(Trap; M. Night Shyamalan, 2024)

M. Night Syamalan es director de cine pero también es padre y ha sido algo conmovedor ver cómo esto se manifiesta en sus películas. En años recientes, sus característicos cuentos de suspenso (con toques sobrenaturales) han adquirido una dimensión emocional adicional gracias a historias en las que las preocupaciones de los padres han estado al frente y al centro. En Viejos, una premisa fantástica sobre el envejecimiento acelerado le permite retratar a una pareja lidiando con el inevitable paso de sus hijos a la adultez. En Llaman a la puerta, una pareja gay es atormentada por la imposible decisión entre su fe, su unidad familia y la supervivencia de ellos mismos y su pequeña.

La trampa continúa esta tendencia. La película sigue a Cooper (Josh Hartnett), un asesino serial que acompaña a su hija adolescente Riley (Ariel Donoghue) al concierto de Lady Raven (Saleka Night Shyamalan), la estrella pop favorita de ella, solo para descubrir que el concierto mismo es una trampa diseñada para arrestarlo. Shyamalan vendió la idea como “El silencio de los inocentes en un concierto de Taylor Swift”, pero La trampa se sale un poco de esta fórmula y de la de otras películas preocupadas con los detectives encargados de atraparlo, al asumir el punto de vista de Cooper.

Este enfoque nos pone en una situación moral complicada como espectadores. La película pide que nos identifiquemos y hasta simpaticemos con alguien que sabemos que ha matado y que seguramente lo hará de nuevo. Pero es también, como las dos películas anteriores de Shyamalan, una metáfora curiosamente acertada sobre la experiencia y los dilemas de los padres. Cooper, claro, quiere eludir a la policía una vez más, pero también esconderle a Riley su lado criminal. Su tarea, como la de cualquier padre, es la de construir un espacio seguro para que su hija pueda vivir con relativa tranquilidad e inocencia. Hacerlo implica esconder sus propias preocupaciones, incluso cuando lo que lo preocupa es matar a otras personas.

La premisa misma estira la credibilidad. ¿Por qué un asesino serial tan preocupado con pasar desapercibido se expondría asistiendo a un evento tan concurrido y vigilado? Hay padres que harían todo por sus hijos y que atesoran la felicidad de ellos tanto como la propia. Shyamalan enriquece esta idea con detalles que hacen de la convivencia de padre e hija tan grata y convincente. Cooper disfruta de hacer los típicos chistes que avergüenzan a cualquier adolescente preocupado con la popularidad entre sus pares y la graba entusiasmado cuando ella se pone a bailar con otras asistentes al concierto.

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Cuando Lady Raven, en medio de una de sus canciones, habla sobre el perdón, Riley se conmueve a hacer lo mismo con las compañeras de la escuela que han sido malas con ella. Lady Raven, por todo su espectáculo, puede conectar de manera genuina con las emociones de estas adolescentes, y la película nunca duda ni intenta burlarse de la sinceridad de ellos. Cooper y Shyamalan entienden que esta es una experiencia formadora y catártica para Riley.

Pero, ¿cómo funciona La trampa como thriller? La premisa plantea varios obstáculos para Cooper pero también para Shyamalan. Así como su asesino está rodeado por la policía, él está delimitado en lo que puede hacer por el tiempo y el espacio. Cooper encuentra varios obstáculos que alargan la película y acrecientan el suspenso: en el concierto también está la madre (Marnie MacPhail) de una de las niñas que rechazan a Riley, quien lo interrumpe constantemente con su insistencia de que las niñas se reconcilien. Pero también encuentra oportunidades: Jamie (Jonathan Langdon), un vendedor de camisetas, le agarra confianza desde el principio y no requiere de mucha presión para compartirle lo que sabe de los planes de la policía.

Shyamalan no logra sostener esta única premisa por las casi dos horas que dura la película, aunque esto, en parte, se siente como un diseño deliberado. Más que quedarse sin ideas, su interés lo empuja en distintas direcciones. La clase de elegancia y limpieza que uno espera en un guion de suspenso, en el que cada elemento planteado desde el principio encuentra un eco satisfactorio cerca del final, no necesariamente opera aquí. Los primeros minutos, por ejemplo, introducen una trampilla de la que sale uno de los invitados de Lady Raven; nos deja la impresión de que jugará una parte importante de su escape en el final.

[spoilers menores]

En su lugar, Shyamalan prefiere divagar y llevarnos por lugares inesperados, fascinantes a su manera, aunque no siempre satisfactorios. En una curiosa inversión del giro de tuerca de Psicosis de Alfred Hitchcock, donde la fugitiva Marion Crane cede la batuta del protagonismo al asesino Norman Bates, La trampa eventualmente viene a centrarse en el punto de vista de Lady Raven. Es una decisión que se antoja arbitraria pero que tiene una curiosa lógica si se toma en cuenta que Saleka (quien también compone las canciones que interpreta en pantalla) es hija de Shyamalan. Una película sobre un padre dispuesto a todo por su hija se convierte, de manera inesperada, en un vehículo para la hija del director.

[fin de spoilers]

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Es probable que La trampa provoque más confusión que emoción. Sus muchos giros terminan distrayendo de lo más emotivo y perverso de la película: la relación entre Cooper y Riley. Hartnett, tanto tiempo ausente como estrella de Hollywood, es completamente encantador y bonachón. Claro, esto es parte de la muy estudiada pantalla con la que esconde sus tendencias asesinas, pero al verlo con Riley nunca dudamos que su cariño es sincero. Es parte de lo que lo hace tan inquietante. Puede ponerla a ella en una categoría diferente, su amor de padre nos impide tener sentimientos simples hacia él.

¿Una historia dispar necesariamente resulta en una mala película? Hay una frase que se le atribuye a Hitchcock y dice que para hacer una buena película se necesitan tres cosas: el guion, el guion y el guion. Por supuesto que muchas grandes películas cuentan con excelentes guiones, pero este enfoque obsesivo en el guion también resulta en muchas películas que, confiando en la mera solidez de su historia, se olvidan de lo que pueden hacer con la imagen y el sonido.

Es muy fácil ver una película de Shyamalan y quedarse solo con los diálogos tiesos, las cosas que no tienen sentido, e ignorar la técnica que hay detrás. La trampa emociona por la forma en que está hecha, incluso cuando la historia que nos cuenta flaquea. Los apretados primeros planos, con los personajes mirando directamente a la cámara (otra cosa que toma prestada de El silencio de los inocentes) añaden incomodidad y claustrofobia. Las elecciones que él y el director de fotografía Sayombhu Mukdeeprom (conocido por sus colaboraciones con Apichatpong Weerasethakul y Luca Guadagnino) toman en cuanto a lentes, iluminación y uso de celuloide, le dan tanto poder y suspenso a los rostros de los personajes. La trampa demuestra de nuevo que Shyamalan construye sus películas momento a momento con gracia y experiencia y contiene placeres que no encontramos en muchas películas actuales.


★★★


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