(Anaïs Pareto Onghena, 2024)
La madre abnegada, aquella que se desvive y lo da todo por sus hijos, debe de ser una de las imágenes más recurrentes del cine. Aun así, no es raro encontrar películas que la maticen ofreciendo una mirada fresca y novedosa. Santa Bárbara de Anaïs Pareto Onghena puede contarse dentro de ellas. Si bien desde su título alude al sacrificio y sufrimiento que pone a la figura de la madre en un pedestal, la película es en general un retrato más rico y compasivo de una mujer, su vida y sus deseos.
Bárbara (Anabel Castañón) es una mujer boliviana que lleva años viviendo en Barcelona. Se dedica a la limpieza de casas y tiendas, pero fuera de su trabajo tiene una vida social activa. La conocemos bailando con su novia Mirabel (Ilona Muñoz Rizzo), con la que además juega futbol en sus tiempos libres. Su equipo ofrece un círculo social y lugar seguro más expandido, compuesto por otras migrantes–la entrenadora es interpretada por la actriz mexicana Mercedes Hernández; en grupo bromean que, si las regresaran a sus países de origen, Mirabel sería la única que quedaría en el equipo. La primera parte de la película, que salta entre el trabajo y la vida social de Bárbara, nos acostumbra a los ritmos de su rutina.
De vuelta en Bolivia, Bárbara tiene dos hijos que están al cuidado de la madre de ella. El más grande de los dos, un adolescente llamado Ulises (Alberto Silva), se ha metido en problemas, por lo que Bárbara lo trae a Barcelona para que viva con ella. Bárbara reacomoda su vida para encargarse de él: le hace un espacio en su apartamento y, preocupada por su potencial reacción al ver a su madre en una relación lésbica, deja de verse con Mirabel.
Toma tiempo para que madre e hijo se adapten a vivir juntos. No es que ella no lo quiera en su nueva vida ni que él sea un adolescente particularmente problemático–todo lo contrario, Ulises es del tipo callado y pasivo. Nos podemos identificar con las reacciones y motivos de ambos. Ella hace un esfuerzo sincero por reconectar, pero ha estado separada de él por tanto tiempo que no encuentra la forma correcta. Sus intentos por ganarse su simpatía (lo invita a jugar en los columpios o le habla con nombres de cariño) son más apropiados para un niño más pequeño; el Ulises que ella dejó, no el que es ahora. Y él, que ha tenido que valerse sin ella por años, resiente la repentina insistencia de ella en moldear su vida.

La película nos dice poco sobre el pasado de Bárbara, concentrándose en su lugar en las ocurrencias de su vida actual. Su única conexión con su país de origen son las llamadas por teléfono que tiene con su madre. Empezamos a preguntarnos por su pasado. ¿Cuánto tiempo lleva Bárbara en Barcelona? ¿Por qué prefiere romper con Maribel que explicarle su relación a Ulises? El padre de él tampoco figura, otra interrogante. Quizá Bárbara se fue a España, no solo por motivos económicos, pero también escapando rechazo y discriminación. Al no darnos una explicación definitiva, la película permite que Bárbara se convierta en un personaje más rico en nuestra imaginación.
Santa Bárbara tampoco nos da escenas convencionales, sino momentos observados de la vida de ella, montados con simpleza y elegancia. La acción se tiende a presentar en planos generales, jugando con los espacios vacíos en la pantalla y colocando a los actores de maneras que refuerzan el drama de cada momento. Cuando la compañera de cuarto de Bárbara, Perla (Miriel Cejas) llega con una cita casual, la cámara nos muestra a Bárbara en el frente (dándoles la espalda, pero alerta a todo), a Ulises a un lado respondiendo a la normalidad de la situación, a Perla y su pareja del otro, todo en un mismo plano. Es una construcción ingeniosa y dinámica. Los primeros planos se utilizan de manera limitada, dando preferencia a momentos de interacción humana, en lugar de explotar el rostro humano de manera melodramática.
De manera más general, el estilo de la película nos introduce a la soledad de Bárbara. Incluso cuando la vemos rodeada de amigas no nos permite olvidar que está en una ciudad que le es extraña, lejos y desconectada de sus raíces y de las personas que dependen de ella–en las llamadas nunca veamos el lado de la madre, ni escuchemos su voz, lo que contribuye a esta distancia. Esta soledad puede jugar de manera perversa con la mente de una persona. En cierta forma, Santa Bárbara es una película sobre cómo los conflictos de su protagonista no son tan graves como ella se los imagina. En una ocasión, vemos a Ulises usar un insulto homofóbico para referirse a Perla, cuando Bárbara lo corrige él no lo resiente, señal de que no es tan conservador o intolerante como Bárbara quizá pensaba.
La película encuentra algo especial en esto, y el conflicto central de su protagonista se tiñe con esa dificultad de aceptarnos cómo somos y dejarnos querer por otras personas. Las dificultades que Bárbara encuentra bastan para convertirla en un personaje simpático a quien deseamos que le vaya bien, pero nunca son llevadas a extremos manipuladores. Vemos a Bárbara lidiar con problemas de dinero, pero la película no se deleita con su miseria. Incluso cuando ser madre implica sacrificios, no significa dejar de ser quien una es.
★★★1/2
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