(Isaac Cherem, 2025)

Podría describir Déjame estar contigo para hacerla sonar como la cosa más manipuladora. Después de todo, se trata de un romance juvenil entre un deportado y una enferma terminal que además pertenecen a clases sociales diferentes. No obstante, como Leona, la película anterior de su director Isaac Cherem (otra historia de un romance imposible, en aquel caso entre una mujer judía y un muchacho ajeno a su comunidad), tiene un tono delicado y cálido que le ayuda a trascender sus elementos más trillados. Déjame estar contigo funciona porque, a pesar de una apretada duración de apenas ochenta minutos, se desarrolla con paciencia y atención a las vidas de sus personajes. La película no evita ni reinventa los clichés, pero tampoco tiene prisa por tacharlos de su lista. Encuentra que éstos pueden ser encantadores y no odiosos, siempre y cuando estén en las dosis adecuadas.

La historia empieza con Bruno (Aksel Gómez), un muchacho de dieciocho años que acaba de ser deportado de Estados Unidos. Aunque nacido en México, Bruno creció toda su vida del otro lado. Toda su familia está allá y en México no conoce a nadie. Las cosas, no obstante, podrían estar peor. En Ciudad de México, Bruno encuentra un albergue que lo puede hospedar por una semana, mientras que su inglés nativo le permite conseguir un trabajo vendiendo pólizas de seguro en un call center.

Su primer día se compone de una serie de monótonas llamadas con gente que no tiene el menor interés de hablar con él. Con una excepción. Lucía (Andrea Sutton) es una muchacha de diecinueve años que sufre de una enfermedad incurable. Ella está sola y aburrida y, cuando Bruno llama, se rehúsa a colgar–él tampoco puede colgar, su supervisora ha sido muy enfática en que nunca debe de colgarle a un cliente potencial. Los dos terminan hablando toda la noche. Bruno y Lucía, en la gran tradición de los amantes de la ficción, pertenecen a mundos diferentes, aunque éstos se cruzan. Lucía es de Ciudad de México, pero la noche de la llamada está en Texas, recibiendo un tratamiento médico. La familia de Bruno vive en un pueblo de Texas, no lejos de donde ella está.

Una llamada telefónica no suena como una base sólida para una gran historia de amor, pero la película encuentra la forma para que una tenga sentido. La llamada fue algo azaroso y casual, un encuentro coincidente entre desconocidos, pero tanto Bruno como Lucía tienen razones para atesorarla y querer encontrarse de nuevo. Su soledad los une. Él está en una ciudad extraña, monstruosa, lejos de sus seres queridos. Ella ha estado en tratamientos constantes y, fuera de sus dos madres y una amiga a quien conocemos más adelante, nos da la impresión de no socializar mucho–ella le dice a Bruno que su tablet se llama Bertha y que ésta le guarda compañía, un detalle que suena a broma pero que oculta cierta verdad.

Cuando Lucía regresa a Ciudad de México, los dos por fin se conocen en persona. Se vuelven amigos cercanos, aunque no tarda en volverse obvio que los dos tienen sentimientos románticos que no están listos para confesar. La película los pone entonces en un par de situaciones trilladas. Bruno y Lucía tienen que pretender que son novios enfrente de la supervisora de él, más adelante los dos se distancian porque dicen que prefieren ser solo amigos. Quizá reconociendo que ya hemos visto estas situaciones en otras películas, el guion de Fernanda Eguiarte no ahonda mucho en ellas ni las lleva al ridículo extremo. En ambas ocasiones Bruno y Lucía se dejan llevar por las inseguridades características de su edad, pero nunca sacrifican su inteligencia o razón para mantener la trama en movimiento.

Déjame estar contigo transcurre en la Ciudad de México, quizá la locación más repetida en el cine mexicano, pero se esfuerza por hacerla sentir nueva a través de la experiencia de sus personajes. Lucía le enseña a Bruno a separar los innumerables sonidos que componen su ambiente y sentimos que, a través de los ojos de él, es como si ella la estuviera descubriendo de nuevo. Bruno, aunque lejos de su casa, puede sentir que este sitio lo recibe con aventura y posibilidad. La ciudad se siente cálida y real, más que una mera decoración.

La dirección de Cherem contribuye a esta impresión. Las escenas transcurren en pocos emplazamientos y cortes, respetando la intensidad de las emociones y el ritmo de la vida de Bruno y Lucía. La película no da la impresión de estarse aburriendo con su propia historia, salvo por unos pocos momentos. Hay imágenes que son presentadas como videos tomados por los mismos personajes y que, de alguna manera, contribuyen a la idea de que éstos se relacionan y forman recuerdos a través de la tecnología (una idea que resulta especialmente importante en su clímax), pero al ser verticales y temblorosas, chocan con la cuidada puesta en escena del resto de la película. Lo mismo ocurre cuando, como en el primer regaño que Bruno recibe en su trabajo, la cámara hace zooms constantes que, más que añadir al nerviosismo se convierten en una distracción.

Quizá son concesiones para que la película “funcione mejor” en cines comerciales, cosa que se ve también en su tratamiento del tema de la deportación. Déjame estar contigo, claro está, no es una mirada documental a la experiencia de los migrantes que son regresados contra su voluntad. Pero si la película no captura fielmente esta realidad, tampoco la trivializa. La tristeza y desesperación de Bruno son palpables a ratos, pero la película no se regodea en sus desgracias ni en las de Lucía. La película juega con nuestras emociones, como los grandes entretenimientos hacen, con cuidado y eficiencia (la forma en que el guion regresa a la instrucción de nunca colgar por teléfono es particularmente tierna y redonda), pero nunca con cinismo. El corazón de la película no está en las lágrimas que puede sacar al público (aunque si hay momentos que lo ameritan) sino en los momentos de alegría que viven sus dos encantadores protagonistas.


★★★1/2


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