(Dahomey; Mati Diop, 2024)

Se dice que todos los documentales tienen algo de ficción. Que cuando la realidad es capturada por una cámara y combinada con otras imágenes en la sala de edición deja de ser realidad para convertirse en un producto de la creatividad y la imaginación de sus realizadores. Algunos documentales son un poco más transparentes con este acto. En el caso de Dahomey, el nuevo documental de la directora senegalesa Mati Diop, el acto de imaginación es evidente.

La película sigue a 26 piezas arqueológicas que, durante la colonia francesa, fueron llevadas forzosamente del histórico reino africano de Dahomey y que siglos después son finalmente regresadas a su territorio original, ahora en el país de Benín. La mirada detallada a cómo las piezas son guardadas en un museo de París para ser transportadas a la ciudad de Abomey (la vieja capital del reino), y finalmente exhibidas en un museo nacional, es acompañada por la voz de un curioso narrador. Una de las piezas, que ha recibido el nombre de 26, nos habla, en el lenguaje nativo fon, de su historia, pero también de los sentimientos provocados por la dolorosa experiencia de ser arrebatado de su lugar de origen.

La desconexión es palpable. La primerísima imagen de Dahomey nos sugiere las calles de París a través de un puesto que vende figuras iluminadas de la Torre Eiffel, juguetes para los turistas (un apropiado contrapunto para una película que a lo largo de su duración nos hablará del poder y la personalidad que pueden tener los objetos). Una vez en Benín, ésta no cesa. En las imágenes de la ciudad destacan periódicos en francés y un palacio presidencial con todos los clichés de la arquitectura moderna: formas simples y rectas y amplios ventanales de vidrio. La pieza se ha acercado a sus coordenadas geográficas originales, pero éste ha sido transformado de manera irreversible por su historia colonial, su independencia y sus intentos de estabilidad nacional.

Es solo en Abomey, en la voz de un curador local, que podemos empezar a tener una pista de la verdadera identidad de nuestro narrador y de la forma original de su hogar. El curador nos habla de estatuas de reyes: Glele y Béhanzin. De un reino expansionista y esclavizador que en algún punto intentó hacer la guerra contra los invasores franceses. Pero estos hechos permanecen distantes, su realidad y materialidad perceptible solo a través de los rostros abstractos tallados en las estatuas.

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Una parte posterior de la película nos muestra un debate alrededor de lo que acaba de pasar. Para algunos, el regreso de las piezas es un hecho histórico que debe celebrarse; una oportunidad para reconectar con sus raíces y darle un nuevo significado a piezas que previamente solo eran accesibles a un público occidental. Otros son más escépticos. Cuestionan el que solo hayan regresado 26 piezas cuando miles siguen fuera de Benín, e interpretan el gesto como un intento de Francia por quedar bien y recuperar influencia en África. Ponen en tela de juicio la misma institución de los museos y cómo exhibirlas en uno, aun uno en Abomey, les roba su significado y sentido original como el centro de rituales de adoración.

Diop no se inclina por un punto de visto u otro. Da espacio a que distintas voces aireen sus inquietudes y celebraciones. El que no llegue a un punto es más o menos el punto. Dahomey se apoya menos en argumentos que en las sensaciones provocadas por la música y las imágenes; más que convencernos, busca construir una atmósfera que transmita la ausencia y la desorientación de algo que se ha perdido por mucho tiempo.

En el último segmento del documental, Diop regresa a imágenes más o menos familiares, las costas del Atlántico africano y locales de música y baile que facilitan un trance moderno. Como en su primer largometraje de ficción, Atlantics, las ansiedades del presente se fusionan con los fantasmas del pasado. Las piezas pueden ser ajenas a la gente del Benín actual–vale la pena señalar que el país contiene mucho más que el territorio histórico de Dahomey y el grupo étnico fon, consecuencia de las fronteras trazadas durante la colonia–pero su destino es el mismo, el de compartir un turbulento presente armado de los retazos de su historia. Incluso como artefactos históricos, continúan moldeando el día a día a través del sentido de pertenencia e identidad que las personas derivan de ellas.

Dahomey puede carecer de potencia emocional y argumentativa, así como de alcance. Esto, no obstante, se siente menos como una falla que como un gesto de humildad. Un reconocimiento de que las ideas que plantea son demasiado complicadas para resolver en el tiempo que nos concede (dura apenas poco más de una hora). Dahomey cumple su propósito porque pone muchas preguntas sobre la mesa y no pretende responderlas; porque inspira curiosidad en lugar de la satisfacción de que hemos aprendido todo lo que hay que saber. Como el evento que retrata, es mejor entendida como un punto de partida que como la palabra final.


★★★1/2


Dahomey está disponible en streaming vía Mubi.


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