(The Fire Within: A Requiem for Katia and Maurice Krafft; Werner Herzog, 2024)

El cine está en un diálogo constante consigo mismo. Los realizadores no trabajan en un vacío; si en algún momento decidieron convertirse en ello es porque en algún momento alguna película hecha por alguien más los despertó al poder del medio. Si siguen siéndolo es quizá porque la obra de algún maestro o algún par continúa avivando ese fuego. Este proceso, aunque nos hace todo el sentido del mundo cuando vemos guiños referencias u homenajes muy marcados, no es uno que se trate de manera explícita frecuentemente. Pocas veces vemos a cineastas dedicar su propia obra a llevarnos detrás de la cortina y celebrar abiertamente a otros cineastas que admiran.

Esto, entre otras cosas, es lo que hace a Fuego interior: Réquiem para Katia y Maurice Krafft, una obra tan especial. El documental, dirigido por el alemán Werner Herzog, mira a la pareja de vulcanólogos franceses, no solo como científicos temerarios que arriesgaban sus vidas para documentar y entender las erupciones volcánicas, pero como colegas cineastas. Herzog, quien como realizador de documentales suele recurrir a material capturado por él mismo y su equipo y hasta llega a aparecer como personaje en pantalla, aquí se limita a proporcionar la voz del narrador. Su intención parece ser la de dejar que las imágenes de los Krafft tomen protagonismo.

Desde el inicio, sabemos que la historia de Katia y Maurice terminará con sus muertes. No solo por el “réquiem” en el título o porque éste es un hecho ampliamente documentado. Como una de sus primeras de escenas, Herzog elige su visita a los alrededores del volcán Unzen en Japón en junio de 1991, cuando un flujo piroclástico más grande de lo esperado los agarró por sorpresa y los sepultó a él y a otros compañeros. Con el conocimiento de su final, sus acciones nos pueden parecer imprudentes e insensatas, pero el resto de la película explorará por qué estar en ese lugar y en ese momento probablemente les parecía lo más natural del mundo.

Hay un boceto de sus biografías. Fuego interior menciona los orígenes de Katia y Maurice en pueblos vecinos de la región francesa de Alsacia, cómo se conocieron temprano en su carrera y se volvieron inseparables. El foco, no obstante, está siempre en su trabajo y las experiencias que le dan su poder y su significado. Los comentarios de Herzog, con su voz áspera que se reconoce al instante, pueden llegar a ser prosaicos, limitándose a dar contexto de las erupciones volcánicas que los dos cubrieron. Sus ocasionales opiniones y conjeturas dan lugar a segmentos más prolongados en los que las imágenes tomadas por la pareja son acompañadas por música.

Fuego interior Requiem para Katia y Maurice Krafft_1

Fuego interior no trata de reconstruir lo que Katia y Maurice sintieron, ni ahonda mucho en que su peligrosa profesión coexistía con una relación romántica–ese es el territorio de otro documental reciente sobre los Krafft, Fire of Love de Sara Dosa. Cuando mucho, Herzog menciona que previo a quedarse en Unzen, los dos pelearon porque Katia quería ir a las Filipinas a observar otro volcán, pero es un detalle aislado, que nos dice poco o nada en realidad.

La verdadera estrella son las imágenes que los dos tomaban con sus cámaras. Sus décadas de carrera produjeron imágenes espectaculares, no solo por su rareza y el peligro involucrado en colocarse tan cerca de nubes de humo, rocas gigantes que caen del cielo y piedra derretida a miles de grados centígrados. Su belleza, Herzog argumenta, se encuentra en el punto de vista de las personas detrás de la cámara.

El pietaje de Katia y Maurice empezó como un mero registro de los fenómenos que estudiaban, pero eventualmente se convirtió en algo más sensible y expresivo, atento a la poesía del humo levantándose de los suelos, la lava que se revuelve en formas abstractas, pueblos sumergidos en ceniza, y los rostros de sobrevivientes. Herzog, con su característica voz áspera nos predispone a buscar la belleza. Entre el abundante material que está a su disposición encuentra, no solo documentos de la naturaleza y de la vida, pero también la evolución de dos personas que pensaban como científicos pero sentían como artistas.

Conocemos a Herzog por sus miradas al lado más cruel de la tierra y de la obsesión humana. Su película de ficción más conocida es seguramente Fitzcarraldo, recordada mejor por la imagen de un grupo de indios subiendo una montaña cargando un enorme barco. Su documental más conocido es tal vez Grizzly Man, la historia de Timothy Treadwell, un entusiasta de los osos que murió atacado por uno de ellos. Con una larga trayectoria en la que sus intereses están más que cristalizados, entendemos por qué Herzog se sentiría fascinado por Katia y Maurice.

Congruente con esa compasión que complementa su lado más cínico, Herzog no es condescendiente, sino que trata a la pareja con admiración. Quizá Herzog, siendo él mismo un temerario, simpatiza con esa búsqueda de lo imposible, con colocarse en medio del peligro por capturar lo que está frente a él. Para cuando la película regresa a Unzen, después de recontar las aventuras de los Krafft en distintas erupciones alrededor del mundo, sentimos que entendemos su compulsión, aquello que los arrastra a donde están. Es la locura de ciertos cineastas, la misma que impulsa parece impulsar a Herzog.


★★★★


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