(Edgar San Juan, 2024)
En la premisa de Casi el paraíso hay una divertida observación. En la película, un joven estafador se hace pasar por el conde Ugo Conti (Andrea Arcangeli) para acercarse a una familia de la política mexicana y hacerse de su dinero y poder. Si la estafa funciona no es solo por los méritos del estafador sino porque sus víctimas quieren creerla. México, o por lo menos una minoría particularmente poderosa de México, siempre ha sentido afín a Europa y a su nobleza: desde el partido conservador que trajo a Maximiliano de Habsburgo de Austria, a la fascinación de Porfirio Díaz con Francia, al reciente furor porque no se invitó al rey de España a la inauguración de la presidenta Claudia Sheinbaum. Casi el paraíso nos dice que cualquier persona suficientemente blanca y refinada puede venir a nuestro país y recibir un trato digno de la realeza.
La otra cara de esta observación está en su retrato de la clase política mexicana. Alonso Rondia (Miguel Rodarte), el secretario arribista que busca la gubernatura del estado de Oaxaca y cabeza de la familia que Ugo trata de embaucar, piensa que puede sacarle provecho a una alianza con un noble europeo. Y hay más de lo que se ve en la superficie de Frida (Esmeralda Pimentel), encargada de la agenda y los asuntos personales de Alonso, quien además tiene un pasado con el presunto conde Ugo y un interés personal en un área protegida que el político quiere convertir en un resort de lujo. La idea, de nuevo, es clara: incluso un criminal hábil y confiado es poca cosa comparado con las marañas de corrupción de la política mexicana.
Tenemos aquí una historia con muchas piezas móviles, que se presta para una caótica y enredada pelea donde es todos contra todos. Hay alianzas y reconciliaciones, pero cada jugador busca finalmente sus propios intereses. En lo que a tono se refiere, una historia como ésta se puede desarrollar de por lo menos dos formas. Uno de sus personajes, de hecho, las articula en la misma frase. Francesco de Astis (Maurizio Lombardi), el criminal que actúa como mentor de Ugo, le enseña que “la farsa debe ser perfecta para que no se convierta en tragedia”.
Casi el paraíso puede entonces tomarse con mucha seriedad o con muy poca. La balanza se inclina inicialmente hacia lo primero, con una escena en claroscuros que nos muestra cómo una prostituta italiana manda a su hijo a la calle mientras recibe a un cliente. Estos, pronto aprendemos, son los orígenes humildes y melodramáticos del conde. Más adelante, la película cortará constantemente a flashbacks que continúan este hilo, socavando su lado más ligero. El retrato de una vida de durezas trata de convertir al conde en una figura complicada y simpática. No se trata de un timador carismático y frívolo, sino de un joven determinado y pragmático que trata de trascender unas circunstancias trágicas.
Pero hay elementos que sugieren una película menos seria. Ugo llega a la familia Rondia a través de su hija Teresa (Karol Sevilla), una joven influencer obsesionada con su propia popularidad. Es un personaje delineado de manera tan burda, e interpretado de manera tan caricaturesca, que solo tiene sentido en una versión más absurda de la misma historia.

Pero aquí la película se tropieza con su misma estructura. Su salto constante entre presente y pasado, que parece querer emular a El padrino parte II, interrumpen su ritmo y propulsión y la hacen sentir más pesada de lo que su material amerita. Cuando la trama empieza a arrancar, se detiene en una prolongada secuencia que solo sirve para transmitir pedazos de información más o menos relevante. Chistes, como uno que involucra unas carísimas copas que pertenecían al zar ruso Nicolás II, provocan más confusión que risas, porque se parecen tan poco al resto de la película.
Casi el paraíso tiene elementos de una superproducción y efectivamente hay valores de producción que eclipsan a los de otras películas mexicanas recientes, incluso aquellas con las estrellas más conocidas y que tienden a saturar las salas de cine. Hay yates en la costa de Acapulco, mansiones y románticas locaciones italianas. La película da la impresión de haber costado mucho, mas nunca luce verdaderamente cara. Esto sería un problema menor si la opulencia no fuera central a la historia. Se siente pequeña en escala (pero tampoco verdaderamente íntima), nunca como el juego de poder a escala nacional que se nos dice que es.
No es un problema de recursos tanto como de ingenio cinematográfico. Duele mencionarlo como un ejemplo positivo, pero en ¡Que viva México!, el astuto uso de composiciones profundas y lentes angulares hacían que un pequeño pueblo en medio de la nada cobrara una historia y bullicio que aquí se extraña. Incluso en una presuntamente excesiva fiesta en casa de los Rondia, Casi el paraíso se siente limitada. Los sets lucen pulidos y están iluminados con elegancia, pero nunca tan son espectaculares o decadentes como la historia lo demanda.
Ojos atentos notarán también el uso de imágenes generadas por inteligencia artificial para poblar los perfiles de redes sociales del conde y de Teresa. Haciendo a un lado los problemas éticos y ambientales con la inteligencia artificial generativa, su uso solo contribuye a que la película se sienta más barata de lo que es. Si la intención de una superproducción es en parte deslumbrar con lo que se puede poner en pantalla, ¿por qué llenarla, aunque sea por unos instantes, con imágenes sin alma que cualquiera con una computadora puede hacer? A menos que el punto sea que la inteligencia artificial generativa, como el conde Ugo Conti, es una estafa, no hay lógica creativa para esta decisión.
Problemas como éste no bastan para descarrilar una película, pero solo agrían mis sentimientos hacia la ejecución de sus ideas prometedoras–me quedo con ganas de leer el libro de Luis Spota en que se basa, pero no de volver a verla. Sea como drama o como comedia, Casi el paraíso nunca pasa suficiente tiempo desarrollando a sus personajes como para volverlos verdaderamente graciosos o entrañables. Se queda como un recuento bastante plano y telenovelesco de sus propios eventos, sostenida no por sus ideas o el carisma de sus personajes, sino por sus constantes giros en la trama. La farsa se convierte en la tragedia de una película que pudo ser mucho mejor.
★★
Éste artículo, como el resto del archivo de Pegado a la butaca, llega a ti de manera gratuita. Si te interesa apoyar esta labor de crítica de cine independiente, te invito a realizar una donación a través de Ko-fi, a partir de 1 USD, o a compartirle esta publicación a alguien que creas que le puede gustar. ¡Gracias!