(J.M. Cravioto, 2024)

El mundo cambia constantemente, y él cine cambia con él. Hasta los géneros más formulaicos y comerciales buscan la adaptación y la novedad, si acaso para conseguir más ojos en las pantallas. En las últimas décadas, pocas cosas han cambio tanto y de manera tan vertiginosa como nuestra propia capacidad de capturar y transmitir imágenes en movimiento. La cámara cinematográfica, un evento casi milagroso de finales del siglo XIX, eventualmente dio lugar a las cámaras de video, a las cámaras digitales y finalmente a una función más de los teléfonos que ahora cargamos cómodamente en nuestros bolsillos. Y el encuentro comunal en la sala de cine, donde carretes de película se proyectan a través de un pesado aparato, da lugar a la televisión en nuestros hogares y finalmente a los videos y transmisiones en vivo en redes sociales a los que podemos acceder instantáneamente.

Es este cambio tecnológico el que da origen a los falsos documentales, al found footage, y a películas que se desarrollan totalmente en la pantalla de una computadora. Estas son modalidades del cine de ficción en el que las imágenes que vemos se explican como una creación de los mismos personajes. Ejemplos abundan, sobre todo en el cine de terror, con los numerosos clones de El proyecto de la bruja de Blair. Pero también tenemos a Proyecto X en la comedia, a Poder sin límites en el de superhéroes y a Buscando… en el thriller. Llámesele oportunismo o creatividad, pero películas como éstas hablan a una experiencia actual cada vez más dominada por las pantallas.

Al mismo tiempo que el formato proporciona un gancho novedoso, sus propias reglas pueden estimular o limitar a los cineastas. Dado que todo lo que vemos en pantalla tiene que explicarse como algo que los mismos personajes capturaron con una cámara que tenían a la mano, los eventos dentro de la película no solo necesitan una razón para ocurrir, pero también una razón para que alguien los grabe, o su concepto se desbarata.

Entra en mi vida, de J.M. Cravioto, ofrece un raro ejemplo en la comedia mexicana–más no único, le precede Hasta que la boda nos separe, que se presenta como los videos de una cámara compartida por un grupo de amigos en una boda. El giro más actual de Entra en mi vida tiene que ver con las redes sociales. Después de quedarse sin novio cuando estaba próxima a casarse (un tropo familiar en la comedia mexicana, es el detonante de películas como Solteras y Cindy la regia, entre otras), Eugenia (Paulina Goto) decide darle un giro a su vida convirtiéndose en influencer. Al lado de su mejor amiga Natalia (Ximena Sariñana), ella trata de hacer una serie de retos que la ayuden ganar popularidad. La mayoría de lo que vemos en la película puede entonces justificarse como cosas que Eugenia graba para compartir con sus seguidores en redes sociales.

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Esta premisa le hace muchos favores a la película. Después de todo, es una condición casi fundamental del influencer el sentirse presionado a compartir todo lo que sucede en sus vidas, ya sea para generar un flujo constante de (por más que me desagrade la palabra) contenido y para que sus seguidores se involucren parasocialmente en sus vidas (de ahí uno de los significados del título de la película). Eugenia quiere que sus seguidores sientan que la conocen íntima y personalmente y por ello trata de compartirles cada instante.

Es cierto que los perfiles de redes sociales, cuando hablamos de las cuentas con más seguidores, son más marcas que personas. Son fantasías de estilo de vida cuidadosamente cuidadas y no documentos de la vida real de alguien más. Algo similar ocurre con las comedias mexicanas contemporáneas: los atuendos, profesiones y locaciones de sus protagonistas parecen elegidos con la intención de acercarnos de manera vicaria al estrato más adinerado de la sociedad. Dependiendo de dónde se le vea, Entra en mi vida es un ejemplo más consciente o descarado de esto. Su mensaje es que esta imagen es una fabricación y por lo tanto no la realidad, pero su premisa le da carta blanca para recrear y servir de aparador para el frívolo y superficial estilo de vida de los influencers, quienes son caracterizados como un desfile de personalidades insufribles.

Parece que no puede haber una comedia mexicana sin indicadores de clase y Entra en mi vida no es la excepción. Por la forma en que se viste y expresa, podemos identificar a Eugenia en el estereotipo de la chica fresa–en su primer momento viral, ella reacciona con asco a los tacos de tripa de un puesto callejero. Natalia parece ligeramente más hippie, pues fuma mariguana y se burla de que Eugenia solo piensa en la Ciudad de México como las colonias ahora gentrificadas de la Roma y la Condesa, pero sigue siendo una vendedora de bienes raíces para clientes de mucho dinero. Su grupo de amigos es completado por Romero (Hugo Catalán), un videógrafo de bodas pero también por Diego (Lalo Elizarrarás), un vendedor de tamales.

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Cravioto previamente dirigió Olimpia, un drama sobre la lucha estudiantil de 1968 que solucionó el problema de la ambientación de época a través de animación con rotoscopía, y aunque Entra en mi vida tiene las señales de lo que peyorativamente se llama una película de encargo, el concepto mismo le permite jugar con la forma visual. Romero, cuyo trabajo le da acceso a equipo de grabación y Diego, quien más adelante decide convertirse en influencer también, le permiten incorporar la cámara orgánicamente a distintas situaciones. Y Cravioto y el director de fotografía Diego Tenorio (reciente nominado al Ariel por Tótem de Lila Avilés), idean tomas que lucen espontáneas (como el trabajo de alguien que técnicamente no es experto) pero que igualmente permiten que escenas completas fluyan de manera legible. Este enfoque le da algo distintivo entre otras películas mexicanas comerciales y es un ejemplo de cómo las limitaciones pueden jugar a su favor.

Es en el guion donde la película se tropieza con los propios límites de su concepto. A cargo de Paula Rendón, Xóchitl Sánchez Santos y Cravioto, éste repite muchos de los puntos esperados de una comedia mexicana, cosa que no es necesariamente mala. Eugenia eventualmente se ve involucrada con la crema y nata de las redes sociales, lo que crea una brecha entre ella y Natalia. Romero es algo así como el interés romántico, y un enfadoso colega influencer que se muestra atraído por Eugenia, actúa como su rival. Tenemos un viaje a algún destino turístico, Acapulco en este caso.

Pero si muchas escenas obligatorias se repiten aquí, también parecen faltar momentos clave. Nunca sentimos que los personajes nos estén mostrando algo verdaderamente privado, algo más allá de lo que Eugenia quiere mostrar en su cuidadosamente curado perfil. Sentimos que nunca los conocemos de verdad y entonces sus tristezas y alegrías parecen algo que apenas vislumbramos, no que compartimos con ellos.

Entra en mi vida mantiene un tono en general ligero: los momentos más melodramáticos no tienen tiempo para volverse pesados y tediosos. Y el cuarteto central mantiene una química simpática. Pero con una duración de poco más de setenta minutos, se siente tremendamente apurada. Para el final reconocemos los eventos de una historia, pero no que la hemos experimentado de verdad. Aunque Entra en mi vida puede ser un ejemplo de cómo encontrar soluciones creativas al problema de adaptar el mundo de las redes sociales al cine, el concepto termina jugando más en su contra que a su favor.


★★1/2


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