(Diego del Río, 2024)
Todo el silencio cuenta la historia de Miriam (Adriana Llabrés), una mujer que es hija oyente de padres sordos. Por las mañanas, Miriam se dedica a dar clases de lengua de señas mexicana y por las tardes ensaya en una compañía de teatro para un montaje de La gaviota de Antón Chéjov. Miriam tiene una novia, Lola (Ludwika Paleta), quien es sorda pero no utiliza lengua de señas, sino que opta por hablar y leer labios para comunicarse y entender a las personas oyentes. El panorama se establece desde temprano: la sordera envuelve la vida de Miriam, aún si no es una condición que ella comparte.
Una película en la que la comunidad sorda está tan presente debe ser particularmente cuidadosa con cómo trata el sonido y Todo el silencio demuestra este compromiso desde el principio. Para el prólogo, con Miriam en ligero desenfoque con el cielo como fondo, los diseñadores sonoros Miguel Hernández y Mario Martínez Cobos presentan los ruidos de la Ciudad de México como una densa capa de pura experiencia. Son el foco de ese momento, no hay nada que distraiga nuestra atención de ellos. Mientras Miriam da clases, un cubetazo de agua sobre la ventana se siente como un súbito chubasco; el sonido del microondas de la sala de maestros, donde Miriam calienta su café, parece abrumar todo lo que hay a su alrededor.
Este enfoque pudiera parecer contraintuitivo. Si la protagonista es una persona oyente, ¿no debería el sonido ser natural? Puede ser, pero si el sonido de la película no muestra exactamente cómo ella lo percibe, si refleja de una manera dramática como lo vive. Los oídos de Miriam perciben los sonidos como una persona no sorda, pero la película sugiere que su experiencia y las personas que la rodean la hacen especialmente consciente de ellos. Son su privilegio.
Por lo menos al principio. La rutina diaria de Miriam se ve interrumpida por una serie de visitas al doctor las cuales, a medida que la película progresa, vienen a confirmar la sospecha de que está perdiendo el oído, así como les sucedió a sus padres. La situación puede recordar a El sonido del metal, la película ganadora del Óscar de Darius Marder y quizá el referente más inmediato sobre una película sobre alguien que debe aceptar y adaptarse a vivir con sordera. La comparación no es perfecta, pero los parecidos y diferencias ilustran por qué Todo el silencio es quizá una película más matizada y rica emocionalmente.

A primera vista, podemos pensar que la situación de Miriam no debería afectarla tanto. La experiencia y la vida de las personas sordas no es algo que desconoce (como sucede inicialmente con el protagonista de El sonido del metal). Ella ya convive con personas para quienes esta condición no es un impedimento a vidas plenas y felices–a lo largo de la película también se hace amiga de Manuel (Moisés Melchor), quien es sordo así como un colega actor. El prejuicio no debería ser una preocupación. Pero lo que Miriam experimenta es igualmente un duelo. Por aquellas experiencias sensoriales que le añaden placer a su vida: la música, las películas y el teatro, que para ella es sinónimo del diálogo hablado. Pero también por una identidad e idea de sí misma: ella es una persona oyente y siempre se ha pensado como una.
Cómo la obra en lengua de señas en la que Manuel participa, Todo el silencio parece hecha, en parte, con la intención de que un público oyente conozca y se sensibilice con las experiencias, sean las más cotidianas o más existenciales, de una persona sorda. Vemos a meseros de bares y restaurantes que, de manera instintiva se dirigen a Lola o Manuel hablando más fuerte. Seguramente lo hacen sin la intención de burlarse u ofender, pero es un gesto que delata condescendencia e ignorancia. Todo el silencio no ahonda en esto ni lo trata como gran cosa, es una realidad de sus vidas. Por otro lado, la sordera de Miriam es experimentada como todo gran cambio inevitable. Ella reacciona con el instinto muy humano de aferrarse al pasado y a su idea de normalidad. El guion, de Lucía Carreras, traza el proceso de aceptarlo y reconocer que esa misma normalidad era una idea absurda.
Hay otros toques acertados. La historia se desarrolla en pandemia, pareciera en ese tiempo post-vacuna en el que el cubrebocas era más una medida rutinaria y simbólica. No vemos a los personajes acatar muy estrictamente las reglas de distanciamiento social, pues los vemos asistir a fiestas, reuniones, bares y obras de teatro–pero incluso esto parece una observación realista, ¿cuántos de nosotros podemos decir que las seguimos de manera estricta? El virus es secundario a la dificultad que los cubrebocas plantean para las personas que, como Lola, recurren a leer los labios. La película no se detiene en ello, pero al hacernos más sensibles en general a su situación, podemos inferirlo como un obstáculo.

El director Diego del Río, haciendo su ópera prima, refleja sus orígenes en el teatro con una atención a los matices de las actuaciones, particularmente del lenguaje no verbal de sus actores, y con una detallada mirada a este ambiente. La fotografía, de Octavio Arauz recurre a esa cámara en mano temblorosa que resulta tan común en el cine de corte realista. No es una elección particularmente innovadora o inspirada pero tampoco distrae mucho del foco de la película. Es un estilo modesto que no se interpone al drama, también porque del Río deja que las escenas fluyan en planos extendidos en lugar de caer en cortes excesivos. Al mismo tiempo, la abundancia de la lengua de señas también le da pie a separar un poco la cámara en lugar de abusar de los acercamientos al rostro, tan dominantes en otras películas, aunque sea para mostrarnos los movimientos de manos de los personajes.
Aunque Manuel en algún momento le dice a Miriam algo en la línea de que la sordera implica entrar a un mundo nuevo, la película nos muestra desde el principio un mundo en el que no existen polos definidos, sino una variedad de experiencias. La secuencia del cumpleaños de Lola ofrece una interpretación novedosa de los conceptos de inclusión y exclusión. Miriam invita a Manuel (quien solo se comunica con lengua de señas) y debe hacer malabares para que él se de a entender con Lola (quien no la usa). Es una exclusión en la que juega la experiencia social de la sordera, pero que Lola experimenta más como la exclusión de sentir que una persona que queremos mucho se está alejando de nosotros.
La actuación de Paleta merece atención por dos razones. Primero, porque es quizá la actriz más conocida con un papel importante (Arcelia Ramírez y Diana Bracho son otros de los rostros más conocidos, pero sus participaciones son comparativamente pequeñas) y segundo, porque es el caso de una actriz interpretando una condición que no tiene en la vida real (a diferencia de Melchor, quien sí es sordo). Hay obvias dificultades en interpretar un rol así, pero el resultado final habla de la sensibilidad y empatía de la película. Lola articula sus palabras de una manera que a los espectadores que no estemos acostumbrados a las personas sordas nos puede parecer extraña. Pero la película, ni los demás personajes, ni la misma actuación de Paleta, se apoya en el patetismo ni en la diferencia, por lo que rápidamente lo aceptamos como una realidad más de su vida, en la que hay mucho más que eso.
Quizá la escena más conmovedora de la película, y la que puedo decir que más me acercó a las lágrimas, muestra a Manuel y Miriam comiendo en un restaurante. Es aquí cuando ella finalmente le admite que se está quedando sorda. Supongo que él podría tomar su reacción como un insulto porque Miriam está viendo la condición que él experimenta cómo una causa de sufrimiento. Él siempre ha sido sordo, pero igualmente reconoce y valida su duelo. Hay tantas emociones contradictorias en esa escena, como la hay repartidas en el resto de la película. Todo el silencio se trata de muchas más dificultades y alegrías que la mera condición de la sordera y nos da la oportunidad de explorar e imaginar cómo sus personajes las viven, piensan y sienten.
★★★1/2
Éste artículo, como el resto del archivo de Pegado a la butaca, llega a ti de manera gratuita. Si te interesa apoyar esta labor de crítica de cine independiente, te invito a realizar una donación a través de Ko-fi, a partir de 1 USD, o a compartirle esta publicación a alguien que creas que le puede gustar. ¡Gracias!