(Ana Cristina Barragán, 2024)
En una isla alejada de la costa de Ecuador vive una familia. Una madre y sus tres hijos adolescentes, dos mujeres y un varón, o por lo menos esa es la relación que podemos inferir. Ellos son los personajes principales de La piel pulpo el segundo largometraje de Ana Cristina Barragán, una película que explica poco. ¿A qué se dedica la madre? ¿Siempre vivieron ahí o llegaron de otra parte en algún momento? Éstas son preguntas que se quedarán sin respuesta. Los diálogos son mínimos. Cobran mayor presencia los abrazos, los juegos y las caricias. La familia se comunica más con el tacto y con la mirada que con las palabras. La película apunta entonces a algo preconsciente. La historia pasa a segundo plano, las sensaciones imperan–el título como tal nunca se explica, pero parece aludir a las anémonas y moluscos que se congregan y forman en la costa de la isla; es una textura más que un simbolismo.
La experiencia de verla de alguna manera refleja la de sus personajes, particularmente la de Iris (Isadora Chávez) y Ariel (Juan Francisco Vinueza), los hijos con los que pasamos más tiempo. La primera es una muchacha de tez morena y cabello ondulado, el segundo un muchacho de tez clara y cabello lacio. A través de sus interacciones, con el paisaje de la isla y con su familia, percibimos que esto es todo lo que conocen y han conocido. Su casa tiene pocas amenidades: una televisión donde pueden ver un par de videos que parecen saberse de memoria. Conviven con los animales, con la arena y con el mar con una absoluta familiaridad, como si éstos fueran una extensión de ellos. A veces la curiosidad los lleva a los rastros de un mundo más allá. Escarban la basura que llega con la marea o se deleitan con las luces y fuegos artificiales de un crucero que pasa cercano a ellos. Pero ésta nunca los lleva demasiado lejos, no por sus propios medios.
¿Es esta existencia sostenible? Los niños están empezando a crecer, a reconocer su situación y tener deseos propios. Tienen recuerdos de tiempos pasados. La madre (Cristina Marchán) tiene comportamientos erráticos. Sus miradas son severas, como queriendo castigar la más mínima desviación de la norma. Una noche ella pone música y los cuatro bailan abrazados. Al día siguiente, Iris y Ariel comentan con sorpresa que ella se portó muy cariñosa, como era antes. Entrados en la adolescencia, Iris, Ariel y Lia (Hazel Powell) empiezan a experimentar deseo sexual–en un momento los vemos a él masturbándose y a ellas frotándose en un sofá; no es una escena explícita, pero tampoco queda duda de lo que sucede.

Dicha burbuja está destinada a reventar y lo hace de forma dramática. Cuando a la isla llega Juan (Santiago González), un muchacho con más o menos la misma edad de los tres, es como si se hubiera materializado de la nada: un momento Iris habla con sus muñecos de papel pero es él quien responde, sorprendiéndola. Es gracias a él y a su lancha que Iris y Ariel pueden ir a la ciudad por primera vez en sus vidas. Lo urbano contra lo rural es un conflicto que brota naturalmente de esta situación, pero la película no lo trata como tal. Iris y Ariel se dejan de intimidar rápidamente por este nuevo mundo. Su exploración de una plaza pública y un centro comercial es una extensión de sus juegos en la isla. Son como astronautas descubriendo un planeta extraño, pero lo adoptan con tanta confianza que sentimos que les pertenece.
Una de las ideas que corre a lo largo de La piel pulpo es la de la naturaleza contra la crianza, la forma en que nuestro entorno y socialización moldea cómo nos comportamos y pensamos en nosotros mismos. Iris, Ariel y Lia experimentan muchas de las emociones típicas de la adolescencia. En sus miradas y acciones podemos leer envidia, soledad, tristeza y alegría, pero las viven de maneras que nos parecen totalmente extrañas. Nótese, por ejemplo, una escena en que Iris conoce a un muchacho en una discoteca. Ambos ansían el contacto físico, pero Iris lo procesa a través de los juegos con sus hermanos entonces se comporta más íntima, vulnerable y abierta a la exploración, por lo que el muchacho termina confundido y la experiencia en una decepción.
La película alterna entre las vidas de sus personajes e imágenes de criaturas de mar, muchas veces reducidas a formas abstractas. No se sienten entonces como entes separados sino como una extensión del mismo entorno y de sus experiencias. La piel pulpo no trata de compararlos con animales sino más bien mostrar que quizá están más sintonizados con ese lado animal que tenemos todos los humanos.
El guion imagina a un trío que experimenta el mundo de una manera tan diferente y única y la película a su alrededor trata de idear un lenguaje para transmitirlo. Los sentimientos y sensaciones se experimentan con inmediatez, no se hacen muchas preguntas, entonces la película tampoco parece hacerse muchas preguntas sobre sus circunstancias. Fluye con una soltura improvisada, como armada de ejercicios actorales guiados por instintos. Sus transiciones y elipsis no siempre son claras por lo que queda en nosotros llenar los huecos. Es como si una narrativa más clara encajonara demasiado a sus personajes. La piel pulpo honra ese caos y trata de transmitirnos esa experiencia. Es una película en constante búsqueda, cuyo principal tema parece ser el proceso de descubrirse a sí misma.
★★★1/2
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