(I Saw the TV Glow; Jane Schoenbrun, 2025)
Hoy en día se puede decir que el público cinematográfico está más o menos familiarizado con la existencia y la experiencia de las personas trans. Varias películas han centrado su narrativa en personas transgénero, han llamado atención a algunas de las problemáticas que les afligen como comunidad y recibido reconocimiento importante por ello. Habiendo dicho esto, muchas de ellas repiten los mismos prejuicios que dicen estar denunciando (como en el caso reciente de Emilia Pérez) o se resisten a incluir intérpretes trans (como en La chica danesa y El club de los desahuciados, donde actores cisgénero hicieron de mujeres trans), lo que sugiere que esta familiaridad sigue estando viciada y limitada.
Detrás de la cámara, las hermanas Lana y Lilly Wachowski son las únicas directoras trans que han recibido éxito masivo dentro del cine comercial, aunque esa distinción debe matizarse con el dato de que ellas hicieron sus películas más taquilleras antes de presentarse públicamente como mujeres transgénero. Su transición ha ayudado a que su obra más famosa, Matrix, ahora sea leída como una alegoría de la experiencia trans. Su protagonista, después de todo, es alguien que se rebela contra una realidad e identidad que le son impuestas desde fuera. Pero la ambigüedad de la metáfora ha permitido que la película también se lea como todo lo contrario: como una justificación para creencias machistas y conspiracionistas.
Hago este breve repaso para delinear el contexto en el que aparece Vi el brillo del televisor, la nueva película Jane Schoenbrun. Es, por supuesto, una película de une directore trans (Schoenbrun es de género no binario), aunque llamarla una película trans es, a primera vista, engañoso. La palabra nunca es mencionada dentro de ella y la narrativa nunca concluye definitivamente que alguno de sus personajes es transgénero. Schoenbrun, no obstante, ha sido abierte con que ésta está basada en su propia experiencia con la identidad de género y la película misma nos da múltiples pistas, algunas sutiles, otras un poco menos, para leerla como tal.

La historia inicia en el año de 1996, en un suburbio de Estados Unidos. Owen (Ian Foreman) es un chico preadolescente que no tiene amigos ni amigas hasta que conoce a Maddy Wilson (Jack Haven; la película fue hecha antes de que Haven, de género no binario también, adoptara ese nombre, por lo que en los créditos aparece como Brigette Lundy-Paine), una chica un par de años mayor. Owen la ve leyendo una guía de episodios de la serie de televisión Rosa opaco. Él reconoce el programa por comerciales, pero nunca lo ha visto porque lo pasan después de su hora de dormir. Maddy lo invita a ver un episodio en su casa y, aunque los dos apenas se hablan esa noche, es un momento de profunda conexión. Dos años después, Owen (de ahí en adelante interpretado por Justice Smith, quien da una interpretación frágil y vulnerable pero que milagrosamente nunca se vuelve patética) y Maddy continúan una amistad mediada totalmente por el programa. Brenda (Danielle Deadwyler) y Frank (Fred Durst), los controladores padres de Owen, siguen sin darle permiso de dormirse tarde, pero él puede verlo mediante cintas de video que Maddy graba de la televisión.
En lugar de una narrativa limpia y clara como la que proporciona el proceso de salir del closet, Vi el brillo del televisor opta por una cronología difusa, amorfa y una riqueza de sensaciones. Las luces de la calle mientras Owen se acuesta en el asiento trasero del auto de sus padres. La potente y melancólica canción que se escucha mientras él camina por el laberinto de su escuela para recoger la cinta más reciente de Maddy. Las manos de ella deslizándose por la espalda de él, mientras le hace un tatuaje que los habrá de vincular para siempre. Los números musicales en un sombrío bar. Maddy, ahora una adulta, recontando su historia mientras las constelaciones se proyectan a su alrededor. Éstos son los momentos que la película parece atesorar.
¿Cómo leer a Vi el brillo del televisor como una película sobre la experiencia trans? Hay detalles pequeños pero que se sienten deliberados. En una actividad escolar, Owen y sus compañeros entran a una especie de globo con el blanco, azul y rosa de la bandera trans. Más pertinente y central a la trama es que Isabel (Helena Howard) y Tara (Lindsey Jordan), las dos amigas que protagonizan Rosa opaco–un “programa para niñas”, insiste el papá de Owen–no tardan en identificarse como espejos de Owen y Maddy. La orientación sexual (que no debe confundirse con la identidad de género, pero igualmente se relaciona con cómo los dos se perciben a sí mismos) es discutida brevemente. Owen parece especialmente confundido. Cuando Maddy piensa que Owen le está coqueteando, ella aclara que solo le gustan las chicas. Owen no sabe si le gustan las chicas o los chicos, solo los programas de televisión.

A medida que Owen y Maddy crecen y sus vidas se vuelven más turbulentas, su experiencia de la realidad y los eventos de la serie se entrelazan cada vez más. En algún punto parecen incapaces de distinguir donde empieza uno y termina el otro. Contribuyendo aún más a esa porosa relación entre realidad y ficción, Owen nos comunica eventos importantes hablando directamente a la cámara, como prometiendo una ruptura similar entre la película y nuestra experiencia al verla.
Todos vamos a la Feria Mundial, la película anterior de Schoenbrun, se centraba en una adolescente que se sometía a un desafío viral en internet. Como aquella película, Vi el brillo del televisor trata lo que está del otro lado de la pantalla (de la computadora, de la televisión) como algo que se vive y experimenta de manera tan inmediata e íntima como la vida real. De ahí que la película imagine a Rosa opaco con tanto detalle, atención y, a pesar de su tono sombrío, cariño. No es difícil imaginar a Schoenbrun pasando por una obsesión similar a la de sus personajes.
Años después, ya convertido en un adulto con responsabilidades, Owen redescubre el programa en streaming y lo encuentra justamente cursi y de bajo presupuesto. Pero episodios viejos son reimaginados con diseños de auténtica pesadilla, con el impacto que ellos experimentaron originalmente. La película reconoce que estos programas de los noventa, aunque hechos por grandes cadenas para el público infantil, ofrecían de vez en cuando una ventana a la verdadera extrañeza y creatividad, un espacio donde se puede empezar a explorar la identidad propia. No hay duda de que haberlos visto a esa edad, sobre todo creciendo en soledad, marca la mente de formas que, incluso décadas después, cuesta descifrar. Pero reconectar con los gustos infantiles es un pobre sustituto para la inocencia y posibilidad experimentada entonces. La vida adulta de Owen, de trabajos sin futuro en el cine y en una sala de juegos, muestra las diversiones de la niñez convertidas en prisión.
Los símbolos de Vi el brillo del televisor son frecuentemente claros, pero su verdadera potencia como narrativa trans se encuentra en su ambigüedad e incertidumbre. Al no usar la palabra “trans”, la película no busca borrar esa experiencia; más bien, habla de la confusión y duda que son centrales a la disforia de género. La película no niega este lenguaje, más bien transmite lo doloroso que puede ser no tenerlo. Vi el brillo del televisor está llena de sentimientos y experiencias dolorosas: el miedo de Owen a abrazar quien es en realidad, el odio autoinfligido cuando cree estar haciendo algo prohibido, historias de abuso doméstico que se asoman por momentos. Pero la película nunca es cruel como otras, donde el sufrimiento de personajes trans es explotado para provocar una reacción emocional más cercana a la lástima. Las tragedias y oportunidades desperdiciadas de Owen vienen acompañadas de un recordatorio constante y optimista: todavía hay tiempo.
★★★★
Vi el brillo del televisor está disponible en streaming vía Max.
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