(Anora; Sean Baker, 2025)

El director Sean Baker lleva ya varios años hacienda películas sobre el trabajo sexual, tanto que se puede decir que es el tema central de su filmografía. Su película más reciente, Anora, no es la excepción y paradójicamente puede ser su película más arriesgada, así como su más comercial. En ella, Baker trata de mezclar una mirada realista a personajes prejuiciados por la sociedad con los tropos de la comedia romántica e incluso los cuentos de hadas. La combinación no es del todo sin precedentes, la ilusión y la fantasía han sido parte de la historia de su último par de películas. En El proyecto Florida, un grupo de niños crece en un motel de mala muerte con vista directa a los parques temáticos de Disney. En Red Rocket, un actor de porno trata de seducir a una jovencita con promesas de estrellato en la industria.

Anora, que por lo menos en su primera parte se asemeja a una historia de amor, puede ser la película que más explícitamente trata de casar estas contradicciones. Mikey Madison interpreta a Ani (Anora es su nombre real, pero no le gusta), una stripper en un lujoso club de Nueva York. Un día típico para ella consiste en acercarse con los clientes, platicar con ellos y convencerlos de que gasten en bailes privados. Hacerlo involucra su propio nivel de fantasía e ilusión: fingir interés, intimidad y compañía para lo que finalmente es una transacción monetaria. Entre turnos, mientras ella y sus compañeras se cambian o fuman, se quejan de los clientes que se comportan de manera extrañan y que pueden presentar cierto peligro, pero Anora termina presentando el ambiente como un trabajo más, con sus respectivos altos y bajos.

Un día, el club es visitado por Vanya (Mark Eidelstein), el hijo de un oligarca ruso, quien llega pregunta por una chica que hable ruso. Ani cumple con ese requisito y Vanya pronto desarrolla un interés especial en ella. Vanya la invita a la mansión de sus padres para que tenga relaciones sexuales con él, a una fiesta de año nuevo y le pide que sea su novia. Claro, siempre con dinero de por medio. El intercambio de dinero, claro está, sugiere una dinámica de poder: Vanya paga y Ani debe obedecer. La realidad, no obstante, parece un poco más complicada.

A medida que pasan más tiempo juntos, los dos desarrollan un intercambio simpático. Ani responde con ternura a la personalidad infantil de Vanya. Cuando él le pide matrimonio durante un viaje a Las Vegas, ella acepta. Aquí es lógico preguntarse: ¿a Ani le gusta Vanya de verdad? ¿o solo lo ve como un escape de su vida, no necesariamente miserable pero sí modesta? La respuesta parece encontrarse en algún punto medio. El principal atractivo de Vanya es su dinero, pero el muchacho parece respetuoso y estar loco por ella. La primera parte de Anora nos deja tratando de descifrar los motivos de Ani.

En la superficie, se ve como un cuento de hadas. En su despedida de sus compañeras del club, Ani se deja comparar con Cenicienta. La intoxicante canción pop que suena en los créditos de apertura, mostrando las rutinas de las bailarinas, se repite en un tono más sincero mientras Ani y Vanya celebran en las calles de Las Vegas. De vuelta en Nueva York, con los dos la terraza de la mansión, la cámara se eleva como lo haría durante el final de una comedia romántica.

Hay un problema: los padres de Vanya se han enterado del matrimonio y están horrorizados. Envían a Toros (Karren Karagulian), el padrino de Vanya, y sus dos secuaces Igor (Yura Borisov) y Garnick (Vache Tovmasyan), para obligarlos anular el matrimonio. Cuando Vanya escapa, la película se convierte en una prolongada y frenética búsqueda por las calles de Nueva York. Toros, Igor y Garnick son personajes entretenidos e Igor en particular le brinda a la película una calidez que se revela gradualmente. Sus intercambios con Anora, quien resiente el tener que acompañarlos de arriba para abajo, contienen varios momentos divertidos. No obstante, su introducción también marca el punto en que la película se torna un tanto incómoda y no necesariamente más compleja.

Como la película los plantea, los tres son básicamente inofensivos: no representan ningún peligro real para Ani (más allá de que quieren terminar con su matrimonio). Pero hay un momento en que me parece que a la película se le pasa la mano. Después del escape de Vanya, mientras trata de tranquilizar a Ani, Igor la somete y ata sus manos con un cable de teléfono. Los gritos de Ani se vuelven desesperados en lugar de desafiantes, sugiriendo un miedo creíble de violencia sexual, cosa que atenta contra el tono ligero que esta sección de la película trata de construir. Es una forma efectiva de mostrarnos los miedos con los que Ani lidia en su trabajo, sin tener que mostrarla explícitamente en una situación de peligro, pero el momento es presentado como un chiste y aterriza estrepitosamente.

En otras partes, Anora encuentra con más éxito ese equilibrio entre realismo y comedia. Baker y el cinefotógrafo Drew Daniels dan preferencia a la cámara en mano y a los lentes zoom, dándole el sabor de una película de los setenta y como capturando la acción en tiempo real en lugar de inventarla. El montaje, a cargo del mismo Baker, mantiene la energía, uniendo escenas y momentos con chistes (Ani rechaza la bufanda que Igor y Garnick usaron para amordazarla, en el siguiente plano se las pide para cubrirse del frío). Los papeles secundarios alternan entre excéntricos personajes de fondo y arquetipos reconocibles interpretados con energía y personalidad–Diamond (Lindsey Normington), es planteada desde temprano como la rival de Ani y nunca se sale de esa nota; Galina (Darya Ekamasova), la madre de Vanya, bien podría ser una villana de Disney como la reina de Blancanieves.

Claro, la película finalmente le pertenece a Madison, cuya actuación está llena de carisma y determinación, pero también el quieto y gradual descubrimiento de sentimientos más complejos. La película no alcanza la sensibilidad de las mejores películas de Baker, pero está lejos de la explotación y moralismo de muchas películas que retratan el trabajo sexual. Su premisa le exige un tono delicado que, con unas pequeñas excepciones, acierta. El final contiene una tierna y vulnerable ambigüedad, que ahonda en el dolor de su protagonista sin arrebatarle dignidad o hacerla objeto de sermones.


★★★1/2


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