarra de Miami Vice de Colt sirve como preludio de uno de sus escapes. Hay constantes referencias a otras películas y chistes que juegan con los recursos del cine–un ejemplo: Jody propone una secuencia con pantalla dividida para su película, entonces ella y Colt comparten una llamada por teléfono, también en pantalla dividida.
¿Estos chistes funcionan? Muchos de ellos no se sienten orgánicos porque están presentados en ese tono irónico típico de muchos blockbusters recientes. Parece diseñado para socavar la emoción de la escena o se contentan con llamar atención a lo que hicieron otras, mejores, películas (los invito a contar el número de veces que alguna película es mencionada, sin que de ella se desarrolle una verdadera idea cómica). Cada diálogo parece estudiado milimétricamente por un equipo de marketing, al grado de perder toda espontaneidad. Sus toques de comedia física funcionan un poco mejor: las reacciones estoicas o incrédulas de Gosling ayudan a vender cuando Colt quita restos de vidrio de su chamarra o trata de sacar una espada, solo para arrancarle la empuñadura.
Las secuencias de acción encuentran un divertido equilibrio entre lo real y lo absurdo. Algunas, como una en la que Colt surfea detrás de un camión sosteniéndose solo con una pala, rayan en la caricatura, pero están suficientemente aterrizadas para que se sienta el peligro físico y la proeza detrás de ellas. El entorno y la situación (el departamento lleno de objetos de otras películas de Tom, Colt cuidando de su perro de ataque) les dan entretenidos artilugios que explotar. La película no está libre de efectos visuales generados por computadora (prácticamente ninguna película de Hollywood puede prescindir de ellos) pero estos se integran relativamente bien y en su mayoría enriquecen la experiencia en lugar de distraer de ella.

Profesión peligro trata a los dobles de riesgo de la vida real con reverencia, lo que se entiende considerando la trayectoria de su director, David Leitch. Sus películas previas, como Atómica, Deadpool 2 y Tren bala, lo hacen una elección lógica para dirigir una película que mezcla acción y comedia, pero su trasfondo como doble y coordinador de stunts se ve reflejado en un palpable espíritu de celebración de esta labor, en la misma vena de las películas de John Wick, dirigidas por su colega Chad Stahelski (Leitch codirigió la primera de la serie con él, aunque no recibió crédito en pantalla). Leitch ama a sus intérpretes y colegas y diseña la película alrededor de sus proezas. El momento de mayor júbilo de la película ocurre, extrañamente, una vez que ésta ha terminado cuando, como en las películas de Jackie Chan, los créditos vienen acompañados de una mirada a cómo se hicieron las principales acrobacias.
La fotografía de Jonathan Sela igualmente se preocupa primero por la claridad, pero esto no siempre es una bendición. La acción se sigue con facilidad, pero las escenas de diálogo son presentadas en una cámara plana que hace que la energía decaiga. Incluso con colores fuertes (un bienvenido respiro del gris de muchas películas de gran presupuesto), la película nunca logra esa intensidad de un director como Michael Bay o del reciente remake de El duro. Nunca salta de la pantalla y nos envuelve de la misma manera.
Su corazón también está ausente. Las comedias románticas brillan por la interacción entre sus amantes y Profesión peligro sufre de tener a su coestelar femenina a un lado por mucho de su duración. Jody pasa la mayoría de la película sin tener mucha idea de lo que pasa, lo que le impide cobrar mucha personalidad. Colt tampoco tiene mucho que lo defina: a lo mucho, se nos quedan grabados sus constantes intentos de conseguir una taza de café y el simpático pulgar arriba con el que responde a todo castigo físico. Pero al estar al frente y centro de la acción, llegamos a conocerlo un poco más a través de cómo reacciona. Profesión peligro es una cumplidora película de acción al lado de una inerte comedia romántica. Es capaz de las más aparatosas explosiones, pero nunca logra que broten verdaderas chispas.
★★1/2
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