(Pipe Ybarra, 2024)
La premisa de El candidato honesto es todo menos original, pero verla aplicada al mundo de la política mexicana basta para despertar la curiosidad. Ya hemos visto a un mentiroso profesional que es hechizado para decir solamente la verdad en Mentiroso, mentiroso, una de las comedias familiares que hizo la carrera de Jim Carrey en los noventa. Cámbiese a Jim Carrey por Adrián Uribe y al protagonista de un abogado por un candidato a la presidencia de México y uno tiene una idea bastante clara de qué trata la película.
Ningún país opina que su clase política es particularmente honesta, por lo que la historia de El candidato honesto podría situarse en cualquier parte del mundo (y lo ha hecho previamente, es técnicamente un remake de una película brasileña de 2014). Pero viviendo en México uno se queda con la impresión de que la nuestra está por encima del promedio en lo que a transa y corrupción se refiere y la película apela astutamente a esa frustración y enfado que la población en general experimentamos hacia los políticos. Hay algo pertinente sobre ella–aunque habría sido más pertinente a inicios del año, con las campañas presidenciales todavía en curso y no ahora que finalmente se estrenó, más de dos meses después de las elecciones.
Uribe interpreta a Tona, un político a punto de ser votado para convertirse en el próximo presidente de México. Criado en la pobreza, Tona pasó de vender dulces en la calle a chofer de un camión de pasajeros, después a sindicalista y finalmente a fundador de su propio partido político, el cual lo ha candidateado para la silla presidencial. El claro favorito en las encuestas, Tona ve pocos obstáculos en su horizonte hasta que una llamada de emergencia lo llama de vuelta a su natal Catemaco, Veracruz. Su abuela Toña (Luisa Huerta) está gravemente enferma y a punto de fallecer. En su lecho de muerte, ella tiene una última petición para Tona: que deje de decir mentiras. Tona, involucrado en un escándalo de corrupción, no puede complacerla, por lo que ella lo hace obedecer con un embrujo. Cuando Tona, sin querer, termina diciéndole a su lamebotas coordinador de campaña Uruchurtu (Daniel Tovar), lo que realmente opina de él, Tona se da cuenta de que el embrujo se ha hecho realidad.

Es tentador buscar paralelos entre el mundo de El candidato honesto y la realidad mexicana actual. El que la gente se refiera a Tona como un populista sugiere al saliente presidente Andrés Manuel López Obrador. Lo mismo con su viudez (se nos dice la primera esposa de Tona y compañera de causas falleció tiempo antes), aunque esto es un paralelo que comparte también con su predecesor, Enrique Peña Nieto e igualmente puede ser un detalle prestado de la película original para mejor articular la forma en que el protagonista ha perdido su camino. La rival de Tona, mostrada en algún momento montando una bicicleta, puede o no ser una alusión a Xóchitl Gálvez, la candidata que perdió las últimas elecciones presidenciales. Quizá la película quiere burlarse de todos ellos, quizá no quiere burlarse de ninguno de ellos en particular.
El candidato honesto tiene elementos de sátira. La observación de que los empresarios más ricos manipulan la democracia mexicana poniendo su dinero detrás de ciertos políticos basta para hacerla más perceptiva que ¡Que viva México!, la última película de Luis Estrada, aunque hay mucha ingenuidad en la subtrama de Diana (Teresa Ruiz), una periodista que, a pesar de los escándalos (y sin señal de recibir “chayote”), sigue defendiendo en la bondad fundamental de Tona.
No obstante, sería igualmente injusto juzgar a El candidato honesto como una sátira porque esas no son sus aspiraciones. Está diseñada para hacer reír apelando al conocimiento popular de que los políticos mienten y reconfortar con un recordatorio del poder de la familia, aspiraciones parecidas a las de Mentiroso, mentiroso. Debajo de los chistes, el tono es meloso y sentimental. Esperamos la redención de Tona desde que se nos dice que alguna vez tuvo principios–es lindo cuando el clímax encuentra una excusa para regresarlo a sus raíces como chofer en la esperada carrera contra el tiempo.
Pero aún con estas metas, El candidato honesto se queda lejos de lo que puede ser. Uribe es un protagonista simpático porque se compromete a la absurdidad de la película y al cinismo de Tona–como cuando estira sus palabras para no terminar de comprometerse a la petición de su abuela (hay algo oscuro en este momento, como si Tona estuviera esperando a que se muera, justo en esos instantes, solo para librarse de un momento incómodo). La película tiene un único chiste, pero ese único chiste funciona cuando Uribe puede entregarlo con espontaneidad, cuando tiene que responder y luchar contra ese impulso a abrir la boca, o cuando ésta se le adelanta a su cerebro y él se da cuenta de que acaba de meter la pata. Es menos gracioso cuando la película lo pone a hacer comentarios incendiarios sin razón o consecuencia.

Hay otros toques divertidos, como una escena de créditos finales que adopta los diseños de los cartones políticos, o un montaje al inicio en el que Tona hace promesas incongruentes a distintos grupos. En una animada síntesis de su oportunismo y falta de vergüenza, lo vemos poner primero a pobres y a empresarios, a la comunidad LGBTQ y a defensores de la “familia tradicional” (su encuentro con la comunidad LGBTQ contiene un cameo de la celebridad trans Wendy Guevara, en un completo desperdicio del carisma que ha mostrado en sus videos virales o redes sociales). Y prepárense para que “Tona, Tona, no te abandona,” el coro de su cumbia de campaña, se quede en sus cabezas horas después de haber visto la película.
Pero unos pocos buenos chistes no bastan para sostener una comedia y la mayoría de El candidato honesto transcurre muy necesitada de ellos. El guion, de Charlie “El Huevo” Barrientos y Pablo Emiliano de la Rosa plantea situaciones divertidas pero pocas veces hace algo con ellas. A la película le falta cierto caos, la sensación de que algo está en riesgo o que su trama se complica y enreda por las cosas que su protagonista hace o que aparecen en su camino. La premisa se agota rápido cuando Tona dice una verdad incómoda solo para que todo regrese rápidamente a la normalidad.
La familia de Tona es una oportunidad desaprovechada para inyectarle esa actividad, de la misma forma en que Mentiroso, mentiroso jugó con el equilibrio entre la carrera y la vida personal para inyectarle tensión a su trama. Están su nueva esposa Bella (Mariana Seoane), una arribista que se casó con él para cumplir su propio sueño de ser primera dama; su hija adolescente Vale (Paola Ramones), una feminista desencantada por sus constantes mentiras; y su hijo menor Oliver (Leonardo Herrera), quien aprende del ejemplo de Tona con demasiada facilidad. Todos tienen momentos que apuntan por las risas o los sentimientos, pero se sienten desconectados del resto de la trama; desaparecen tan pronto como aparecen.
El final de El candidato honesto tiene una vaga nota de amargura. La redención de Tona le ayuda a recuperar a su familia y al compañero sindicalista que traicionó hace tiempo, pero la política mexicana sigue capturada por personas más avariciosas y con menos escrúpulos que él. Pero es un gesto vacío. La película no necesitaba ser más cínica, pero sí más frenética, más absurda, para ser algo verdaderamente especial. Hasta la bobería tiene su arte, y éste se encuentra mayormente ausente aquí.
★★
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